Sociedad porno…
¿Hay unos valores para la vida privada y
otros para la pública? ¿Cuál es el límite entre ambas esferas? De la respuesta
a estas preguntas podrá colegirse el clima moral en el que vive una sociedad.
© Escrito por Sergio Sinay, escritor y periodista, el domingo 14/05/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
© Escrito por Sergio Sinay, escritor y periodista, el domingo 14/05/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En la
Argentina los dos ámbitos se han superpuesto hasta convertirse en uno solo, al
menos en campos como la política, el deporte y la farándula. Pero no sólo ahí.
Las redes sociales permitieron que también los ciudadanos de a pie se sumen al
hábito de la transparencia en el peor sentido de la palabra. Lo que no se
exhibe no existe, entonces hay que exhibirlo todo: intimidades, cuerpos,
miserias de todo tipo, banalidades, traiciones. Famosos o no, todos se exhiben.
El pudor es cosa perimida. Y con él, a poco de andar, también el respeto.
El divorcio de un futbolista y una modelo, las patéticas y sinuosas andanzas sexuales de un ex gobernador y candidato presidencial, la criminal e irresponsable picada de un supuesto piloto de carreras por las calles céntricas, más tantas otras escenas y testimonios de vacío existencial que famosos y anónimos desparraman y consumen sin límites certifican lo que el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han denomina sociedad de la exposición.
El divorcio de un futbolista y una modelo, las patéticas y sinuosas andanzas sexuales de un ex gobernador y candidato presidencial, la criminal e irresponsable picada de un supuesto piloto de carreras por las calles céntricas, más tantas otras escenas y testimonios de vacío existencial que famosos y anónimos desparraman y consumen sin límites certifican lo que el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han denomina sociedad de la exposición.
La vida
no tiene existencia por sí misma, ni mucho menos. Se la vive para exhibirla al precio
que sea, de lo contrario se duda de estar vivo. Cada sujeto, dice Han, es su
propio objeto de publicidad. Tiene que mostrarse, aunque lo que exponga sea
penoso. Como ocurre con las imágenes de sexo explícito. De ahí que la sociedad
de la exposición sea, en definitiva, una sociedad pornográfica. No hay
metáfora, no hay sugerencia, no hay misterio ni otro tiempo que el inmediato.
Se pierde la capacidad de simbolizar. Y, por fin, no hay vergüenza (un ejemplo
al paso, cada declaración o video de quien encabezó durante doce años un
gobierno de inédita corrupción).
Para
tener vergüenza es necesario registrarse a uno mismo, establecer una escala de
prioridades y valores interna, cuidarse, protegerse. La vergüenza, por lo
demás, no es algo que termina en lo personal. Quien la tiene puede acceder al
pudor, respetar al otro, valorar la intimidad del prójimo, entender la
presencia de un límite.
Fotos, frases, escenas que la televisión e internet
reproducen sin decoro y sin códigos éticos, la alegre exposición de personajes
cuya profesión se limita a la generación de escándalos o a la exhibición de sí
mismos en situaciones y posiciones de las quién sabe si se arrepentirán algún
día, dicen hasta qué punto la vergüenza se esfumó. Y con ella el respeto, que
es, como señalaba Kant, el reconocimiento de la propia dignidad y la del otro.
Pornografía en la política, pornografía en el deporte, pornografía en la farándula, pornografía en los medios. Una transparencia obscena que deja todo a la vista. Y eso que se ve asusta.
Pornografía en la política, pornografía en el deporte, pornografía en la farándula, pornografía en los medios. Una transparencia obscena que deja todo a la vista. Y eso que se ve asusta.
Basta
con pensar quién pudo haber sido elegido presidente y con escucharlo decir que
“respeta a las mujeres” (en un vaciamiento extremo de la palabra respeto).
Basta
con pensar qué pudo haberle ocurrido a cualquier conductor o peatón que
transitara por las calles que dos asesinos o suicidas potenciales tomaron como
pistas para exhibirse.
Basta
con pensar qué modelos reciben los hijos de quienes publicitan una y otra vez
sus miserias e infidelidades conyugales. Todo expuesto, convertido en memes que
se suponen graciosos, y viralizado masivamente hasta que se convierte en la
anestesia que adormece a una sociedad que ya no se pregunta a quién vota, a
quién idolatra, a quién escucha o qué modelos alienta, permite, toma y
reproduce.
Lo público, escribe Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, ya no es lo compartido (en el sentido cooperativo y empático de la palabra), sino lo publicitado. La pérdida de lo público abre el espacio en el que se derraman y vomitan intimidades. Sólo que nada de eso es ya privado. Y quien no respeta su propia intimidad no puede pedir que otros lo hagan. Sobre todo si esos otros tampoco tienen la suya y se alimentan de la ajena.
Lo público, escribe Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, ya no es lo compartido (en el sentido cooperativo y empático de la palabra), sino lo publicitado. La pérdida de lo público abre el espacio en el que se derraman y vomitan intimidades. Sólo que nada de eso es ya privado. Y quien no respeta su propia intimidad no puede pedir que otros lo hagan. Sobre todo si esos otros tampoco tienen la suya y se alimentan de la ajena.
Así, la sociedad pornográfica es también caníbal. Es la sociedad del espectáculo, dice Han. Y el espectáculo debe continuar.
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