Fieles e infieles K…
Sor Preso, José López. Dibujo:
Pablo Temes
La oposición a Bergoglio y el anterior gobierno tejieron
la conexión con el convento de los bolsos.
© Escrito
por Roberto García el sábado 18/06/2016 y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Como se ha hecho moda el rol del Papa en los
acontecimientos semanales, tampoco podía evadirse de la última obscenidad de José López, un ferviente católico, responsable de la obra pública
en los gobiernos Kirchner, sorprendido in fraganti con 9 millones de dólares
negros que intentaba ocultar desesperadamente en una casa de ejercicios.
Recorrió Francisco las páginas políticas por sus litigios con Mauricio Macri y sus idilios con Cristina, las deportivas con San Lorenzo, ni hablar de las sindicales (Omar “el Caballo” Suárez), artísticas (Wanda Nara) o religiosas. Sólo le faltaba la hoja policial. Y logró alcanzarla esta semana gracias al desorbitado López, hijo dilecto del matrimonio sureño y alumno de Julio De Vido, un devoto que en otros tiempos respondía al contubernio de los enemigos internos de Jorge Bergoglio. Hoy, el escándalo igual los enfanga a todos.
Recorrió Francisco las páginas políticas por sus litigios con Mauricio Macri y sus idilios con Cristina, las deportivas con San Lorenzo, ni hablar de las sindicales (Omar “el Caballo” Suárez), artísticas (Wanda Nara) o religiosas. Sólo le faltaba la hoja policial. Y logró alcanzarla esta semana gracias al desorbitado López, hijo dilecto del matrimonio sureño y alumno de Julio De Vido, un devoto que en otros tiempos respondía al contubernio de los enemigos internos de Jorge Bergoglio. Hoy, el escándalo igual los enfanga a todos.
Pertenecía López, “Josecito”, a la segunda línea de una
cáfila política que planificaba el desplazamiento de Bergoglio como jefe de la
Iglesia local, esa molesta piedra en el zapato de los Kirchner. No fueron
suficientes las imputaciones al prelado por su presunta indiferencia o
complicidad con la desaparición y tortura de religiosos durante el gobierno
militar, menos resultó el operativo para promover como alternativa a
Juan Carlos Maccarone, obispo de Santiago del Estero, una figura
progresista que en 2005 se convirtió en estrella cinematográfica porno merced a
un video casero en el que requería asistencias sexuales a un joven.
Hubo también un proyecto de talla superior, encarado por
la cúpula gubernamental de entonces (atribuido al cuarteto Néstor Kirchner,
Cristina de Kirchner, Sergio Massa y Carlos Zannini), que consistía en el envío
de una nota al Vaticano, al propio papa Benedicto XVI, reclamándole de Estado a
Estado la cesantía de Bergoglio por sus repetidas controversias con el
gobierno. Hasta graciosa e infantilmente, querían proponer su
reemplazo por el obispo Oscar Sarlinga. Esta iniciativa le fue revelada, en la
propia Casa Rosada, a un sindicalista, Oscar Mangone, quien se cruzó a la
Catedral para advertirle a Bergoglio de la maniobra. El presunto afectado por
el complot hizo un comentario ante la novedad: “Sarlinga es demasiado joven, no
lo aceptaría ninguno de los que me pueden suceder”.
Saldo final: abortó la conspiración, Bergoglio luego
envió a Sarlinga a dar responsos en el Sur, más tarde al Litoral y, ya como
papa, bajo la promesa de que había perdonado la traición, lo hizo poner en una
fila de asistentes al Vaticano, pero ni reparó en él. Hace un año y medio le
mandó la jubilación. Zannini, obvio, nunca pidió perdón y Néstor murió antes de
cualquier aproximación. Otro castigado fue Massa, quien a pesar de epístolas
personales de descargo –algunas hasta sugeridas por el propio Papa–, de
emisarios e influyentes que buscaron una reparación espiritual, jamás logró que
lo recibiera en Roma. Nadie aún entiende el tamaño de la aversión, sólo
comparable a la de Elisa Carrió con el ex intendente de Tigre. Al menos frente
a la ambivalencia que mantuvo con Cristina, que de culpable de aquella
operación y manifiesta inquina con el Papa, luego fue reconvertida a la fe sin ninguna explicación.
Un vecino de Luján, Moneta, socio de
Cristóbal López, acercó al cura a De Vido
Clave de aquel putsch contra Bergoglio fue Luján,
jurisdicción de la basílica que en el padrón católico dispone de un privilegio:
contacto directo con Roma sin pasar por el dominio del Arzobispado de Buenos
Aires. Allí reinaba Rubén Di Monte, ex titular de Cáritas, ex obispo de Avellaneda,
enfrentado colega de Bergoglio aunque ambos habían sido influidos por Emilio
Ogñenovich, al que nadie podía incluir en las naderías de la izquierda. Di
Monte confesaba entonces su disgusto con Bergoglio: “Es un dictador, no
permite que nadie plantee reformas, objeciones. ¿Usted conoce a algún
obispo que exprese lo contrario de Bergoglio, represente una opinión
discordante?”. Luego de su aviesa pregunta, agregaba: “Es poderoso, terrible,
yo soy un plazo fijo, me jubilan cuando llego a la edad reglamentaria, no puedo
conseguir una extensión por más que hable directamente con el papa Benedicto”.
No se equivocó: lo sacaron del servicio en tiempo y forma, él mismo se destinó
a retirarse en el convento de General Rodríguez hasta su muerte hace tres
meses, el lugar donde López trató de introducir una millonada de
dólares en
bolsos saltando los muros.
Protección. Di
Monte se había convertido casi por azar en un protegido del gobierno K: por
medio de un vecino de Luján, el banquero Raúl Moneta, entonces socio de
Cristóbal López en la exportación de carnes exóticas, acercó al cura a Julio De
Vido, a su segundo, López, y al propio matrimonio presidencial. Para el obispo,
había un solo interés, que también era el de Roma: subsidios
extraordinarios para refaccionar y recomponer una maltrecha basílica a
la que se le había desmoronado hasta la cruz. Pudo cumplir el objetivo, a
cambio entregó réplicas de la Virgen de Luna, artísticos yesos de 50 centímetros
que hasta Cristina repartió según sus afectos (entre ellos, Hugo Chávez).
Fue Di Monte quien sin duda ofreció a Sarlinga a los
Kirchner para reemplazar a Bergoglio y el que en el retiro abría las puertas del convento
(cuyo acceso de asfalto fue aportado por un intendente al que luego echaron de
la municipalidad a patadas) y cobijaba sociales encuentros de De Vido, y del
consagrado López, quien en el despacho de Obras Públicas exhibía el mayor
orgullo de su gestión: el proceso testimonial, con fotos y planos, que le llevó
la reconstrucción de la basílica.
Este gran contribuyente también compartía reuniones con
figuras de la política, la Justicia u otras prominencias, que la memoria se
empeña en olvidar. Había ravioles, casi siempre preparados por la madre Alba,
una monja hacendosa que oficiaba de sanadora en algunos casos (la hija de
Alicia Kirchner, por ejemplo, ante fallidos intentos de maternidad, parece que
logró esa bendición por la vía del rezo y ciertas imposiciones de la anciana,
hoy de 94 años). Allí también se supo consolar a De Vido cuando su mujer perdió
un hijo, demandaba albergue espiritual la abogada esposa de López, también
Marta Cascalles, la mujer de Guillermo Moreno, que es una favorita ahora del
Sumo Pontífice.
Es que a la hora de la unción y la oración, todos se
vuelven iguales. En cambio,
se ignora si esa hermandad también se extiende al desembarco de bolsos de la
corrupción subdesarrollada que el descontrol inaudito de López trató de
depositar en la casa de auxilios como si ésta tuviera patente de banco. Con
algún criterio, claro: en general, antes en esos lugares nunca se preguntaba de
dónde provenía el dinero.
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