Los políticos que no sabían perder…
Horas después de perder las elecciones en el Reino Unido,
manteniendo un 31% del apoyo del electorado, Ed Miliband anunció el pasado mes
de mayo su dimisión como líder laborista al asumir la «absoluta y total»
responsabilidad del resultado. Horas después de perder las elecciones en
España, con un 22% de apoyo en el peor resultado del PSOE en unas elecciones
generales, Pedro Sánchez anunció... que había «hecho historia». Sabido es que
la victoria tiene numerosos padres y la derrota vive en la orfandad, que
recordaba John F. Kennedy. Pero, ¿conocen otro país donde los fracasos
electorales se disfrazan de éxitos con tanto desparpajo como en España?
© Publicado el
domingo 27/12/2015 por el Diario el Mundo de la Ciudad de Madrid, España.
Nuestros candidatos se toman los batacazos electorales sin ninguna
deportividad o intención de asumir responsabilidades. Cero autocrítica. Ninguna
renovación. Ganen o pierdan, saben que su futuro no depende tanto de la opinión
de los votantes como de las intrigas y alianzas de partido. Sólo así se
entiende que Sánchez trate de aferrarse a su liderazgo al frente del partido e
incluso se postule para presidente de un país donde ocho de cada 10 votantes se
decantaron por otra opción. Alegar que el nuestro es un sistema parlamentario,
y que todas las combinaciones son igualmente legítimas, no añade coherencia a
una ambición personal que debió morir la misma noche electoral.
«Nuestros candidatos se toman los
batacazos electorales sin ninguna deportividad»
Y, sin embargo, estamos en España, así que no descarten que Sánchez se
salga con la suya y aguante el chaparrón. Ya lo hizo en una situación similar
su gran rival, Mariano Rajoy, manteniéndose al frente del PP tras su segunda
derrota frente a Zapatero en 2008, prueba de que nuestros políticos se toman
con excesiva literalidad la cita de Beckett: «No importa. Inténtalo otra vez.
Falla otra vez. Falla mejor».
España se ha metido en un buen lío tras el 20D y se encuentra con que la
solución pasa por políticos que no saben perder y a los que tampoco se les da
bien dialogar entre ellos, por eso de la falta de costumbre. Lo mínimo que se
les puede exigir es que, esta vez, hagan el esfuerzo. Si desde este periódico
defendemos un acuerdo entre los tres principales partidos constitucionalistas
no es sólo porque las alternativas nos parezcan peores -¿puede el Gobierno de
un país depender de partidos que abiertamente abogan por su ruptura?-, sino
porque ese gran pacto supondría una magnífica oportunidad para fijar al fin la
agenda reformista que necesita España.
No hablamos simplemente de investir a Rajoy en aras de la estabilidad para
entregarle un cheque en blanco que le permita volver a gobernar con la falta de
consenso y la desconexión con la calle de esta última legislatura. De lo que se
trata es de que PP, PSOE y Ciudadanos lleguen a un acuerdo con reformas
concretas que recojan lo mejor de sus programas electorales, una política de
consenso frente al desafío independentista, medidas económicas que eviten una
recaída de la crisis y esa regeneración que el (ex) bipartidismo resistió con
tanta terquedad como falta de visión, y si no que se lo digan a los cinco
millones de votantes que lo han abandonado.
«Si fuera un obstáculo para un pacto,
Rajoy debería tener grandeza para apartarse»
El pacto tendría que incluir una batería de medidas contra la corrupción,
un acuerdo nacional por la Educación, el reforzamiento de la independencia de
la Justicia y de los medios de comunicación públicos, una nueva ley electoral
que repare las injusticias de la actual y la reforma de instituciones que han
sido contaminadas por el clientelismo de la clase política. ¿No es ése, acaso,
el mensaje que ha enviado el electorado?
Por supuesto, Rajoy no cree que nada de esto sea necesario o habría
liderado él mismo esas reformas en los cuatros años en los que ha tenido
mayoría absoluta. Pero ocurre que los números son tozudos y las empresas de
mudanza han empezado a dejar folletos con ofertas en el buzón de Moncloa.
El presidente no tiene otra salida que tomar la iniciativa y ofrecer ese
gran acuerdo por una Segunda Transición, por mucho que la guerra interna en el
PSOE lo haga complicado. Y llegado el momento, si el propio Rajoy fuera un
obstáculo para lograrlo, debería tener la grandeza de apartarse a un lado y dejar
que sea otro líder, dentro del proceso de renovación pendiente en el PP, quien
lo intente. Porque ni él, ni mucho menos Pedro Sánchez, son imprescindibles en
esta nueva etapa política donde se ha puesto más difícil hacer pasar las
derrotas por victorias.
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