“Es
un lenguaje sonoro donde convergen años de historia”...
“Estéticamente la polca paraguaya siguió por su
lado y el chamamé se definió por otro, pero quedó una lengua compartida.”
Imagen: Sandra Cartasso.
Para
el Chango, el género que lo hizo célebre abarca mucho más que los sonidos del
acordeón. Para este concierto unirá esfuerzos con Las Hermanas Vera de
Corrientes, Los Hermanos Núñez de Misiones y Emiliano López, un pequeño
virtuoso del instrumento.
© Escrito por Karina Micheletto el viernes
11/12/2015 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Chamamé, tradición. El nombre,
concreto y certero, define el nuevo gesto que Chango Spasiuk ha dado en una
prolífica, brillante carrera, que lo ha llevado a expandirse hasta abarcar los
más disímiles públicos y escenarios del mundo. Siempre con un punto de partida,
que es este al cual ahora regresa: aquel en el que todo empezó, la raíz de este
sonido que tiene nombres fundadores como los de Tránsito Cocomarola, Ernesto
Montiel, Tarragó Ros, Isaco Abitbol, entre otros. Para apuntar a ese Chamamé,
tradición, el acordeonista y compositor se rodeó de los sonidos y colores que
admira dentro de esa raíz primera, puestos a sonar hoy: Las Hermanas Vera de
Corrientes, Los Hermanos Núñez de Misiones, el pequeño Emiliano López de Buenos
Aires pero de herencia provinciana. Y junto a su septeto –un seleccionado de
talentosos en el que forman Marcos Villalba en cajón, percusión, guitarra y
voz, Diego Arolfo y Sebastián Villalba en guitarra y voz, Pablo Farhat en
violín, Alfredo Bogarín en guitarra, Heleng de Jong en cello y Juan Pablo
Navarro en contrabajo– mostrará este Chamamé y esta Tradición hoy a las 21.30
en el teatro Opera (Corrientes 860).
“El chamamé no es solamente
una música folclórica que se toca y baila en el nordeste de la Argentina, es un
lenguaje sonoro donde convergen trescientos años de historia”, advierte Spasiuk
en la presentación. “Un mundo sonoro sumamente complejo y misterioso en donde
se funden muchos elementos, desde el encuentro de los jesuitas con el pueblo
originario de los guaraníes, región de mestizos, criollos, afros, inmigrantes
de Europa y su acordeón”, define. Este es, dice, “el lenguaje sobre el cual estamos
parados, que amamos, respetamos, nos expresamos a través de él y nos expresa.
Lenguaje de infinitos rostros que tiene una vigencia contundente y una
inagotable transmisión oral, generación tras generación”.
Este gesto de Spasiuk parece a
priori el opuesto a aquel que quedó registrado en un disco y DVD en vivo
grabado en el Colón, explorando los bordes entre lo popular y lo académico,
junto a su sexteto, Rafael Gíntoli, Popi Spatocco y el Ensamble Estación Buenos
Aires. Fue precisamente ahí, dice ahora Spasiuk, en el final de esa
exploración, donde surgió este retorno hacia el inicio: “Cuando termina el DVD
del Colón yo digo: ¿por dónde tendría que seguir con todo esto? ¿Qué podría
hacer yo después de esto? Como una reflexión en voz alta. Y casi premonitoriamente
estaba diciéndome: bueno, tal vez debería volver al principio, al inicio, al
ABC”, evoca ahora el músico.
Así que, cuando fue invitado a
dar un concierto en la Ballena Azul, la sala más importante del Centro Cultural
Kirchner –una presentación que se concretó en septiembre pasado– lo primero que
apareció fue aquello que sonó como una premonición. “Entonces uní un montón de
piezas sueltas, acontecimientos que había vivido a lo largo de estos últimos
tres años: que me había cruzado con las Hermanas Vera en el Festival del
Chamamé, con Emilianito López en la fiesta del Taninero, en Puerto Tirol,
Chaco, que de vez en cuando me venía encontrando con los Hermanos Núñez y
hacíamos un toque, porque habíamos trabajado mucho juntos cuando hice Tarefero
de mis pagos”, enumera el misionero.
“De golpe sentí que se había
cerrado una etapa y que tenía que proponer otra cosa. ¿Qué otra cosa? La
tradición. Y junté a todos estos exponentes que tienen que ver con lo que a mí
me gusta de la tradición”, recuerda. Esa misma juntada que con tanto entusiasmo
se celebró en el CCK, volverá a suceder ahora en el escenario del Opera. Como
en una fiesta de patio de provincia, los sonidos y los clásicos chamameceros
sonarán, esta vez a cargo de grandes intérpretes.
–Dice
que está tocando con artistas que representan diferentes expresiones de la
tradición. ¿Cuáles, en cada caso?
–Los Núñez tienen esa fuerza
de bandoneón y guitarra, que representa una parte importante de la tradición
del chamamé. Las Vera son la voz de chamamé, y además tienen algo muy
particular, cantan en los dos idiomas, en guaraní y castellano. Y Emiliano, la
transmisión ininterrumpida de la tradición oral del chamamé. Él es hijo de
provincianos, pero nacido en el conurbano, y de alguna manera ha recibido todo ese
conocimiento familiar, como si hubiese nacido allá. Tiene que ver con el futuro
del chamamé, que está en esos hijos de provincianos que han nacido en Buenos
Aires y que reciben una tradición, la tienen totalmente incorporada, pero
tienen una visión y una búsqueda de conocimiento que hace al futuro, ese rol
estético del chamamé. Me parece importante que en el rompecabezas de mi mirada
de la tradición del chamamé, estén todos estos elementos. Igual no alcanzo a
mostrar todos, ¡necesitás un concierto interminable para pasar por toda la
tradición del chamamé! Es como hacer una comida con los ingredientes que más te
gustan.
–Que
parecen muy pensados. ¿Es también una manera de sentar postura sobre esa
tradición?
–Nada es al azar, todo está
absolutamente pensado. Primero porque son piezas que a mí me parecen
importantes, y por sobre todas las cosas, me gustan. Hay un montón de mujeres
cantando, un montón de dúos, un montón de bandoneonistas, bueno, a mí me gustan
estos colores particularmente. Este es mi concepto, es mi manera de entender la
tradición. No es la única, por supuesto, y la suma de todos esos conceptos
posiblemente llegue a una visión más objetiva. Esta es mi elección estética y
mi elección de repertorio. Me encanta cómo Emiliano toca el acordeón verdulera,
entonces le pedí: toquemos chamamés como “La colonia”, compuestos en acordeón
verdulera diatónica. Inclusive arranco yo tocando con ese acordeón de ocho
bajos, porque es el inicio de las primeras composiciones de chamamé
tradicional. No es mi instrumento más fluido, pero así arranco, después sigue
Emiliano y yo me paso a mi acordeón. Todo está muy pensado y apunta a destacar
la parte de la tradición que a mí me moviliza.
–Sorprende
la capacidad técnica de Emiliano López, siendo tan pequeño. ¿Cómo lo conoció?
–Hace mucho, en Puerto Tirol.
Uno está acostumbrado a ver en YouTube la niña china que toca el violín,
¡pareciera que solamente están en China los niños virtuosos! Y de golpe, en
cualquier festival, ves un niño que te llena la cara de notas y que toca cosas
sumamente complejas, con mucha naturalidad. Eso me pasó con Emilianito, y he
visto a muchos chicos que me sorprendieron con el acordeón, en particular los
alumnos de Tilo Escobar.
–Se
mueve con naturalidad desde la tradición hasta expandirse a otros colores y
sonidos. ¿Es algo buscado?
–Quien busca un desarrollo
estético de algo es alguien que está profundamente enamorado de la tradición.
No es algo antagónico: quien quiere ser contemporáneo y desarrollar su propia
estética no va nunca contra la tradición. Al contrario, está parado sobre esa
tradición, tiene un profundo respeto, está totalmente enamorado, pero no puede
evitar dar su propia voz dentro de esa tradición. Por eso en cualquier
concierto no me genera ningún conflicto volver a Cocomarola o Isaco Abitbol, no
es que digo “ahora tengo que desprogramar mi cabeza y volver a programarme para
tocar lo tradicional”. Porque lo contemporáneo que estoy haciendo, está parado
sobre la tradición. Por eso el pasaje es espontáneo y sin conflictos. Sólo que
hay proyectos, momentos, espacios y en cada uno tratás de elegir lo que creés
que tenés ganas de hacer o sentís que hay que decir.
–Pero
no sólo van a verlo los chamameceros. ¿Qué cree que convoca a los que no son
seguidores de ese folklore?
–Para los que conocemos el
chamamé, es un cóctel poderoso, y para los que no lo conocen, es un buen lugar
para entender todas las variables dentro de la tradición. Inclusive las
influencias, los límites, porque uno no puede negar que la construcción de lo
que llamamos tradición hay muchos elementos, como la hermandad con el Paraguay,
y ahí aparecen las Hermanas Vera cantando “Mocoy Guiraí”. Y uno puede ver cómo
después del 1900, estéticamente la polca paraguaya siguió por su lado y el
chamamé se definió por otro lado, pero quedó una lengua compartida. Cuando
hablás de tradición no es que decís: soy esto y me alejo de lo que me rodea.
Cuando yo hablo de tradición, al revés, busco todos los vasos comunicantes que
hay con las fronteras. Por más que seas chamamecero, cuando escuchás algo como
el canto llorado del Paraguay –el “puraheí jaheó”–, de inmediato te toca
intensamente.
–
¿Tiene idea entonces de cómo se compone su público, más allá del estrictamente
chamamecero?
–Supongo que es muy amplio,
hay gente a la que le gusta el chamamé, a otra le gustará el acordeón, a otros
el folklore, a otros la música, a otros el jazz y la improvisación que se da
dentro de ese tipo de estética... hay de todo. Pero yo no estoy viendo quién es
el que viene y el que no viene, ¡no me da la cabeza para estar escaneando todo!
(risas). Apenas me da para llevar adelante mis proyectos artesanalmente, y
tratar de hacerlos lo mejor posible. El estudio del mercado
me excede.
–
¿Cómo evalúa, con el paso del tiempo, el concierto que dio en el Colón?
–De algún modo me parece
natural haber llegado al Colón, porque desde Tarefero de mis pagos hasta
entonces, mi música se volvió cada vez más camarística. Si me hubiesen invitado
en la época de Chamamé crudo, a fines de los 90, principios del 2000, hubiese sido
más raro, tocando con batería y todo eléctrico. Pero después yo empecé con un
proceso camarístico, las percusiones, el contrabajo, cada vez más acústico,
hasta llegar a Pynandí, Los descalzos. Así que cuando llegamos al Colón, no
modificamos nada. No necesitamos montar sonido, estábamos acostumbrados a tocar
acústico, entonces era natural tocar en ese escenario, no es que tuvimos que
adaptarnos a esa sala. La sala era la caja de resonancia perfecta para el
momento al cual había llegado.
–
¿Y lo vivió como “haber llegado a”, o como un escenario más en el cual su
música y el chamamé pueden expresarse?
–Es que uno no puede negar que
hay algo simbólico, por la histórica marginación sobre el género, y esos
aspectos están a la hora en que subís a tocar. Entonces sentís ese plus, eso
pesa. Decís: qué bello momento, qué lindo que es compartir esta música en este
contexto, que venga gente a este teatro por primera vez, a conocer su propia
sala. Se dan un montón de cosas que, cuando estás ahí, no estás señalando con
el dedo, pero sabés que mientras estás tocando, todo eso está ahí, y lo vuelve
más interesante y más intenso. Por suerte pudimos grabar ese disco.
–
¿Y qué encontró cuando escuchó esa grabación en vivo, después de un concierto
tan especial?
–Me encanta el sonido, el
audio que me devolvió el teatro es increíble. De todos los discos, este es el
que más me gusta mi sonido de acordeón. Las reverb que hay en el disco, es la
sala del teatro. Cuando grabás tenés los micrófonos que están tomando los
instrumentos, y además en el techo, colgados, otro montón de micrófonos, que
toman la sala. Y después cuando volcás todo eso en la mesa de audio, decís:
vamos a escuchar la sala. Abrís esos micrófonos y ahí están todos esos
armónicos, toda esa reverb natural del teatro, es súper linda. Haber vivido ese
concierto y haber podido guardar y mostrar esa grabación es una de las cosas
lindas que puede hacer en la música.
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