Los miedos…
El miedo a lo largo de la historia de la
humanidad ha sido un factor determinante como represor de las capacidades
liberadoras de los pueblos, pero también, y esa dialéctica es lo que lo
convierte en fascinante, ha sido clave como constructor de rebeldías sociales
inimaginables poco tiempo antes que las mismas sucedieran.
Los miedos provocaron insurrecciones
heroicas y también retraimientos que la humanidad pagó caro. El miedo nos
paraliza pero el miedo también nos hace dignos cuando lo desafiamos.
Una interminable e insufrible campaña
electoral acaba de terminar. Camino al balotaje del 22 se ha mostrado todo el
repertorio posible de miedos que atraviesan al país. Temores que vienen de muy
lejos y que se renuevan adaptándose a los nuevos tiempos.
Efectivamente, los miedos tienen su
propia historia en Argentina. Una historia cargada de significados y momentos
culminantes del país. El miedo en estas tierras ha sido uno de los alienantes
más poderosos.
A un miedo bizarro a perder cosas que en
realidad nunca se consiguieron en la década ganada, apuntó la campaña de
Scioli.
Los unos invocaron a los miedos de los
más humildes por la posibilidad de la pérdida de planes sociales y los otros
irritaron a los sectores medios y altos con el discurso de la perpetuidad del
“populismo opresivo”.
Por eso este domingo no importa por
quién votan los argentinos. Sí importa dejar atrás los miedos cuando se entre
al cuarto oscuro y fundamentalmente, cuando se salga de él.
Hay que dejar en claro y para siempre,
que se va a recordar todo lo que dijeron que iban a cambiar, por si no se
cambia. Y que se va recordar todo lo que dijeron que no iban a hacer. Por si se
hace.
Miedos que tengan los que callaron,
nacieron y crecieron políticamente en los noventa. Miedos que tengan los que
usan el aparato del Estado para tirárselo por la cabeza al que critica,
disiente o compite desde otro espacio político.
Miedos para los que gobernaron la
Provincia de Buenos Aires y la convirtieron en una tierra de nadie poblada por
millones de excluidos.
Miedo que tengan los que mienten cuando
hablan sobre la democracia. Porque creen poco en ella.
Miedo que tengan los que hablan de
pobreza medio atragantados para no tener que hablar de desigualdad. O los que
hablan de desigualdad pero destruyeron el INDEC para no admitir que la
agravaron.
Construir una república y una democracia
exigente es una lucha constante para que los miedos los tengan quienes
gobiernan.
Es lo más ajustado a los tiempos que
vivimos para decir con otras palabras lo que decía el inmortal revolucionario
francés Saint Just en los tiempos irrepetibles de la Revolución Francesa: “la
república es la destrucción de lo que se le oponga”.
Después de dos siglos, sus palabras
siguen teniendo vigencia. Y sus ecos son el miedo más sano que creó la
democracia, para que retumbe en los oídos de los poderosos.
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