Argentino y
soldado de Dios…
Francisco ofició una misa en Filadelfia.
Por primera vez, la notable ensayista
analiza lo que representa Francisco, a propósito de su histórico viaje a Cuba y
Estados Unidos.
En julio pasado,
Naomi Klein fue invitada por el Vaticano a una conferencia internacional sobre
la encíclica Laudato Si’, cuyo tema era el cambio climático. Esta pensadora
radical, capitana de las luchas antiglobalización, que jamás atenuó su rechazo a
los discursos cocinados en los hornos del poder, quedó tan contenta que ella
misma debe sentirse transfigurada. Su crónica vaticana apareció en New Yorker
(revista que aquí se recuerda por la nota que le hizo a Cristina sobre Nisman).
En la ronda de presentaciones
de los asistentes, a Naomi Klein le tocó ser “una feminista judía secular” (es
decir, un animal de otro rodeo). Pero la composición de los rodeos vaticanos ha
cambiado mucho. La apertura corrió a cargo de un obispo africano, que subrayó:
lo que discutiremos no lo suscita un papa, sino que “es parte de la tradición
católica, que considera a la Tierra como un sacramento”. Aquellos a quienes la
palabra “sacramento” nos resulta ajena, entre otras razones por su raíz en
“sacer, sagrado”, ¿cómo traducimos?
Naomi Klein
encontró una solución. Se apoya (¡ella!) en una afirmación de la encíclica: “En
la Biblia no hay lugar para el antropocentrismo, que no se preocupa por el
resto de las creaturas”. Y Klein avanza: Francisco está corrigiendo siglos de
una teología que consideró al mundo natural con hostilidad o, incluso, como una
tentación que debe ser vencida. El Papa nos devuelve al santo de Asís. Los que
no lo recuerden bien, a causa de una pobre formación religiosa, como es mi
caso, pueden leer Los motivos del lobo, el poema de Rubén Darío, o ver
Francisco, juglar de Dios, la formidable película del católico Roberto
Rossellini.
Con mayor sensatez
que la entusiasmada Naomi, en The New York Review, el especialista Bill
McKibben compara las ideas de Francisco con los primeros teóricos, entonces
solitarios, de una perspectiva como la que ahora adopta la Iglesia. Sobre todo,
E.F. Schumacher, autor de un libro de los años 70: Lo pequeño es hermoso.
Schumacher fue pasado por alto en el escrito papal, porque la Iglesia
selecciona sus fuentes. Sin embargo, la crítica ecológica, moral, social,
económica y espiritual coloca a Francisco en una línea de pensadores que lo
precedieron. Escribe McKibben: “Una larga fila de gurús, de los cuales
Francisco es el último, converge hoy con un gran número de científicos que, en
lugar de consultar las Sagradas Escrituras, consultan sus modelos
digitalizados, pero los dos saberes parecen estar llegando al mismo punto”.
Hay una historia
laica anterior a la historia eclesiástica. Las citas de la Biblia no son
autoridad para muchos. Quienes consideran como una liberación la
desacralización del mundo, quienes todos los días deben volver a pensar el
fundamento de sus valores porque no tienen un soporte exterior a los seres
humanos, ¿qué hacemos?
Cuba libre
Antes del tour estadounidense
que hoy culmina, Francisco estuvo en Cuba, adonde lo condujeron motivos
políticos bien actuales: fortalecer el puente La Habana-Washington, tarea a la
que Obama lo comprometió, como figura de prestigio en el mundo católico
norteamericano, donde ese acuerdo no iba a ser recibido con el mismo alborozo
con que fue recibido en La Habana. El lobby cubano anticastrista de Miami y sus
representantes políticos en el Partido Republicano sintieron que se los pasaba
por alto.
Negociadores de ambas partes visitaron el Vaticano antes de que se conocieran
la fecha y el contenido del restablecimiento de relaciones y el (futuro,
progresivo, lento) levantamiento del embargo. El Papa estaba al día, por
razones de política interior estadounidense, no simplemente como prueba del
respeto que, sin duda, le tiene Obama.
En Estados Unidos, todos los presidentes ponen de manifiesto su fe religiosa.
Culturalmente, Obama no siente ningún forzamiento en sus honras al Papa, como
podría experimentarlo, para dar un ejemplo, un presidente francés. Lo sentiría
si la magnífica recepción en Washington lo encaminara en un sentido contrario a
los intereses que él considera los de su nación. Pero, justamente en esta
coyuntura mundial, varias soluciones que Obama quiere que sean la herencia
final de su gobierno van en el mismo sentido que los deseos vaticanos.
Después de la misa en La Habana, diarios europeos importantes como The Guardian
y Le Monde le dieron más lugar en sus tapas a la victoria de Tsipras en Grecia
que a la gira papal. A pie de portada, Le Monde informa: “En Cuba el Papa
encuentra a Fidel Castro pero no a los disidentes”. España se ha vuelto un país
laico y El País sólo trae en tapa la misma noticia. Por supuesto, el Papa no
figura en diarios de esas regiones de las que se habla todo el tiempo: no hay
noticias en China y, si vamos al caso, tampoco en Canadá ni en Australia.
El gran intelectual disidente cubano Manuel Cuesta Morúa publicó el jueves en
El País una nota que vale la pena citar. Considera que el Papa debió haber
recibido por lo menos a las Damas de Blanco, que representan “el doble resumen
en Cuba de todas las fragilidades: las de la mujer, las de los hijos, las de la
pobreza y las de la marginación de las diferencias en el límite de todas las
violencias de Estado”. Y hace una conjetura: “La misión política de la Iglesia
en Cuba y del Vaticano actual queda así en claro: el juego offshore en la
frontera entre Estados Unidos y Cuba. El peligro, en términos de modernización
plural del espacio público, es el de un nuevo pacto Iglesia-Estado para el
reparto asimétrico de la sociedad cubana en parcelas espirituales que cooperan
entre sí y se refuerzan mutuamente”.
Amargo escepticismo siente Cuesta Morúa. Los argentinos podríamos imaginar una
visita papal durante un gobierno autoritario, en cuyo transcurso el visitante
ilustre no hubiera recibido a alguna organización de derechos humanos, la más
discreta y menos política, por la sencilla razón que dio Francisco: “Estaba de
visita en un país”. Raúl Castro invitó a un hombre que puede entender el
régimen cubano, aunque no aprobarlo. El Papa, como Obama, tiene objetivos.
En el corazón de Moloch. El miércoles, en
Washington, el Papa canonizó a Junípero Serra. Representantes de pueblos
originarios de California le habían escrito, antes de que Francisco diera el
paso definitivo, para explicarle que ese cura franciscano del siglo XVIII no
tuvo en cuenta, en su tarea evangelizadora, ni el bienestar ni, en muchos
casos, la vida de sus antepasados, de los pueblos originarios. Una dirigente de
los grupos que se opusieron le recetó al Papa una dosis de su propia medicina:
“La gente dice que era un hombre de su tiempo, que ésa era la forma en la que
se hacían las cosas cuando Junípero estuvo aquí. Pero como cura, no importa en
qué época, se supone que tendría que preocuparse por la gente”.
Otro tipo de choque cultural le presentó a Francisco la lista de invitados con
los que Obama pobló los jardines de la Casa Blanca para agasajarlo. Incluía
representantes de organizaciones LGTB y partidarios de la libertad de decisión
sobre el aborto. El Washington Post tituló su nota de este modo: “La lista de
invitados a la Casa Blanca molestó a algunos conservadores”. Sin embargo,
Francisco estaba preparado, por sus intervenciones anteriores sobre el perdón y
la aceptación de los diferentes y los “equivocados”, para mirar con piedad
benévola esta variedad. Es un político que no va a armar un lío por algunos
cientos de incluidos en una lista de miles de asistentes a una recepción en la
Casa Blanca. No se conduce como una celebrity en una kermés mundana.
El jueves, ante el Congreso de Estados Unidos, Francisco elogió la inmigración
y recibió aplausos. Recordó que esos inmigrantes llegaron a una tierra habitada
por gente cuyos derechos “trágicamente” no fueron respetados (es decir, los que
evangelizó el recién canonizado Junípero). De pronto, bomba: el Papa le habla a
la derecha local, exigiéndole el respeto y la acogida de los extranjeros.
Francisco hizo llorar hasta a un curtido representante de los republicanos, de
fe católica. También solicitó la abolición de la pena de muerte, que conservan
más de treinta estados norteamericanos y, en Texas, es posible que sea
ejecutado un argentino.
Casi todos los diarios europeos, excepto los muy conservadores o los
confesionales como La Croix, mostraban más interés por el escándalo de la
Volkswagen que por Francisco. Por el contrario, el Papa sigue floreciendo en
los diarios norteamericanos y latinoamericanos. El jueves, la tapa del New York
Times trajo una hermosa foto de Obama y el Papa, de espaldas; la cobertura es
unánime. La foto del Washington Post es digna de los oros vaticanos: una toma
en picado de la descomunal iglesia que recibió a Francisco, con sus bóvedas,
frescos y columnas, en un alarde de perfección óptica y buen encuadre.
En Nueva York, la asamblea de las Naciones Unidas escuchó el llamado a la paz y
la justicia: “Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de
justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar
omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de
los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones
sociales”. Esta frase acerca a un liberal democrático a la oratoria
vaticana; y las referencias a la “base mínima” indispensable para la “dignidad”
incorporan a progresistas de varios estilos. Los admiradores de José Hernández,
por su parte, agradecen los cuatro versos del Martín Fierro citados por el
Papa, cuyos octosílabos seguramente resonaron por primera vez en la
ONU.
Después, fue la apoteosis en los barrios pobres, por las calles y en escuelas
donde los niños le hacen preguntas al visitante y le muestran sus manualidades
digitales. Francisco parecía disfrutarlo más que los integrantes de los
servicios de seguridad que trabajaron como comandos de la Segunda Guerra.
En la tarde del viernes, el tour neoyorquino culminó en el Madison Square
Garden, estadio donde cantaron todos los grandes (nombro sólo tres: Sinatra,
Lennon y los Rolling). El Papa entiende perfectamente la lógica de la
comunicación contemporánea.
Ayer, Filadelfia. Y hoy, domingo, misa de despedida al aire libre. Lo milagroso
de este hombre es que aguanta más que las estrellas del rock. Lleva en sus
oídos los rumores de otras plazas multitudinarias. Es el jefe de una religión,
pero tiene también un pasado: fue peronista y populista, rasgos que, gobernados
por la inteligencia política, son pertrechos de un soldado de Dios.
Muy lejos de la trabajosa teología de Joseph Ratzinger, su antecesor, el
jesuita Bergoglio se entrenó con los Ejercicios espirituales de San Ignacio, un
método paso a paso para arribar a una decisión sobre las preguntas para las que
el sujeto necesita una respuesta. Tiene, además, la astucia para hablar como si
no hubiera recibido el poder del que está investido; demuestra suprema
habilidad para no dejarse triturar por los engranajes de una ingeniería tan
complicada y llena de trampas como la del Vaticano. No se distrae de sus
objetivos.
Es un jesuita, que milita al servicio de Dios y de la Iglesia. Ha mostrado las
cualidades necesarias: ternura exterior y temple de acero.
© Escrito por Beatriz Sarlo el domingo 27/09/2015 y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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