La noche triste de Tinelli…
Los tres presidenciables invitados dieron cierta pena en
el principal show televisivo del país. El pobre rol asignado a sus mujeres.
Maquinación con rating.
El programa de Tinelli es producto de dos factores combinados: por un lado,
la estética y la ideología de la televisión más mercadocéntrica de la Argentina
(el rating es nuestro dios y nuestro rey); por el otro, tres candidatos a
presidente que decidieron ser parte de las mercancías ofertadas en esa
vidriera.
El negocio de Tinelli es clarísimo. Tiene un guiño del kirchnerismo para
comenzar su programa con una parodia de las cadenas nacionales de Cristina. Tal
permiso sobreentendido lo pagó con sus declaraciones a Perfil de que ella es
una gran mujer y una muy buena presidenta, palabras que, a su vez, retribuyen
lo acordado con el Hijo Máximo sobre la AFA y otras candentes cuestiones del
deporte para todos y todas. Tinelli es tan importante como para sentarse en la
mesa del poder. Será un Cristóbal López de los años que vienen; un adivino de
los meganegocios quizá prevea que el conflicto con el canal de la “corpo” pueda
entrar en período de negociación. Cristina aprendió que “Alica alicate” le dio
el triunfo a De Narváez en 2009.
Pero la cuestión no es el chancho sino quien le da de comer. Es decir,
quienes se convierten en alimento de la insomne máquina tinelliana. Scioli,
Macri y Massa aceptaron inaugurar el “Bailando 2015”. Ellos creyeron,
probablemente con la cínica verdad de los hechos inevitables, que abrazarse con
Tinelli y obtener treinta puntos de rating era una oportunidad que no debía
perderse. Sobre todo, no podían permitir que estuviera allí alguno de sus
competidores mientras uno u otro se quedaba en su casa como una marmota.
Significaba dar demasiada ventaja a quienes barrieran el piso del estudio con
la gracia de sus esposas.
La alternativa era que se pactara que ninguno iría a lo de Tinelli. Pero
ese pacto era peligroso, porque a último momento alguno de los firmantes podía
traicionar y aparecer en el programa. Era peligroso también porque abría la
posibilidad de una venganza del conductor (sea la que fuera). Por otra parte,
ni Scioli, ni Macri ni Massa son peces nuevos en el estanque de la telepolítica,
es decir que no cambiaron de atmósfera.
Fieles a sí mismos. Los candidatos tuvieron intervenciones diferentes.
Scioli fue idéntico a sí mismo. Macri entonó un himno a la felicidad, dando una
prueba más de que es flojo de oratoria y repetitivo cuando quiere interpelar la
imaginación. Massa, quizás ansioso por cómo le está yendo en el FR, fue quien
más forzó el espectáculo hacia el lado político.
Lo más triste que ofrecieron los candidatos fueron sus propias mujeres, que
estaban en el lugar tradicional y reaccionario: simpáticas sonrisas iluminando
la banalidad. Respondieron como si estuvieran tomando un trago con sus amigas y
así nos enteramos de que Macri sigue diciéndole a Awada “negrita hechicera”,
como lo tuiteó hasta el cansancio cuando se casaron; que ni Scioli ni Massa son
muy románticos, e informaron sobre la cota de fogosidad entre las virtudes
matrimoniales de cada uno. Quien más perdió fue Malena Galmarini, la mujer de
Massa, que gusten o no sus posiciones, puede hablar de política y no sólo hacer
revelaciones dignas de un programa de la tarde. La que más conservó su estilo
fue Karina Rabolini, porque habló y “confesó” menos. En fin, sus maridos las
colgaron de la ganchera de la carnicería.
Que los candidatos hayan bailado y se hayan zarandeado no es sino un
capítulo más del apogeo de la danza al que también contribuye la Presidenta.
También habrían estado cómodos en los vetustos programas de Roberto Galán. Todo
sea por el poder y la gloria.
No es esperable un debate profundo entre estos tres sujetos de la política.
Ya los hemos escuchado: prefieren el monólogo a la polémica. Ni Scioli ni Macri
son oradores normalmente dotados; por reiteración mediática, nos hemos
acostumbrado a sus respectivas albóndigas de lugares comunes. Y Massa compite
mal con quienes le van a tirar a la cara los “logros” de sus gestiones o su
pasado kirchnerista.
Los tres eligieron mostrarse por separado, como ya es un formato que el
periodismo político volvió costumbre: nadie dialoga con nadie, cada uno emite
su monólogo en solitario, como si fueran prisioneros en la torre de sus
respectivas campañas o en la mesa que ocupan dentro de la escenografía de un
canal de noticias. Van a tener que trabajar a destajo los productores de
televisión que desean un debate presidencial. Los políticos argentinos hablan
mucho de diálogo, pero sentarse a compartir el plano les parece cosa del
diablo. Por otra parte, como observó Margarita Stolbizer, la concentración en
esas tres figuras inclina la mesa hacia el lado de los grandes jugadores.
La noche del lunes fue triste, y me atrevería a decir que no tiene mucha
competencia por el podio de la degradación política.
© Escrito por
Beatriz Sarlo el domingo 17/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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