La gran confusión…
Indecisiones. Dibujo: Pablo Temes
Cómo las necesidades que movilizan a los votantes articulan con la nueva
representatividad de los espacios políticos.
El actual proceso electoral está
poniendo blanco sobre negro cuestiones que evidencian las transformaciones y
desafíos a que está siendo expuesto el sistema político argentino. Por
un lado, el tradicional sistema de representación política basado en partidos
de fuerte identidad, sostenidos en anclajes sociales y culturales, está siendo
sustituido por la convergencia de espacios políticos, muchos de ellos de
perfiles ideológicos sustantivamente diferentes y en muchos casos competidores
electorales en un pasado reciente (y de manera aún más extravagante,
compitiendo paralelamente en territorios y fórmulas distintas).
¿Qué elementos los amalgaman? Desde lo
estratégico, el objetivo es ganar espacio en las estructuras de poder
político ya sea para crear masa crítica que permita –en el caso de las
fuerzas de oposición– vencer al oficialismo, o bien para buscar posicionarse
esperando por tiempos políticos más favorables. Desde lo operativo, a través de
candidatos de origen variado, pero cuyo principal atributo es poseer un alto
nivel de conocimiento público y estar bien ubicados en las encuestas.
No importa tanto su historial político. Es más, cuanto menos
“contaminado” de política, mejor.
En el actual mercado de la política hoy se
intercambian sin pudor carnets de membresías a la cooperativa de partidos de
que se trate, a condición de portar: buena imagen pública, poder de convocatoria
y, además, capacidad de generar recursos en campañas cada vez más difíciles de
financiar. Pero las suscripciones de socios pueden durar poco.
No hay un esprit de corps que no claudique
frente a propuestas más tentadoras o resultados electorales más seguros que permitan alcanzar al menos objetivos menos
altruistas que aportar al bien común.
El travestismo es otro fenómeno recurrente
en esta campaña, sumando al desconcierto general y a un reforzamiento del
descrédito y la desconfianza hacia la política y los políticos. La fuga de
dirigentes hacia el peronismo o hacia el macrismo, las dos fuerzas que en las
encuestas aparecen en los últimos meses con una relativa supremacía sobre el massismo, ha sido moneda corriente por estos días.
Por ello, el desafío de
reconstrucción de los lazos de representatividad entre los actores políticos y
sociales es complejo y se impone como prioridad. Cierto es que la
sociedad reclama eficacia en los resultados, esto es, soluciones a demandas y
problemas concretos entre los que el bienestar económico y una mayor equidad
social aparecen como centrales. Pero reclama además probidad y coherencia en su
dirigencia, transparencia y juridicidad en los actos de gobierno, amén de una
Justicia independiente como instrumento privilegiado para lograrlo.
La
idea que existe hoy en la sociedad es la de una demanda de continuidad,
paralela a la del cambio
Más preocupante aún es el malestar de la
población frente a la imposibilidad de ver reflejadas sus demandas y
necesidades en fórmulas simplistas encorsetadas en la dicotomía cambio y
continuidad. ¿Es el eje continuidad vs. cambio el que finalmente
decidirá la orientación que tendrán los electores?
Según este enfoque, el éxito electoral sería obtenido por
aquel dirigente político que más eficazmente administre esta ecuación. Sin
embargo, los criterios que deciden el voto ciudadano son mucho más complejos.
En primer lugar, “cambio” es un término políticamente
polivalente. Un “significante vacío” que no tiene por sí mismo especificidad
programática y puede adoptar diferentes contenidos, orientaciones e intensidad.
Un buen ejemplo de ello es la campaña de Barack Obama de
2008 y de Zuluaga en
Colombia de 2008, en la primera el significante “cambio” fue una de las
principales y más eficaces piezas de su estrategia retórica. Pero ese
concepto recogía una demanda que fue desplegada no sólo en múltiples públicos y
slogans sino que fueron propuestas programáticas para llevar adelante la visión
de país que Obama tenía para los Estados Unidos. Lo opuesto sucedió en
Colombia, donde la propuesta cambio-continuidad fue un fracaso, pues no logró
sintonizar correctamente ni convertir en propuestas concretas la demanda de
cambio del electorado.
Consensos. La
mayoría de los argentinos expresa hoy un fuerte consenso negativo respecto a
las políticas de seguridad (88,5% de rechazo), el rumbo de la economía (83,6%),
el reclamo de transparencia de los actos de gobierno y el estilo de gobernar
(74%) o la relación con el Poder Judicial y el Congreso (76,4%) y quiere
propuestas de cambios y aspira de la dirigencia propuestas de cambio sobre
estos temas. Existen también demandas de cambio –aunque de menor intensidad– en
las políticas sociales (56,8% de rechazo), la política de DD.HH. (53% de
rechazo) o la Ley de Medios, todas ellas emblemas políticos de la
gestión de gobierno de CFK. Lo que hay allí son posiciones que
polarizan claramente a la sociedad.
Si se lo mira desde los electores de los
distintos candidatos, se observa que: los electorados de Macri y Massa
muestran perfiles casi idénticos: tres de cada cuatro se pronuncian por un
cambio respecto de políticas y estilos de gestión del actual gobierno.
Entre quienes expresan la voluntad de votar a Scioli, la
mitad aspira a un cambio y la otra mitad demanda continuidad. Los perfiles
de los votantes de Urribarri y Randazzo son idénticos: dos tercios se
pronuncian por la continuidad y un tercio por el cambio.
Se puede conjeturar que la idea que existe hoy en la
sociedad es la de una demanda de continuidad, paralela a la demanda de cambio,
que responde al carácter fuertemente difuso, ambiguo, “líquido” (al decir de
Bauman), que adquiere esta última noción en la opinión pública. A diferencia de
lo que ocurría en 1999, por ejemplo, cuando los contenidos que debía asumir la
salida del menemismo eran claros y consensuados (mantenimiento de la
convertibilidad + ética pública), eje sobre el cual la Alianza construyó un
exitoso posicionamiento electoral; en la actualidad, no se presenta en la
oferta partidaria una dirección definida de las transformaciones demandadas ni
existe aún un candidato en condiciones de tomarlo creíble como oferta
electoral.
Una alternativa política que logre intervenir en esta
ambigua dualización conceptual generando propuestas enmarcadas en una visión de
modelo de país es la que probablemente tenga más chances de alcanzar el éxito.
© Escrito por la Socióloga y
Analista de Opinión Pública, Graciela Römer, el sábado 25/04/2015 y publicado
por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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