¿Quién mató a Nisman?...
Rehenes. Dibujo: Pablo Temes.
Señales
inquietantes. Todo huele mal en torno a la muerte del fiscal. Su denuncia. Las
cartas de Cristina. Las bandas de los espías. Y un Estado Pandilla.
A Nisman le dieron pistas
falsas. Lo sostuvo la Presidenta y también una autoridad jurídica como Zaffaroni, ecuánime evaluador de cualquier cosa que concierna al kirchnerismo. A su
vez, Nisman, hace cuatro años, calificó como falsa la denuncia de Pepe Eliaschev sobre las negociaciones secretas con Irán. O sea que la que había sido “una falsedad” se convirtió
más tarde en el núcleo de sus acusaciones a la Presidenta y al canciller.
Nisman afirmaba en su
escrito que existía un plan para encubrir a los imputados iraníes. Y daba los
nombres de una pandilla: D’Elía, Esteche, Yussuf Khalil, el camporista del
riñón presidencial Andrés Larroque, Héctor Luis Yrimia y Allan, de quien
todavía no podemos estar seguros si servía o no al Gobierno, estuviera o no en
la nómina de la SI. En caso de que las operaciones hayan sido confiadas a esos
sujetos, el panorama es tétrico.
Epistolario. El apresuramiento de Nisman por regresar a la Argentina
abre preguntas todavía sin respuesta. Muchos kirchneristas se conduelen por una hija suya que estuvo tres horas sola en el aeropuerto de Barajas,
como si éste, y no la muerte violenta de su padre, fuera el trauma de esa
criatura.
La Presidenta, en su primera carta a los argentinos, no se olvida de mencionar a sus dos vástagos, Flor y Maximito, pero
no tiene una palabra para la familia del fiscal. Todo sucede en esa carta
como si quien la escribió fuera insensible. A la Presidenta le falta
imaginación moral.
El estilo de esa primera carta es el de una enredada divagación, cuya
chatura no impide que todo suene inapropiado y casi delirante. ¿La
Presidenta no sabía que su carta iba a ser leída como la reacción oficial del gobierno
argentino en el exterior?
De la segunda carta de la Señora Presidenta mejor no hablar. Nisman fue un cabeza de chorlito que le hizo caso a
Stiuso (sólo porque así se lo había ordenado Néstor Kirchner) y si la Argentina
le vende granos a Irán en algún momento, la Señora, con previsora táctica, le
indica a la AFIP la lista de las empresas exportadoras. Si la primera carta era
insensata, ésta es cruel y vengativa. Cristina Kirchner no escribe a la
altura de la función que desempeña.
Llora por mí, Argentina. En la marcha del lunes pasado en Plaza de Mayo, vi un cartel que decía: “Nisman no se suicidó. Lo mató el miedo a la
verdad”. Aunque se gritaban insultos a la Presidenta y su movimiento histórico
(otro cartel: “Gobierno asesino y ladrón, mataste a Nisman”), había más
gente emocionada y confundida que colérica. Muchos se abrazaban, buscando
un cuerpo a cuerpo, un colectivo, un sujeto cuyo plural superara la confusión.
Muchos lloraban.
Cuando los ciudadanos creen entender qué sucede, incluso cuando se
equivocan, esta creencia es tranquilizadora. Por el contrario, cuando no se
entiende, poco sirve atribuir una culpa a alguien. Esa noche en la Plaza,
quienes culpaban al Gobierno no podían encontrar un relato que apoyara esa certeza,
porque los fragmentos de “datos” y “hechos” pertenecen todavía hoy a una esfera
oscura y cambiante.
La pesadilla no es sólo lo sucedido. La pesadilla es no entender lo que
sucedió. Las pruebas que iba a presentar Nisman hablan de un
pacto cuyos frutos serían de todos modos injustos para con las víctimas e
irrisorios en términos de interés nacional. Si la denuncia de Nisman tenía
bases ciertas, nos vendíamos barato.
El juego peligroso. Quizá dentro de
veinte años, un historiador escriba este capítulo de nuestra política
internacional señalando dos ejes: el amateurismo de la conducción diplomática
local y el giro de la Argentina dentro de las zonas de influencia planetarias.
En ese giro, el amateurismo argentino creyó que podía comportarse como país “grande”
cuando, en realidad, ponía en práctica una estrategia poco responsable para un
país que es tercera línea en la geopolítica mundial.
Y por si esto no alcanzara, están los espías y los servicios de
inteligencia, una estructura de poder desconocida que cambió de jefe en diciembre. Ese cambio fue un presagio.
Algo iba a suceder porque,
sencillamente, nadie previó la enorme dificultad de reformar un servicio de
inteligencia cuyos jefes no quedan nunca del todo a la intemperie. Mayor
dificultad todavía si el nuevo jefe designado no es un experto. Mayor aun si,
frente a un organismo típicamente corporativo como son los servicios, la Señora
se ocupa de la única corporación que le quita el sueño: el periodismo y la
megaempresa de Magnetto.
Argumento para Walsh. En su segunda
carta, la Presidenta afirma que la operación contra el Gobierno no consistió en
la denuncia de Nisman, promovida por Stiuso, sino en su asesinato. Las
acusaciones del fiscal fueron simplemente un motivo aparente para que
se pensara que sus (futuros) asesinos provenían del Gobierno.
Flor de trama para quien quiera ser el Rodolfo Walsh de esta
etapa, aunque desconfío que haya aspirantes en el kirchnerismo. Walsh investigó
el caso Satanowsky denunciando a los servicios y a un general del Ejército.
Casi sesenta años después, sujetos igualmente protegidos por años de impunidad
y chapucería política intervienen ya no en la disputa por la propiedad de un
diario (como sucedió en el asesinato de 1957), sino en una guerrilla
cuyo escenario son los niveles más altos del Estado.
© Escrito por Beatriz Sarlo el sábado 24/01/2015 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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