Default moral…
Todos los economistas de los candidatos de la
oposición pronostican que llegaremos a diciembre de 2015 sin ninguna disrupción traumática del
orden social, con la macroeconomía enclenque pero entera, para luego, en 2016, pegar un gran salto de
prosperidad a
partir de la llegada del próximo gobierno, o sea, ellos.
Se parecen a esos presidentes
de las cámaras
de inmobiliarias (o casi cualquier actividad) que siempre dicen que
la propiedad no cae porque decirlo sería contribuir a aumentar la caída. Y
ningún candidato quiere que haya un terremoto económico en los meses finales del kirchnerismo,
porque parte del costo de los platos rotos también lo pagaría el gobierno que
venga.
Pero la situación es mucho
más complicada de lo que dicen públicamente (desde esta columna se la bautizó
como “un 2002 en cuotas”).
Porque el kirchnerismo ya se
convirtió en parte del problema de la crisis económica, y
aunque mañana tomase medidas acertadas, como deberían ser, contrarias a su
prédica de años, no sería un creíble implementador. A lo que agrega una de sus
peores herencias de 12 años: la profundización
del embrutecimiento económico de la sociedad, confundida con
prejuicios, mitos, ideas obsoletas o mundialmente probadas como falsas, que la
frustración de 2002 hizo necesarias para rescatar un mínimo de autoestima
colectiva pero que el kirchnerismo,
en lugar de repararlas, las aprovechó para profundizar su oscurantismo.
El problema venía de antes
porque a una crisis como la de 2002 no se llega simplemente por un error de
cálculo económico. Las “tormentas perfectas” (bajo precio de las commodities,
revalorización del dólar, crisis financiera internacional, etc.) son siempre
los disparadores de los desenlaces de una acumulación previa de “errores de
cálculo” que hablan más de deficiencias del carácter de los actores que de su
capacidad matemática.
Y lo mismo podría decirse de
la crisis de 1989, cuando el colapso no fue por una megadevaluación con default
de deuda, como en 2002, sino por una
hiperinflación, otra forma de default con los acreedores internos.
El recuerdo de Alfonsín habría estado presente en el reciente diálogo que le
adjudican a Cristina Kirchner con Kicillof: “Ahora viene lo peor, tenés que
estar al frente de cada batalla. De candidaturas hablaremos el año que viene.
Lo principal es frenar a los loquitos que nos quieren fuera del gobierno antes
de tiempo... ¡Les
quiero demostrar que no soy Alfonsín!” (ojalá lo fuera en
tantos otros aspectos, más allá de los desaciertos económicos del ex
presidente).
Pero que nuevamente, cada 13 años, se repita un terremoto
económico, y tras las experiencias de 1989 y 2002 se prevea un
2015 cataclísmico habla de un default moral que trasciende lo económico.
Argentina no es un país
pobre, tampoco es un país con más injusticia social que todos los países
emergentes y cualquier otro de Latinoamérica, ¿entonces por qué tenemos
crónicamente conmociones socioeconómicas como las que se sucedían en Africa o
Asia Central?
La respuesta tiene una sola
palabra: administración.
Malgastamos nuestros recursos, los administramos mal. Macri viene sosteniendo
que el problema es que
siempre gobiernan los mismos, refiriéndose a los peronistas,
aunque tácitamente estaría incluido el radicalismo en la misma crítica.
El
kirchnerismo tiene una tesis parecida sobre la decadencia argentina y la atribuye
a que siempre son los mismos los que tienen el poder (le asignan a Zannini
decir:
“Hasta ahora sólo llegamos al gobierno, no tenemos el poder”).
Desde esa
perspectiva, que Macri fuera presidente podría significar solamente que no
gobernara un representante de peronismo pero que el poder siguieran teniéndolo
los mismos. Un ejemplo sería que el PRO –correctamente– comenzó a cobrarle el
impuesto a los ingresos brutos a Netflix, Spotify o iTunes pero no a los casinos de Cristóbal
López, y cuando la Corte Suprema iba a fallar en contra del
casino de Puerto Madero, un apurado acuerdo entre el Gobierno de la Ciudad y el
de la Nación salió a salvar a López para que la Corte no lo condenara.
Claramente algo no cambia en la Argentina, sin
importar quién gobierne. Probablemente no se trate de un
partido, de una corporación –como los sindicatos– siempre controlada por el
peronismo o de un grupo de poderes fácticos. Lo que no cambia es la cultura que
da lugar al tipo de partidos, de corporaciones y de poderes fácticos que
construimos.
En Brasil, sin Eva Perón, una
mujer que de adolescente fue empleada doméstica como Marina Silva puede llegar
a presidente, y ya lo hizo un obrero como Lula. Algo intuía Moyano cuando,
siendo aliado de los Kirchner, decía que a
la Argentina le faltaba un presidente obrero y Cristina
Kirchner le respondía diciendo que ella también era una trabajadora. Algo falso
ahí había. Menem, Kirchner, Scioli (discípulo de Menem), Massa (originado en la
Ucedé): ¿qué hay de auténticamente obrero en esa representación? La misma
sospecha les cabe al Partido Obrero (PO) y al Partido de los Trabajadores
Socialistas (PTS) –dilemas de Berni en la Panamericana–, cuya mayoría de sus
bases proviene de los estudiantes más que de las fábricas.
Vender optimismo (o, por lo menos, no vender
pesimismo) es la consigna de los candidatos y sus economistas. El positivismo
sciolista convertido en himno universal es la táctica de campaña electoral
económica. Pero el año y tres meses que falta hasta diciembre de 2015 será una eternidad
y obligará a los candidatos y sus economistas a cambiar ese discurso.
Así como previo a 2002 la
convertibilidad, al superar la crisis del Tequila en 1995, hizo más
fundamentalistas a sus creyentes, el actual
modelo de inclusión social con matriz diversificada, al superar
la llamada crisis de las hipotecas de 2009, hace creer a los economistas K que
imprimiendo más papel moneda, haciendo que el Estado intervenga más en la
economía, podrán cruzar el 2015. Con esa receta lo más probable es que agudicen la crisis.
Parece que los gobernadores
peronistas están comenzando a darse cuenta de que les quedan por pagar tres
medios aguinaldos y 15 meses de sueldo hasta diciembre de 2015. Y que son altas las posibilidades de perder la
marca “PJ garante de gobernabilidad”.
Otro de los mitos que
precisamos inventarnos.
©
Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 07/09/2014 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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