El teléfono celular…
Me
confesaba una señora hace algunos días que, mientras se dirigía
hacia su casa en bus, una joven que iba en el asiento de al lado, colgada del móvil, le contaba a
su interlocutor durante todo el trayecto una historia tan apasionante, que la señora, cuando llegó a
su parada, decidió no bajar. Sólo
lo hizo dos paradas más allá, para poder enterarse de cómo terminaba la
historia. El móvil, querámoslo o
no, ha cambiado nuestras vidas, nuestro sentido de la intimidad, de la soledad
y la instantaneidad. Quizás algunos lectores de cierta edad podrán recordar
todavía cuando era necesario "poner una conferencia". "Tienen
dos horas de demora", avisaba la telefonista, y a veces no se conseguía
hablar porque las líneas estaban saturadas.
Nuestros abuelos e incluso algunos de
nuestros padres vivieron sin el móvil, como subsistieron sin Internet,
sin reproductores de mp3, computadoras, pda y otros
descubrimientos tecnológicos. Cabe preguntarse si eran o no más felices que
nosotros, tan intercomunica-dos, pero a veces tan solitarios en medio de la
tecnópolis.
Sería interesante saber hasta qué punto
sociológica, psicológica y cotidianamente han cambiado nuestras vidas con
la invasión del móvil o "celular" (en España, con más de 50
millones de líneas, son más celulares que españoles, que son 45 millones), cabe
preguntarse en qué hemos ganado y qué hemos perdido o podemos perder con este
masivo advenimiento.
No hay duda que tal adminículo, que de mero
teléfono se ha convertido en minicomputadora cargada de
prestaciones -agenda, oficina portátil, conexión a internet, reproductor
de música e imágenes, cámara fotográfica y de video, máquina de juegos,
plataforma publicitaria y sobre todo terminal de mensajería- ha disparado las
cifras de un gran negocio y desde luego ha facilitado nuestra
vida, en la misma medida que ha creado nuevas necesidades.
Como todo invento, en sí mismo es bueno. Todo
depende de cómo se use. La imprenta, el tren, el automóvil y el avión
cambiaron nuestras formas de relacionarnos. Pero en el momento en que el coche,
por ejemplo, se convirtió en Leviantán de nuestras carreteras, nos puede crear
dependencias, gastos abusivos y, sobre todo, de hecho se está
tragando vidas humanas. La televisión es otro gran invento, pero puede
convertirnos en estúpidos integrales, si la tenemos todo el día
encendida y no sabemos seleccionar nuestra dieta de imágenes.
El celular nos acerca a la familia,
amigos, compañeros, socios o clientes, y de qué manera. Nos facilita la comunicación
e información. Nos da seguridad, y, como cuenta el profesor Domingo Gallego,
puede prestar libertad e incluso liberación a poblaciones aisladas. Pero
también está destruyendo el lenguaje de nuestros adolescentes, fomenta una
comunicación trivial y un gasto absurdo ("Fulanita, ¿le has cambiado los
pañales al niño?" Las tarifas españolas son unas de las más abusivas de
todo el mundo) y es uno de los instrumentos que contribuyen más al "ruido
ambiental" (falta de silencio, de estar con uno mismo), a no parar,
síndrome de nuestro tiempo. Rara es la clase, la conferencia, la
proyección de una película, hasta el oficio religioso donde no suene un
móvil. ¿Y qué me dicen de la proliferación de contestadores, esas diabólicas
máquinas con que las empresas se liberan de nuestras preguntas y reclamaciones?
Quizás, como en tantas cosas, nos convendría hacer
un alto en el camino y dejar sonar, sin respuesta, nuestro teléfono,
para reflexionar en qué nos hace crecer y en qué retroceder en nuestra
alegría y paz interior.
Mario Benedetti, cuenta
qué se trajo consigo Mambrú cuando regresó de la guerra: "Señores
no sé de qué me están hablando. Traje una brisa con arpegios, una paciencia que
es un río, una memoria de cristal. Un ruiseñor, dos ruiseñoras, traje una
flecha de arco iris y un túnel pródigo de ecos. Tres rayos tímidos y una sonata
para grillo y piano. Un lorito tartamudo y una canilla que no tose. Traje un
teléfono de ensueño y un aparejo para náufragos. Traje éste traje y otro
más. Y un faro que baja los párpados, traje un limón contra la muerte y muchas
ganas de vivir. Fue entonces que nació la calma y hubo un silencio
transparente…, y Mambrú viejo y joven y único sintió por fin que estaba en
casa".
© Escrito por Pedro M. Lamet el Domingo
31/08/2014 y publicado por la Revista Umbrales de la Ciudad de Montevideo,
República Oriental del Uruguay.
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