Los costos del
inevitable acuerdo con los buitres…
“Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España.” (Miguel de Unamuno, en la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936.)
Don Miguel pronunció este
famoso discurso, mirando sin pestañear, al general rebelde Millan Astray, que
estaba a su lado, y acompañado en el estrado por una banda de falangistas y
legionarios africanos, quien varias veces llevó su mano a la cartuchera y no se
privó de gritarle, a pleno pulmón, “¡Viva la muerte!”.
Nada más cierto que aquello
de que los hechos históricos a veces se visten de tragedia y a veces como
farsa. Pasan los años pero el poder siempre tiene esos modales, cuando de
apretar se trata, pero a veces llega al límite teatral de, por ejemplo, la
pintoresca visita de la American Task Force Argentina, que no llegó exhibiendo
pistolas ni fusiles sino convidando caviar y champagne a sus amigos mediáticos
locales. Pero no se privó de nada a la hora de las amenazas a la Argentina, una
nación soberana, cayendo a tal fin en los mayores excesos y sin juzgar
necesario probar la razonabilidad de sus reclamos.
Esa fue la cara “técnica” de
su misión. Pero no faltó la nota tragicómica. Así, vinieron a decirnos a los
argentinos que, en cuanto pagáramos el valor nominal de los bonos que ellos
compraron por monedas, tal decisión actuaría como un conjuro que permitía
resolver viejos problemas argentinos, como la restricción externa y la
inflación, al tiempo que dispararía una ola de inversiones originadas en los
Estados Unidos. De paso, la señora Nancy Soderberg, integrante del mencionado
grupete, aprovechó para exigirnos, inopinadamente, el pronto cumplimiento del
Artículo IV del reglamento que establece las normas de control para los países
miembro, del FMI.
Vale decir que no solo se
consideran en una situación de poder suficiente como para imponer la solución
que más les place, habida cuenta de la sentencia Griesa y su ratificación por
las instancias superiores en la Justicia norteamericana sino que, además,
piensan que los argentinos somos un rebaño de estúpidos capaces de creer
tamañas fábulas, como si hubiéramos atravesado en vano la experiencia de los
años ’90.
Descartan la persuasión, que
supone un diálogo razonable entre las partes donde cada uno valora los costos
que el otro deberá pagar y cuánto él está dispuesto a conceder, así como se
consideran los efectos sobre terceros (por ejemplo el 92,4 por ciento de los
acreedores que ingresaron en el canje). Por el contrario, creen poder
convencernos por una fuerza tal –ese poder se apoya en resoluciones jurídicas
carentes de equidad, sumadas a su capacidad de lobby en el gobierno
estadounidense– que hasta les permite amenazarnos con cerrarnos el mercado
americano de carne vacuna en ese país o conseguir que Chevron se retire de Vaca
Muerta.
Según algunos analistas, la
magnitud de bonos a emitir, comparados con los indicadores de nuestra deuda
soberana, aun en caso que la emisión de nuevos bonos por la Argentina
comprendiera al total de los holdouts que no ingresaron al canje, no afectaría
decisivamente nuestro coeficiente de endeudamiento con acreedores externos. Eso
se verá con el tiempo y en función de cómo evolucione nuestra capacidad de pago
en moneda extranjera. Cabe recordar que la actualidad del balance comercial no
está para tirar manteca al techo.
Lo cierto es que la Argentina
fue llevada contra la pared, extorsionada por lo peor de la especulación
financiera y ello ocurrió en un contexto internacional de crisis que atraviesa
el capitalismo, que si algo lleva a cuestionar es a la expansión desmedida, sin
regulaciones, de las formas especulativas.
En lo que a nosotros nos
toca, estamos frente a la evidencia de una correlación de fuerzas muy adversa
para nuestro país, integrada por el poder económico más codicioso, sin vínculo
alguno con la producción real y carente de escrúpulos sobre las consecuencias
de sus actos sobre la gente de carne y hueso. Y todo ello con el respaldo de la
ley americana. Y nuestra debilidad es la única razón que justifica aceptar,
como mal menor, buscar un acuerdo para superar las presiones que están
ejerciendo sobre la Argentina.
Utilizando un argumento tan
pueril como el ya mencionado de las ventajas que nos proporcionará llegar a un
acuerdo para liberarnos de la carga que supone el reclamo buitre, sus asesores
legales afirman –y sus hombres de prensa locales difunden– que graciosamente
aceptarían un tratamiento similar al empleado para pagar con bonos las deudas
con el Club de París, los juicios en el Ciadi y la indemnización a Repsol.
Ignoran que en el caso de la
recuperación de YPF, Argentina abonó un precio que resultó ser equivalente a la
mitad de lo reclamado originariamente por la empresa española. Y ello se pactó
recuperando activos físicos que desde su vuelta a la empresa con participación
estatal ha proporcionado una masa importante de ganancias que fueron
reinvertidas, todo ello sumado al próspero futuro que la empresa tiene a
mediano y largo plazo.
Con el arreglo con el Club de
París se solucionó un litigio de larga data con los gobiernos de las naciones
industrializadas; originariamente los mismos, en algunos casos, se vincularon
con proyectos de infraestructura y otros fueron operaciones de país a país.
Resolver esta cuestión permite sensatamente esperar que ello aliente futuras
inversiones extranjeras dirigidas a ampliar la producción de bienes y servicios
en la Argentina. En el caso del Ciadi, se advierten muchas similitudes con las
otras dos situaciones.
Ninguno de estos ejemplos es
asimilable al de los buitres, fondos que jamás le prestaron un dólar a la
Argentina y ahora debemos reembolsarles el 100 por ciento del valor nominal por
papeles que compraron a precio de remate. Esto se asimila más al dinero que
alguien se ve compelido a poner para rescatar a una persona raptada que a
ninguna de las figuritas jurídicas divulgadas en los últimos tiempos como
“buenas experiencias”, a seguir vendiéndolas como infalibles metodologías para
volver al mercado de capitales.
La Argentina, en efecto, ha
sido objeto de un chantaje y vale la pena decirlo con todas las letras, por más
que irrite a los buitres y sus amigos locales. ¿Qué duda cabe? Y ese es el dato
relevante y cabe distraerse discutiendo qué ocurrirá con los coeficientes entre
deuda y producto, así como qué márgenes ellos otorgan, aunque debiéramos
entregar bonos por un solo dólar.
Buscar desviar la atención y
ocultar la evidencia de la extorsión, hablando de impericia o malos modales en
nuestros negociadores –cuando éstos representan un gobierno que ha cargado
sobre sus espaldas los pésimos resultados para el interés nacional que tuvieron
los ruinosos negocios del pasado– solo puede ser entendido como una chicana
política, otra más, diseñada mediáticamente para distraer acerca de los
responsables del latrocinio y desestabilizar, gota a gota, día a día, al
gobierno popular.
© Escrito por Héctor Valle,
Director de YPF, el Domingo 19/07/2014 y publicado por el Diario Página/12 de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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