Gueto
de Varsovia… Otro 19 de Abril…
Este
19 de abril, como todos los 19 de abril, recordamos el levantamiento del Gueto
de Varsovia, y la obligación de esta memoria abarca tanto a los héroes que
lucharon como a todos los otros, los que murieron en silencio, en la
imposibilidad siquiera de pelear. Desde la Noche de Cristal en noviembre de
1938 hasta la derrota del nazismo en mayo de 1945, no hubo un día de esos
terribles años en el que no ocurrieran matanzas, deportaciones, vejaciones,
destrucción y cada uno de esos días merece un instante de recordación.
Es
obligación recordar la inmensa riqueza de la vida en aquellas pequeñas aldeas,
pueblos, ciudades, la cultura y la lengua, el idish, los hábitos y las
costumbres de más de 5000 comunidades judías que formaron parte de Europa
durante más de un milenio. La destrucción de todo aquello significó la pérdida
irrecuperable de un mundo, el que fue mi mundo antes del horror.
En
estos días recuerdo mi ciudad natal, Lodz. Y su gueto, en el cual fui encerrado
junto a mi familia. Entre 1940 y 1944, la Alemania nazi usó centenares de
métodos para matar a la población del Gueto de Lodz. En un principio,
impidiendo la entrada de medicamentos para aquellos que los necesitaban y
reduciendo la alimentación al mínimo. Muchos murieron. Pero no eran suficientes
en el cálculo de los nazis entonces comenzaron con las deportaciones que en
realidad no lo eran. Se trataba de “traslados”. La gente era informada de que
iba a ser trasladada a otro lugar y para ello debían tomar sus pertenencias
consigo. No eran deportaciones; el destino era la muerte. En 1943, comenzaron
las así llamadas por los nazis “selecciones”. Casa por casa, los niños y los
ancianos eran “deportados” hacia la muerte.
El
Gueto de Lodz fue el primero en establecerse en Polonia en 1941, y el último en
liquidarse, en 1944. Su constitución era diferente al resto de los guetos. La
ciudad de Lodz había sido anexada como parte del Tercer Reich y no constituía
en sí un territorio ocupado. Respondía a estrictos planes y cálculos por parte
de los nazis. Sus habitantes no eran sólo los judíos de Lodz. A él llegaban de
distintos países, de ciudades de Alemania, de la entonces Checoslovaquia y de
muchos otros lugares.
En
un comienzo, pensábamos que pasaríamos la guerra dentro del gueto y que íbamos
a sobrevivir allí. No nos dábamos cuenta de cuál era el verdadero plan:
liquidarnos. Al gueto no ingresaban alemanes, no existían pogroms. Era como un
país al interior de otro, con su propio gobierno, diario, estampillas, moneda.
Era el único gueto que estaba completamente cerrado. Allí adentro la vida
seguía, la vida cultural y social y las actividades de los distintos grupos
políticos continuaban.
En
1942, fueron liquidadas pequeñas poblaciones cercanas a Lodz. Sus habitantes,
en su mayoría, eran transportados a Chelmo, a la muerte. Los aptos para el
trabajo llegaban al Gueto de Lodz. Fue entonces que nos empezamos a dar cuenta
de lo que realmente ocurría.
En
1943, ya escuchábamos noticias sobre la situación mundial, la guerra, en fin,
el mundo exterior que rodeaba al gueto. Yo tenía como tarea encomendada ir a
ver periódicamente a un activista de nuestro movimiento –Bund– que tenía una
radio que había logrado conservar oculta. El escuchaba la BBC de Londres y a mí
y a otros nos contaba lo que estaba ocurriendo. A su vez, yo debía transmitir
las noticias a otros para así ir informando a todo el gueto. Recuerdo el
mensaje que recibí: “Todos los transportes –deportaciones– de Lodz van hacia
Chelmo, donde todos son asesinados”. Yo no supe qué hacer con esa noticia. La
verdad es que ni recuerdo si la transmití a mi familia y amigos.
En
1944, entre mayo y julio, hubo transportes incesantes, continuos. La gente, al
principio, se resistía a ir. Pero finalmente se rendían. El hambre, la
enfermedad, no permitían resistir. A pesar de saber, nadie imaginaba lo peor.
Los carteles que inundaban las calles del gueto aclaraban que aquel que no se
presentara para ser deportado sería fusilado. Los últimos transportes eran
aquellos que deportaban a los trabajadores de las fábricas y talleres.
Es
terrible pensar que para esa fecha, París ya había sido “liberada”, el sur de
Italia también y los soviéticos ya estaban en los alrededores de Varsovia. A
veces pienso que si el Ejército Rojo no hubiera detenido su avance hacia el
oeste de Polonia, cerca de ochenta mil judíos del Gueto de Lodz podrían haber
sido salvados. Lamentablemente, los soviéticos decidieron primero dejar que los
alemanes aplastaran el levantamiento de los polacos en Varsovia. Esto dio
tiempo suficiente a los nazis para liquidar el Gueto de Lodz.
No
puedo evitar que el dolor que me provoca la indiferencia se reafirme año tras
año. Casi nadie recuerda, ni conmemora. Cuando digo esto no pretendo condenar a
toda la humanidad por su indiferencia. Basta sólo con calcular las miles de matanzas
que ocurrieron durante todo el siglo pasado y comienzos de este, para entender
que es imposible conmemorar en una fecha a cada una, aun si se quisiera. Los
días del calendario no alcanzarían.
En
agosto de 1944, con la liquidación final del Gueto de Lodz, se cerró una vida
muy próspera como la vivida por los 250.000 judíos que habitaban Lodz; ciudad
tan dinámica y variada en su movilidad social, en sus gustos, en sus
pertenencias, donde convivían los jasídicos con los sionistas, los ortodoxos
con los socialistas, los ateos con los reformistas.
En
estos días me invade la tremenda tristeza de pensar que, en pocos años, con la
desaparición de los últimos sobrevivientes no habrá nadie que incline,
silenciosamente, su cabeza pensando en el mundo que fue.
El
19 de abril es un día de recogimiento, un día para nombrar cada uno de los
guetos, cada uno de los campos de exterminio y, si fuera posible, a cada una de
las víctimas.
El
19 de abril nos permite, a los sobrevivientes y al resto, anclar el recuerdo. Sabemos
que la memoria es muy frágil. Me incluyo entre los que necesitan establecer en
esa fecha, el 19 de abril, la condensación de todo lo ocurrido en esos
terribles años. Para poder seguir adelante, más de 70 años después, luchando
para que el peor flagelo que tuvo la humanidad en esos tiempos, la indiferencia
frente al dolor de los demás, no ponga en peligro la convivencia entre los
hombres.
© Escrito por Jack Fuchs sobreviviente de Auschwitz el
Sábado 19/04/2014 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
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