Ganadores
y perdedores…
Ucrania
sufre el asedio de Rusia, que aún no renuncia a sus pretensiones imperiales
propias del ya extinto ciclo soviético.
Gran parte de lo que está aconteciendo ahora mismo en el
centro y este de Europa hunde sus raíces en un acontecimiento descomunal que se
precipitó hace aproximadamente cinco lustros, la desaparición no solo de la
Unión Soviética, tal y como había sido fundada en 1917, sino del conjunto de
países que formaban parte de ese bloque al que la histórica frase del primer
ministro británico Winston Churchill denominó como naciones “detrás de la
cortina de hierro”.
Emitido
por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.
Gran parte de lo que está aconteciendo ahora mismo en el
centro y este de Europa hunde sus raíces en un acontecimiento descomunal que se
precipitó hace aproximadamente cinco lustros, la desaparición no solo de la
Unión Soviética, tal y como había sido fundada en 1917, sino del conjunto de
países que formaban parte de ese bloque al que la histórica frase del primer
ministro británico Winston Churchill denominó como naciones “detrás de la
cortina de hierro”.
La Unión Soviética, de la que formaba parte Ucrania, se
fundó en 1917 y permaneció dentro en las fronteras históricas de lo que era la
Rusia zarista hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Los
triunfos del Ejército Rojo en la lucha contra el fascismo y el nazismo
permitieron que las tropas soviéticas ocuparan una cantidad muy importante de
naciones del este y centro de Europa previamente ocupadas por las tropas
alemanas. Consecuentemente, ante la presencia militar soviética y mediante el
accionar de algunos partidos comunistas de Europa Central nacieron las llamadas
“democracias populares”, gobiernos asociados, aliados y sometidos a Moscú:
Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, y las excepciones de
Albania y Yugoslavia que permanecieron, de alguna manera, indómitamente ajenas
al poder soviético. Desde luego, la primera fue Alemania Oriental, bautizada
cínicamente “República Democrática Alemana”.
El mapa europeo de 1989, hace 25 años, exhibe un bloque
soviético gigantesco cuyos confines iban del Pacifico a las fronteras mismas
del occidente europeo. En el caso concreto de Alemania, la frontera del
comunismo, el llamado “socialismo realmente existente”, era precisamente la
República Federal de Alemania, y pauses vecinos como Austria, entre otros.
Comparar el mapa de esa Europa de hace 25 años con la
realidad actual revela el cambio sísmico que se produjo. Con la desaparición
del régimen soviético en Rusia recuperaron su libertad e independencia muchas
naciones que habían permanecido sometidas al poder soviético: los países
bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), las viejas naciones europeas del centro
de Europa y las ex repúblicas soviéticas (Bielorrusia, Ucrania, Georgia),
además de varias más, asiáticas y de prosapia eminentemente islámica, como
Azerbaiyán, Kazajstán, Tayikistán y Uzbekistán.
Esta Rusia de 2014, la Rusia de Vladimir Putin, es una
versión encogida y achicada del imperio soviético de fines del siglo XX.
Ucrania forma parte de esta historia. En realidad, la peripecia de Ucrania es
dolorosa y es sangrienta. El país se integró a la Unión Soviética en 1919 sin una
larga experiencia independiente como otros países, y atravesó, como uno de los
eslabones primordiales del poder stalinista, todos los mismos fenómenos
violentos y de planificación burocrática que caracterizaron al proyecto
socialista soviético: industrialización, granjas colectivas con control del
Estado, una historia que no logró nunca resolver una cuestión decisiva en
Europa, la vigencia del Estado nación.
Si se examina un mapa de Ucrania se advierte claramente
que el conflicto actual presenta unos matices que lo tornan especialmente
difícil de resolver. El centro y oeste de Ucrania, son fronterizos con Polonia,
Rumania y Moldavia, entre otros países, es de raigambre claramente occidental y
europea. Pero en el este de Ucrania la mayoría de la población es rusa puesto
que, como parte de la creación del poder soviético en el siglo XX, muchas
repúblicas fronterizas con Rusia fueron “rusificadas” en un sentido étnico y
grandes contingentes de población se fueron instalando a lo largo de las
décadas en esos países cuyos gobiernos mantenían relaciones de dependencia con
la Unión Soviética.
En consecuencia, el proyecto de la Ucrania occidental de
asociarse con la Unión Europea ha sido vivido, por una Rusia que no deja de
pensarse a sí misma como un imperio, sea capitalista o comunista, como una
traición o un peligro de división. Pero, además, hay otro problema delicado,
que solamente se entiende observando el mapa: no sólo este problema es grave,
sino que Ucrania incluye una región autónoma llamada Crimea. Crimea es una
península ubicada al sudeste de Ucrania, en los mares Negro y de Azov, menos de
cinco kilómetros de Rusia. La península que separa a Crimea de Rusia es tan
corta que podría perfectamente cubierta con un puente que se piensa construir.
En esa república autónoma de Crimea hay una importantísima base naval, hoy
rusa, ayer soviética, la base de Sebastopol. La decisión del presidente
Vladimir Putin de desplazar y estacionar tropas sobre Crimea, ha sido
presentada como un intento de proteger a una población de origen y lengua rusa
que supuestamente correría peligro si Ucrania, efectivamente, se convierte en
una nación asociada a la Unión Europea.
¿Qué es lo que está en juego, en consecuencia, en
Ucrania? El propio futuro de este país como nación europea independiente. Pero,
además, hay quienes piensan que también está en juego también la propia Rusia.
¿Rusia se postula para convertirse en nuevo imperio ahora con otro signo
ideológico, o se conforma con ser una importante Estado-Nación? Se plantea
también la polémica por el futuro de Putin, hombre que conduce con puño de
hierro un régimen que no es una dictadura en sentido estricto, pero que es
gobierno con altísima concentración del poder.
También está en juego el futuro de Europa, porque Rusia
no tiene las manos absolutamente libres. Rusia tiene una enorme dependencia
tecnológica y financiera de Europa, así como Europa tiene una enorme
dependencia del gas natural de Rusia. Como se ve, se trata de un juego en donde
todos pueden perder y eventualmente todos podrían ganar. Pero para que esto
suceda, sería indispensable que no aconteciera lo peor y que este clima de
conflicto que ha llevado a estas horas al jefe de la diplomacia norteamericana
a Ucrania, no termine en un baño de sangre, toda vez que los rusos en más de
una oportunidad -recordar Afganistán y Chechenia- han ejecutado, ya sea con el poder soviético o con el poder
capitalista- incursiones armadas en sus países vecinos.
Se puede entender la sensibilidad de Rusia como gran
potencia, pero el siglo XXI no debería quedar marcado por actos agresivos de
colonización o acciones intimidatorias típicas de la Guerra Fría.
Esto es lo que está en juego hoy en Ucrania. Puede
fácilmente deshacerse este conflicto si los seres humanos que en él participan
son sensatos, así como puede escalar y convertir al centro de Europa en un
polvorín. Ojalá que esto último sea lo que no suceda.
©
Escrito por Pepe Eliaschev el Miércoles 05/03/2014 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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