El secuestro de la ESMA...
El edificio de la ESMA podrá intercambiarse como una moneda entre los gobiernos de la Ciudad y la Nación, pero lo que allí sucedió pertenece al legado trágico de nuestro país. Sólo por eso debería evitarse hacer del terror un espectáculo.
El monumento a los judíos asesinados
en Europa debió esperar que pasaran sesenta años del fin de la guerra para ser
construido. Topografía del Terror, el mayor centro de documentación sobre el
nazismo, reconstruido como museo sobre los terrenos donde funcionaron la
Gestapo y las SS en Berlín, fue inaugurado en 2010, veinte años después de la
unificación de Alemania.
En la Argentina, en menos de cuatro
meses se elaboró un proyecto museográfico para que el próximo 24 de marzo el
edificio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, se llene de luces
y sonidos, tabiques y mucho vidrio para evocar las torturas, los nacimientos de
las presas cautivas, reconstruir la “capucha” y la “pecera”, ese simulacro de
redacción montado para las ambiciones políticas del almirante Massera, quien
quería ser el nuevo Perón de la Argentina. Un proyecto que pertenece a la
Presidencia de la Nación, a la Secretaría de Derechos Humanos y a la
Universidad de San Martín, y cuyo sustento legal es un convenio de abril de año
pasado por el que ya se anticiparon 500.000 pesos a la universidad.
Llama la atención en ese convenio la
cláusula que establece que “las partes se avendrán a las pautas de seguridad y
confidencialidad propias de la seguridad presidencial, manteniendo el decoro y
la reserva necesarias sobre toda información que por su naturaleza o contenido
reviste clasificación de seguridad y llegue a su conocimiento directa o
indirectamente con motivo de la ejecución de este convenio dentro del ámbito de
la Presidencia de la Nación”.
¿Qué hay tan secreto que proteja a
los funcionarios a perpetuidad? Si de lo que se trata en toda reconstrucción
del pasado es de que la luz pública saque de la oscuridad lo que en la
Argentina fue clandestino y secreto. ¿O será que la confidencialidad incluye el
sospechoso acuerdo entre el gobierno de la Nación y el de la ciudad de Buenos
Aires por el que la Ciudad se desentiende de los Sitios de Memoria del
Terrorismo de Estado, donde funcionaron los centros clandestinos, que hasta
ahora estaban bajo la custodia legal del Instituto Espacio para la Memoria?
El IEM, disuelto de hecho, fue
creado en 2002 como un ente público, autárquico, autónomo y plural, integrado
por una docena de organizaciones y figuras comprometidas en la defensa de los
derechos humanos, como el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
Si resulta saludable y necesaria
toda luz pública que saque de la oscuridad lo que en la Argentina fue
clandestino y secreto, el mayor contrasentido es que los gobiernos de la
democracia sigan actuando de manera autoritaria y de espaldas a la ciudadanía.
En nuestro país, la represión fue clandestina. Un rasgo oculto que contamina la
política y distorsiona la democracia, ya que los gobernantes eluden la
obligación de la transparencia y la información.
Como si se tratara del traspaso del
subte o la estatua de Colón, de manera inconsulta, casi en secreto, el gobierno
de la ciudad se desentiende de lo que les pertenece a los porteños como
tragedia y geografía. La ESMA fue el más tenebroso campo de detención
clandestina de Buenos Aires, cuyo edificio le fue restituido en 2004 y ahora lo
devuelve para que el gobierno nacional relance con un espectáculo electrónico
su desmentida “política de derechos humanos”, desde que designó al general
Milani al frente del Ejército.
El próximo 24 de marzo se cumplirán
diez años desde que la ESMA fue desalojada. El imponente edificio de la Avenida
del Libertador se vació de las lecciones de muerte para llenarlo de Memoria. No
para “incomodar a los cómodos” o “sacudir a los indiferentes”, como propone el
proyecto de museo, sino para aprender a vivir en paz. La resignificación de un
lugar de muerte es que enseñe a vivir en democracia, con respeto y tolerancia.
Los museos deben servir para aprender del pasado. No para reeditar los enfrentamientos
que llenaron de muertos nuestro país. La historia como aprendizaje, no como
venganza. Lidiar con el pasado no es sencillo para ninguna sociedad. Sin
embargo, la catastrófica historia de Europa en el siglo XX legó al mundo la
universalidad de los derechos humanos como el antídoto a aplicar.
En Alemania, la construcción de los
monumentos que recuerdan el nazismo no está exenta de polémicas. Sin embargo,
códigos de ética orientan la reconstrucción del pasado con claves muy precisas
para evitar los golpes bajos, eludir la injerencia de la política y, sobre
todo, para impedir que la historia no se utilice para adoctrinar mal a las
nuevas generaciones. Porque, tal como advirtió Hermann Broch en ese ataque a la
sociedad alemana que antecedió al nazismo, Los inocentes, de todos los
sufrimientos que los seres humanos somos capaces de provocarnos, la guerra no
es el peor mal, es sólo el más absurdo, ya que el primer legado de la violencia
es la insensatez. Y cuánta insensatez hay cuando el sufrimiento de tantos
argentinos se vive como desinterés, moneda de cambio o propaganda política. Al
final, el mayor contrasentido entre nosotros es que se invoca a los derechos
humanos y se ignora que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos.
El edificio de la ESMA podrá
intercambiarse como una moneda entre los gobiernos de la ciudad y la Nación,
pero lo que allí sucedió pertenece al legado trágico de nuestro país. Sólo por
eso debería evitarse hacer del terror un espectáculo.
© Escrito por Norma Morandini, Senadora Nacional por la Provincia
de Córdoba el miércoles 12/02/2014 y publicado por http://www.normamorandini.com.ar/?p=7360
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