sábado, 8 de febrero de 2014

Aprecios y desprecios... De Alguna Manera...


Aprecios y desprecios...

Presidentes Salvador Allende (Chile) y Juan Domingo Perón (Argentina)

Control o acuerdo, los precios siempre son el punto de fuga, el agujero que desagota el salario. El problema es el mismo, pero los remedios cambian. El aumento de precios ha sido y es un instrumento para aumentar ganancias bajando la capacidad adquisitiva del salario. En vez de control de precios, el Gobierno eligió el acuerdo de precios. Fue una apuesta a la madurez democrática. Disparar los precios, como pretenden algunos empresarios ahora es querer fusilar los salarios, pero además es suicida para el proceso de crecimiento económico del que también resultaron favorecidos los empresarios de todos los sectores de la economía.

Repetición y olvido, olvido y repetición, repetición y tragedia. Gobiernos populares, distribución del ingreso, aumento de la demanda, disparada de precios. “En esto, compañeros, ha habido siempre falsos mirajes producidos por los intereses. El que no quiere molestarse en nada dice que el Gobierno haga bajar los precios: el comerciante que quiere robar dice que lo que corresponde es dejar los precios libres.” Frases y frases: “Veamos y tengan calma; y espero que anoten bien nuestros enemigos. Veamos el aumento del consumo. La redistribución de los ingresos, el que compañeros que no trabajaban, trabajen, el que los que recibían menos de dos sueldos vitales tuvieran un reajuste superior al alza del costo de la vida, ha significado una mayor demanda”. Son frases de Perón y Allende, con sus diferencias, uno justicialista y el otro socialista, pero protagonistas ambos de gobiernos populares en un pasado en el que esos gobiernos nunca terminaban bien. Un pasado que abrió el camino de la violencia.

Todos los gobiernos que sucedieron a esos procesos se dedicaron a deconstruir, a retrasar y deshacer lo que se había avanzado. Fue un proceso de desigualamiento material, pero también en la cultura, en el cercenamiento de derechos y en el descrédito de las ideologías populares, en general de todas las formas de pensar que no profesaran la nueva fe de los Chicago Boys, del capitalismo salvaje y el neoliberalismo.

No hay demasiadas nuevas, también está en la historia que los golpistas prepararon el clima a través de periodistas y medios de la derecha conservadora que se dedicaron a amplificar la desazón y la angustia profetizando la llegada de un Apocalipsis final por culpa de esos “irresponsables” o “tontos” o “maliciosos” o “rojos” o “fascistas” o “ignorantes” o “corruptos”. Esa campaña nunca iba a reconocer que el verdadero pecado no era ninguno de ésos, sino las políticas de distribución del ingreso y ampliación de derechos, lo que equivalía a la pérdida de privilegios de las clases acomodadas. Alguna de esas injurias pasaron de moda, pero la mayoría se vuelve a escuchar o leer ahora como una letanía que acompaña siempre a procesos o medidas que afectan intereses. Hubo personajones que criticaron por izquierda los avances de esos procesos y que, olvidándose de sus falsas y grandiosas nacionalizaciones y socializaciones con las que se opusieron a las que sí se hacían, se sumaron sin vergüenza a estas campañas conservadoras. Tampoco eso es nuevo.

“Hace pocos días dije al pueblo de la República, desde esta misma casa, que era menester que nos pusiéramos a trabajar conscientemente para derribar las causas de la inequidad creada a raíz de la especulación, de la explotación del agio por los malos comerciantes.” Eso decía Perón en 1953. El ingreso al consumo de cientos de miles de trabajadores había llenado los bolsillos de empresarios y comerciantes. Y a su vez, estos empresarios y comerciantes subían los precios y saboteaban el proceso que los había enriquecido. Los precios eran el punto de fuga de las políticas igualitarias. Tanto Perón como Allende y como en general todos los gobiernos populares democráticos de ese ciclo histórico tuvieron que plantearse el control de precios.

“Sin embargo, como he dicho hace un instante –decía Allende en 1971–, ha habido escasez de productos, por el mayor poder de compra de las masas, por la tendencia al acaparamiento de ciertos sectores que compran más de lo que necesitan. Hay una presión psicológica que hace que la gente compre más de lo que necesita.”

En esos mismos discursos, con diferencia de casi veinte años, pero insertos en el mismo ciclo histórico con los mismos paradigmas, Perón y Allende insistían en el control de precios por parte del aparato estatal y con la participación popular. Tanto Perón como Allende decretaban los precios de todos los artículos y después vigilaban su cumplimiento con policía y sindicatos, en el caso de Perón, y con los carabineros y las Juntas de Abastecimiento Popular, en el caso de Allende. Ninguna de las dos experiencias pudo evitar que se extendieran el mercado negro, la especulación y el desabastecimiento que abonaron el clima y le dieron excusas al golpismo. Hubo consecuencias positivas y negativas de esas medidas. Durante un tiempo pudieron contener la presión y resguardar el crecimiento de la calidad de vida de los trabajadores y de los sectores populares. Pero, por otro lado, generaron un fenómeno que fue inevitable hasta para la Revolución Cubana que, a diferencia de los gobiernos de Perón y Allende, controla todo el proceso productivo y de comercialización.

El kirchnerismo eligió un camino intermedio, que dio también resultados intermedios. En vez de intervenir por decreto en la marcación del valor de los productos, intentó hacerlo a través de acuerdos con los formadores de precios. Y matizó el acuerdo con advertencias enérgicas para quien no cumpliera, encarnadas durante muchos años por el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, el “cuco” del kirchnerismo. En todos estos años se usaron medidas de todo tipo, algunas más y otras menos ortodoxas para que el efecto “precios” no se derramara sobre toda la economía. El Gobierno ha sido cuestionado por los índices del Indec y por negarse a hablar en público de inflación o a darle entidad mediática. Fue una desgastadora disputa de poder en la que el Gobierno evitó intervenir por decreto en la economía, pero usó las mismas armas políticas, mediáticas y psicológicas que aplican los formadores de precios.

El resultado hasta ahora muestra que los precios fueron aumentando, pero no se pudieron comer los progresos del salario ni de calidad de vida. Es un resultado discutido, impuro. En esa pelea, el Gobierno se ganó una lluvia de críticas por manejos o actitudes, pero logró una resultante positiva. Tampoco se acumularon tensiones que llevaran a la especulación desaforada o a un mercado negro considerable.

En los últimos días la excusa ha sido el dólar que tironeó de todas las variables y creó un cuello de botella. El peso se devaluó y ahora toda la coacción está otra vez sobre los precios. El Gobierno mantiene la decisión de no decidir por decreto sobre el dólar ni los precios. E insistió con la política de acuerdos. Pero al mismo tiempo exhortó a una participación ciudadana en el control para que los valores acordados sean respetados. De manera espontánea surgió una idea original como la huelga de consumidores de ayer en los supermercados, muchos de los cuales participaron en los acuerdos con el Gobierno, pero han sido los primeros en inventar trampas para no respetarlos. La huelga de consumidores puede ser una herramienta poderosa si se masifica porque interviene en el mecanismo básico de oferta y demanda de los mercados. Y hubo organizaciones sociales que decidieron movilizar para controlar que se cumplan los precios acordados. Sin embargo, no se puede decir que haya control ni congelamiento de precios. Lo que hay son precios acordados de una canasta básica en diferentes áreas que se busca que funcionen como referentes del mercado para evitar las remarcaciones arbitrarias.

Más allá de la estrategia oficial, además de causas económicas, las corridas contra los precios tienen un fuerte componente político, siempre de carácter antidemocrático y muchas veces de carácter golpista. Son acciones que agreden a la mayoría de la sociedad, sin importar si son kirchneristas o no. Y después de treinta años de democracia, los argentinos recién están aprendiendo a reaccionar contra estas movidas antidemocráticas. Los protagonistas no son los militares, pero, en definitiva, los objetivos son los mismos que los de los viejos golpistas. Frente a ellos, la sociedad tendría que reaccionar en forma conjunta, por encima de los colores partidarios. Sería interesante saber lo que pensarían Perón y Allende de estas situaciones.

© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


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