Alerta médica por la salud
emocional de la Presidenta…
Noche de furia en el centro de
operaciones electoral K. Encierro en Olivos. Reacción en Tecnópolis. Los
efectos de la derrota electoral en Cristina: preocupación de sus médicos y de
varios funcionarios. Hubris, la enfermedad del poder.
Ya se sabe que la noche del
domingo 11 no fue fácil para la Presidenta. A la hora que llegó al hotel
Intercontinental, el olor a derrota se extendía por cada uno de los salones y
las habitaciones tomadas por el Frente para la Victoria. Con el paso de las
horas, la irreversibilidad de los datos adversos ahondó el agobio de la
penuria. En un momento, pues, la Dra. Cristina Fernández de Kirchner dio rienda
suelta a su enojo. Se escucharon entonces gritos y reproches a varios de sus
funcionarios. En el final apareció el llanto. Fiel al estilo del relato del
kirchnerismo, hubo una orden tajante: nada de esto debía trascender.
Llevó algún tiempo recobrar la
calma. Una maquilladora debió trabajar sobre el rostro de la Presidenta para
tapar los efectos de las lágrimas y del enojo. El mandato era claro: todos los
que acompañaran a la jefa de Estado en su discurso debían lucir alegres. El
clima tenía que ser de festejo. Cada uno intentó hacer lo suyo de la mejor
manera posible. El único que no lo logró fue Daniel Scioli: la expresión de su
cara fue el retrato de una amarga –muy amarga– derrota. Las cámaras, sin
embargo, fueron implacables, y, por lo tanto, las secuelas del llanto
presidencial lleno de furia quedaron a la vista de todos.
Alerta médica. Los médicos de la
Unidad Presidencial estuvieron en alerta durante todos estos días. Anida en
ellos un sentimiento de preocupación. No es para menos: la labilidad emocional
de Fernández de Kirchner, circunstancia que acontece de consueto, se ha
acrecentado en estas horas de pena y enojo.
“Trato de no cruzármela porque
cuando me ve me grita”, reconoce un funcionario que celebra el hecho de que,
debido a sus nuevas tareas, debe pasar ahora mucho menos tiempo que antes en la
Casa Rosada.
A la “aparente” felicidad y
alegría que la Presidenta exhibió en la noche del domingo, le siguieron dos
días de encierro en Olivos en los que no se la vio. El impacto de la derrota en
la provincia de Buenos Aires la afectó fuertemente. A ese estado de abatimiento
le siguió otro de furia. Fue eso lo que se vio durante el crescendo de su
discurso en Tecnópolis y en su catarata de tuits, hechos que dejaron muy
preocupados a varios miembros del Gobierno. “Con discursos como éste, Sergio
(Massa) no necesita hacer campaña”, sentenció uno de los gobernadores que la
escuchó con azoro.
Los altibajos anímicos se ven
exacerbados por el entorno de soledad que rodea a la jefa de Estado. La
ausencia de Néstor Kirchner se hace cada vez más presente. El ex presidente no
sólo era su esposo sino también la única persona que le podía ofrecer
protección y contención ante la adversidad. “No le traigan malas noticias a
Cristina”, era lo que no se cansaba de repetirles a los miembros de su
Gabinete. En la derrota de 2009, el que dio la cara por todo el Gobierno fue
él. Uno de los grandes problemas que enfrenta hoy la Presidenta es la soledad
que el poder ahonda. Y eso no se resuelve con ningún medicamento.
Efectos políticos. Claro que la
labilidad emocional de Fernández de Kirchner tiene también consecuencias
políticas. Su enojo y su ira no son inocuos. Muchos de los que ganaron el
domingo están preparados para sufrir la eventualidad de castigos que afecten sus
respectivas gestiones.
El mencionado discurso de
Tecnópolis tuvo, además, un mensaje alarmante: el menosprecio de la voluntad
popular y la profundización de la confrontación y la división. La ira no es
sólo un pecado capital sino también un estado emocional bajo el cual se pueden
llegar a tomar decisiones o decir cosas de consecuencias imprevisibles. Un
ejemplo de ello fue el famoso discurso del general Perón del “por cada uno de
los nuestros que caigan, caerán cinco de ellos”, frase de la que se arrepintió
toda su vida.
Enfermedad del poder. Al estado
de labilidad emocional de la Presidenta hay que agregarle la del síndrome de
Hubris, una de las manifestaciones más claras de la enfermedad del poder. En la
antigua Grecia ya se hablaba de actos o conductas hubrísticas, que eran
definidas como acciones en las que una persona poderosa hacía alarde de gran
orgullo y autosuficiencia y trataba a los otros con desdén. Al mencionar estas
posturas, Aristóteles señalaba que el placer producido por esa conducta radicaba
en satisfacer el deseo de superioridad que la persona tenía sobre los otros.
En el año 2009, la
prestigiosísima revista científica Brain publicó un artículo señero sobre el
tema, firmado por los doctores David Owen y Jonathan Davidson. Owen es neurólogo
y psiquiatra inglés y Davidson es psiquiatra de la Universidad de Duke, en los
Estados Unidos. El artículo se titula: “Síndrome de Hubris: ¿Un trastorno de la
personalidad adquirido? Estudio de los presidentes de los Estados Unidos y de
los primeros ministros británicos en los últimos cien años”.
Al definir el síndrome, los
autores enumeraron los siguientes síntomas:
- Tendencia narcisística del líder a ver el mundo primariamente como una arena en la cual ejercer el poder y buscar la gloria.
- Una predisposición a adoptar decisiones que, en apariencia, le dan al líder una gran imagen.
- Una desproporcionada preocupación del líder en su imagen.
- Una manera mesiánica de hablar acerca de hechos cotidianos y una constante exaltación de sí mismo.
- Una identificación del líder con la nación, o la organización al extremo de considerar sus apetencias y las necesidades del país como idénticas.
- Una tendencia a hablar en tercera persona.
- Una excesiva confianza de la persona en su propio juicio y poco aprecio por el consejo o la crítica del otro.
- Un exagerado autoconvencimiento del líder, rayano con la omnipotencia, en lo que puede llegar a lograr.
- Una actitud de creer de que antes que responder a la ciudadanía, el líder está destinado a hacerlo ante la historia.
- El convencimiento del líder de que la historia lo reivindicará.
- Una progresiva pérdida de contacto con la realidad acompañada de un creciente aislamiento.
- Desasosiego e inquietud.
- Una tendencia a dar curso a una visión autocomplaciente de la rectitud moral de un determinado curso de acción, para obviar la necesidad de considerar otros aspectos del mismo, como su practicidad, sus costos y la posibilidad de un resultado diferente al deseado.
- Una incompetencia hubrística, es decir, que las malas decisiones del líder no se corrigen debido a su autosuficiencia que lo lleva a menospreciar los posibles efectos adversos de una determinada medida política.
Asociaciones. Algunos de estos
rasgos son compartidos con el trastorno narcisístico de la personalidad. En
otros casos, se observa una asociación con el trastorno bipolar.
Se considera que el síndrome de
Hubris es un mal producido por el poder cuyos síntomas remiten una vez que la
persona lo ha dejado. El elemento clave es que el Hubris es un trastorno
causado por la posesión del poder, particularmente cuando su ejercicio se ha
mantenido por años bajo condiciones de mínimo control y ha estado asociado a
algunas decisiones que fueron consideradas exitosas por la población.
Las subsecuentes vicisitudes
electorales parecen incrementar la probabilidad de una crisis hubrística y de
un síndrome de Hubris. El enfrentar una situación contradictoria también. La
lista de hombres y mujeres que ejercieron el poder y que padecieron el síndrome
de Hubris es relevante. Entre
los presidentes de los Estados Unidos están: Theodore Roosevelt, Woodrow
Wilson, Franklin Delano Roosevelt, John Fitzgerald Kennedy, Lyndon B. Johnson,
Richard Nixon y George Walker Bush. Entre los primeros ministros británicos
están: David Lloyd George, Neville Chamberlain, Winston Churchill, Anthony
Eden, Margaret Thatcher y Tony Blair.
En silencio. No hay que abundar
en detalle para determinar que en la conducta de la Presidenta se evidencian
varios de los síntomas del síndrome de Hubris. El problema es que ella no se da
cuenta de ello y los que se dan cuenta no se atreven a decírselo. Esa es la
dimensión que existe entre los funcionarios del Gobierno.
¿Tiene tratamiento el síndrome de
Hubris? El artículo de Owen y Davidson acomete la cuestión y da la respuesta:
* “A medida que crece la
efectividad de los tratamientos psicológicos de los trastornos de la
personalidad, es concebible que los individuos que padecen síndrome de Hubris,
trastornos narcisísticos de la personalidad y otras afecciones afines se
muestren más receptivos a recibir ayuda, sabiendo que pueden tener mayor alivio
que en el pasado.”
* “Los beneficios más probables
que derivan de una mayor conciencia social del Hubris son que, en la medida que
las expectativas cambien, los líderes en todos los órdenes de la vida sientan
una obligación mucho mayor a aceptar y no resistir los mecanismos de control
social prescriptos en los regímenes democráticos, como el límite de un máximo
de ocho años establecido para los presidentes de los Estados Unidos y la
renuncia a buscar re-reelecciones.(…). Debido a que un líder político intoxicado
de poder puede tener efectos devastadores sobre mucha gente, hay una especial
necesidad de crear un clima de opinión pública por la que se haga a esos
líderes más responsables de sus acciones.”
Esta es la compleja situación por
la que atraviesa hoy la Presidenta. Como tantas otras circunstancias de la vida
política, esto plantea un dilema de cuya resolución depende el futuro de su
gobierno y del país. Es imprescindible que Fernández de Kirchner recobre el
equilibrio emocional, por su salud y por el bien de todos. La necedad, de la
que lamentablemente suele jactarse, la dejará atrapada en las redes del
síndrome de Hubris, una enfermedad del poder cuyas consecuencias negativas
siempre padece la sociedad.
Producción periodística: Guido
Baistrocchi.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 18/08/2013 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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