“Rayuela”:
La novela que revolucionó la forma de leer cumple 50 años…
Cortázar.
Con un gato y una cámara de fotos, en París hacia fines de los 60. La década en
la que escribió Rayuela.
La
publicó Julio Cortázar en 1963, cuando estaba exiliado en París. Es una obra
literaria clave del “boom” latinoamericano. Se tradujo a más de 30 lenguas.
Para que una novela se convierta en un clásico se requiere, ante todo, un comienzo definitivo, inolvidable, y Rayuela lo tiene: “¿Encontraría a la Maga?”. Pero como si fuera poco, el libro que acaba de cumplir 50 años se puede empezar y terminar de distintos modos. Basta abrir el libro para encontrar el emblemático “Tablero de dirección”, que advierte que “a su manera, este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Compuesta por 155 capítulos, el tablero propone dos formas de leer: como estamos acostumbrados, de principio a fin del libro, o saltando de una parte a la otra, siguiendo un orden discontinuo y prefijado por el autor.
Rayuela salió el 28 de junio de 1963, mientras los Beatles sacaban su primer disco y el mundo inauguraba oficialmente los años sesenta. Julio Cortázar no era ajeno a los aires de su época, pero su historia como escritor ya tenía varias batallas encima. Además de los poemas y las obras de teatro con seudónimo (Julio Denis), que Cortázar publicó bien de joven, fue Jorge L. Borges quien editó por primera vez el relato “Casa Tomada” en la revista Los anales de Buenos Aires, en 1946.
En los 50 lanzó tres
libros de cuentos fundamentales, que son evidencia suficiente de su genio: Bestiario,
Final de juego y Las armas secretas. En 1951, espantado del
peronismo, se mudó a Francia y ahí vivió hasta su muerte, en 1984 -así, el año
que viene se cumplen 30 años de su muerte y un siglo de su nacimiento. París
fue una influencia central en su literatura, y él luego ayudaría a agigantar el
mito de esa ciudad contemplada desde América Latina. En una época de grandes
cambios y centralidad para la región, que encarnaba en los 60 la esperanza de
una nueva izquierda, la literatura de Cortázar estuvo entre las que lideró el
“boom”, esa apuesta editorial de la que salieron obras como Cien años de
soledad, de Gabriel García Márquez ,y La ciudad y los perros, de
Mario Vargas Llosa, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. El
boom puso a la literatura latinoamericana en un lugar en el que nunca había
estado, a la vista de todos. En el corazón de esa generación estuvo Rayuela,
porque fue uno de los primeros y más arriesgados. Decenas de escritores han
reconocido el efecto liberador de su lectura. En ese sentido, fue un libro
fundante.
Es posible que esa cualidad
anticipatoria haya contribuido para que la novela se convirtiera, con los años,
en un manual de iniciación literaria. Para que este efecto funcione, la novela
tiene que apelar a la identificación entre el lector y los personajes. Cuando sale
Rayuela, la juventud, tal como la concebimos hoy, es un fenómeno
cultural de invención reciente... El tiempo lo premió con la fidelidad de los
jóvenes, que siguen siendo sus lectores más devotos. “Cuando lo terminé pensé
que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad, y
la gran maravilla es que encontró sus lectores en los jóvenes”, diría unos años
después el escritor.
Pero no todo fue sencillo de
entrada para Rayuela. En Argentina, un país con un campo literario tan
activo e inclemente, donde hasta los escritores más geniales son discutidos, no
esquivó esa coyuntura, y algunos de sus libros, sobre todo el Libro de
Manuel, fueron idolatrados y destrozados. La novelista Sylvia Iparraguirre
-próxima al grupo de la revista El escarabajo de oro, dirigida por
Abelardo Castillo-, recordó: “Sigo pensando, más allá de mis objeciones
personales, que es una muy respetable novela, una novela clave en la literatura
argentina. También pienso que hay momentos que hoy resultan insoportables:
cuando se reúnen a escuchar jazz en la casa de la Maga, cómo hablan y hablan y
esos personajes, que son todos muy parecidos; el tono sensiblero de la carta al
bebé Rocamadour. Esa es la vulnerabilidad de Cortázar: una retórica sobre la
que pasó el tiempo. Hubo además una moda Rayuela, desastrosa para el
propio Cortázar”.
En estos días de homenajes y
semblanzas, el escritor y editor Damián Tabarovsky disparó: “Para mí, y para
muchos de mi generación, Rayuela nació ya cursi, remanida, llena de
recursos demagógicos, y, casi me animaría a decir, sociológica: encarna -igual
que Sabato en otro extremo- el gusto de una clase media argentina que se
imaginaba en ascenso social y suponía que, vía Cortázar y otros como él,
accedía a la alta cultura, a la divulgación de la vanguardia francesa, al
último grito de la moda de la novela moderna”.
Una de las posibilidades más
seductoras que ofrece Rayuela es la de tratar de desentrañar cómo fue
armando el propio autor ese prodigio de ensamblado y la técnica narrativa. En una
entrevista, Cortázar precisó: “Sólo cuando tuve todos los papeles de Rayuela
encima de una mesa, toda esa enorme cantidad de capítulos y fragmentos, sentí
la necesidad de ponerle un orden relativo. Pero ese orden no estuvo nunca en mí
antes o durante la ejecución de Rayuela. Escribía largos pasajes sin tener la
menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo”. Uno de
los documentos más reveladores de ese proceso de escritura es el Cuaderno de
bitácora, un cuaderno de 164 páginas que el autor le regaló a la lingüista
Ana María Barrenechea, editado por Sudamericana y cuyos originales están en la
Biblioteca Nacional. El crítico literario Juan José Mendoza lo describe así:
“Aparecen frases sueltas del tipo: “París, enorme metáfora”. Se leen párrafos
que, ampliados, aparecerán luego entre los capítulos definitivos.
El diario
también posee papeles intercalados. Dibujos, citas. Menciones al escritor
Marcel Schwob y al pintor Paul Klee. Se leen cosas como “El tipo es más macho
que la puta que lo parió”. A propósito de la Maga escribe: “Sentirse plus,
sentirse gato, sentirse aire”.” La primera edición de la novela, por lo demás,
agotó en un año la tirada precavida de cuatro mil ejemplares. El editor de
aquella edición fue Paco Porrúa, además de su amigo, uno de sus mejores
lectores. En un puñado de cartas (siempre fue un activo corresponsal; han sido
editados cinco tomos de correspondencia personal), Cortázar le fue anticipando
a su editor que estaba trabajando en un libro fuera de lo común: “El resultado
será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra. Una narración hecha
desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me
rechaza la relectura y dudo de que me atreva a mostrarlo a alguien, y otras
veces tan puro, tan poco literario”. La rayuela es un juego de chicos, una
especie de talismán que nos proyecta al paraíso lúdico de la infancia.
Su
título no es sólo una referencia a la complejidad formal de la estructura (esa
posibilidad de ir para un lado o para el otro), sino también una clara alusión
a lo lúdico y lo juvenil, dos pilares de lo que conocemos por cortazariano
. A medida que pasó el tiempo, el libro nunca dejó de reimprimirse, y hoy es un
sostenido long seller que vende 30 mil ejemplares por año en español. Traducido
a más de veinte lenguas, es una máquina narrativa que no para. ¿Cómo lo leerán
los japoneses? ¿Qué encontrarán ahí los checos o los rusos? No lo sabemos pero
estamos seguros de que, como ninguna otra novela argentina, trascendió los límites
de la literatura nacional. El escritor en lengua castellana más influyente de
las últimas décadas, el chileno Roberto Bolaño, destacó que Cortázar fue su
mayor inspiración para varios de sus libros, sobre todo en Los detectives
salvajes, la novela que ahora leen muchos jóvenes.
El efecto Cortázar se
multiplica.
© Escrito por Mauro Libertella el sábado
30/06/2013 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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