Destinos...
Cristina Fernández y Héctor Timerman.
Lo más triste es que para muchos terminó siendo, en
definitiva, “cosa de judíos”, resultado tenebroso, pero coherente con la
Argentina profunda. No es saludable engañarse ante evidencias tan inocultables.
El Gobierno avanzó porque lo dejaron. Nada especialmente fuerte consiguió
frenarlo.
Odio mentar en temas graves situaciones personales.
Pero si efectivamente la Argentina supo hace dos años que Cristina Kirchner
negociaba pactar con Irán fue porque yo lo destapé aquí, en PERFIL. ¿Qué hizo
entonces la AMIA? Su presidente, Guillermo Borger, aceptó el ultimátum oficial
y dijo que mi primicia era un delirio, una mentira, algo inconcebible, la obra
“de un loco”. Alberto Nisman, el fiscal de la causa, no se quedó corto: se
valió de varias comisiones de la Policía Federal para citarme personalmente de
manera perentoria. Me “exigía” concurrir a declarar munido de documentación que
acreditara de qué fuentes me había valido para informar lo que hoy ya se
consumó. La Argentina e Irán han pactado, es así. Cristina lo hizo.
Intimidadas, confundidas, poco preparadas, las
conducciones comunitarias venían retrocediendo hace años. Cristina en este caso
fue coherente. Contrató primero al oscuro y oblicuo Sergio Burstein como su
agente preferido, y lo puso junto a la DAIA y la AMIA en las patéticas
excursiones a la ONU en Nueva York.
Ambas entidades aceptaron en silencio la imposición.
Después, Cristina resolvió que el delegado argentino ante la ONU permaneciera
en la Asamblea General de la ONU escuchando la habitual logorrea venenosamente
antisemita de Ahmadinejad. También eso aguantaron.
Finalmente, en diciembre Héctor Timerman se apareció
en Pasteur 633 para explicarle a la conducción judía las bondades del acuerdo
con Teherán. Lo recibieron bien, interesados y muy afables. Esa deferencia
implicaba olvidarse de que, casi dos años antes, la decisión de pactar con Irán
había sido admitida por la propia Presidenta.
El 30 de diciembre pasado escribí aquí: “La patraña
funcionó. Habrá que reconocerle a Héctor Timerman que esta vez le fue bien.
Succionada desde hace ya varios años por el Gobierno, que ha manejado su
‘cuestión judía’ con endiablada habilidad, la representación política de la
colectividad recibió al ministro de Exteriores y en definitiva avaló sus tratos
con Irán. Producto inexorable de una asombrosa candidez unida a una acendrada
decisión de ser protegida por el Gobierno, la DAIA le permitió al emisario de
Cristina Fernández configurar el escenario preferido por la Casa Rosada (…)
para hacerse avalar en sus turbias gestiones con el régimen de la República
Islámica de Irán”.
La respuesta de la DAIA no se haría esperar. A las
pocas horas, el vicepresidente primero de la entidad, Waldo E. Wolff, me
despachó una carta donde me dijo: “Tal vez usted pretenda a la DAIA como un
instrumento al servicio de su posición opositora. Digo, la que ostenta hoy,
señor Eliaschev. Es que siendo yo un demócrata, acepto, respeto y tolero que
ande Ud. saltando de corriente en corriente política a lo largo de su vida todo
lo que desee, tal cual en efecto lo ha hecho. Pero no utilice para sus
excursiones partidistas a nuestra DAIA. Le hace daño. No a los dirigentes. Sino
a la comunidad judía. Cuando nuestra independencia sirve a sus fines es
‘lógica’, y cuando no lo hace, es motivo de un agresivo usufructúo político
mediático. Aunque no tengamos acceso a las vidrieras de exposición mediática
que Ud. tiene, no me encontrará timorato ni silencioso ante agravios y ofensas.
Es realmente triste ver cómo el atentado a AMIA/DAIA, que nos afectó a todos,
aparece como funcional a quienes buscan pararse sobre los escombros y
dictaminar quiénes son los dueños de la verdad y están limpios para denostar al
resto” (subrayados míos).
El 11 de enero de 2013, el propio presidente de la
DAIA, Julio Schlosser, fue al programa Código Político de TN y le dijo a Julio
Blanck: “¿Con quién quieren que me siente a negociar, con Suecia? ¿De qué me
sirve?”. Para el presidente de la DAIA, “sentarse a negociar con Irán”, en
cambio, servía. Sigue hoy al frente de la DAIA.
Mezcla desafortunada de candidez, inexperiencia y
alineamiento ideológico, las conducciones de la comunidad judía fueron
cortejadas y mimadas por un kirchnerismo que en los primeros años no avalaba
todavía la deriva antisemita de Luis D’Elía tras ser reclutado por el régimen
de Irán.
Desde que, con el protagonismo alevoso de Timerman, se
produjo la apertura a Irán, la colectividad titubeó y deambuló confundida.
Cuando ya estaba todo cocinado, su reacción fue insuficiente e inexorablemente
estéril. El Gobierno se ha manejado con sobresaliente astucia. Después de
Timerman y Burstein, sólo le restaba el toque final, el agravio de los
agravios, que los destinatarios de la matanza aceptaran asociarse con los
victimarios. Curiosa versión criolla del síndrome de Estocolmo. Lo consumaron.
De los 257 diputados de la Cámara, se presentaron a la
sesión 245 (hubo 12 ausentes). El pacto con Irán fue votado a las dos de la
mañana por 131 diputados, contra 113 que se opusieron. Una curiosa cofradía le
dijo voluntariamente sí a Teherán, incluyendo a los legisladores Mara Brawer,
Isaac Benjamín Bromberg, Carlos Salomón Heller, Beatriz Graciela Mirkin y
Adriana Victoria Puiggrós. En el Senado, ya lo habían hecho Daniel Fernando
Filmus y Beatriz Rojkés de Alperovich.
Cada uno de estos argentinos ¿argentinos? (el senador
Miguel A. Pichetto dixit) es dueño de su destino y de su odio consigo mismo.
Tiempo al tiempo.
©
Escrito por Pepe Eliaschev el sábado 02/03/2012 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.
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