Preguntas sin respuesta. El peligro de que
lo firmado se convierta en un tratado que complique a la Argentina. Los errores
de una Comisión de la Verdad que no podrá impartir justicia. Qué busca Irán.
¿Hacia un acto de estupidez histórica?
Hace unos días, los
ministros de Relaciones Exteriores de la Argentina y de Irán firmaron un
memorando de entendimiento sobre la cuestión del atentado a la AMIA. Los memorandos
de entendimiento son una de las formas básicas utilizadas para acordar
formalmente la voluntad de dos o más partes, por lo general representantes de
gobiernos. La forma más elaborada y compleja es el tratado. A diferencia del
memorando, el tratado compromete la voluntad de una nación, y su incumplimiento
genera sanciones. Al obligar a la nación y no sólo al gobierno que
ocasionalmente los firma, los tratados requieren la aprobación del Poder
Legislativo.
Por lo tanto, lo que fue
firmado en Etiopía no requiere aprobación legislativa. Pero, curiosamente, el
texto firmado indica lo contrario: “Este acuerdo será remitido a los órganos
relevantes de cada país, ya sean el Congreso, el Parlamento u otros cuerpos,
para su ratificación o aprobación de conformidad con sus leyes”.
Esta dista de ser una
cuestión formal. Si se sigue el procedimiento legislativo, el memorando
devendrá tratado y se convertirá en ley. Su vigencia se prolongará en el tiempo
con independencia de los gobiernos. Si, por ejemplo, al final de este oscuro
sendero se acordara una indemnización a los familiares de las víctimas en lugar
del enjuiciamiento y condena de los culpables (así sucedió en Libia con el
atentado ordenado por Kadafi al vuelo 103 de Pan American), nunca podríamos
volver atrás.
Una aprobación
legislativa de este acuerdo significaría entonces que la Argentina, no sólo el
Gobierno actual, habría aceptado la impunidad.
¿Qué busca el
memorando-tratado? Al inicio del texto se señala el objetivo de la acción
conjunta: “Se creará una Comisión de la Verdad compuesta por juristas
internacionales para analizar toda la documentación presentada por las
autoridades judiciales de la Argentina y de la República Islámica de Irán”.
Aquí se nota otra
originalidad del memorando-tratado: la creación de una Comisión de la Verdad
entre dos países. Este es el primer caso en que una comisión de este tipo no
está compuesta por partes del mismo país. En todos los casos conocidos, una
Comisión de la Verdad se forma entre dos o más sectores de una sociedad para
que todos den su testimonio sobre un conjunto de hechos sucedidos, siempre
violentos y que generaron muertes, persecuciones y destrucción.
Una Comisión de la Verdad
se establece para saber lo que pasó, no para castigar a los culpables. Quienes
la componen reconocen que los responsables de los delitos no podrán ser
enjuiciados y acuerdan la reconstrucción histórica; se ponen rostros a los
victimarios. Unos no tienen poder para enjuiciar y los otros poseen el
suficiente para no dejarse enjuiciar.
Extrañamente, tras varias
críticas, llegando a calificar el acuerdo de “trampa”, miembros de la DAIA y la
AMIA dijeron hace cuatro días –en un llamativo cambio de posición– que “ahora
que les habían aclarado lo que se quería decir en el texto, veían su utilidad”.
Disculpe, lector, mis reiteraciones, pero lo hago tratando de evitar la
engañosa ilusión de quienes sufren: la intención de los tratados no se aclara,
se escribe. Si hay una intención por parte del Gobierno que va más allá del
texto, esa intención no tiene valor. Lo que vale es lo que está escrito, no su
interpretación.
El memorando-tratado
reemplazará a la Justicia. Irán puede mostrar lo que acordó, y allí no hay una
sola palabra que obligue o sugiera la posibilidad de un juicio.
La Comisión de la Verdad
no es la antesala de la Justicia. Siempre ha sido así. El magistrado Raúl
Zaffaroni sostiene que éste es el comienzo del camino judicial y que fue una
equivocación hablar de Comisión de la Verdad. Qué error notable para un juez:
el nombre designa correctamente lo que es, y no hay nada en el texto que
indique la posibilidad de acción judicial posterior. Lo que no está en el
tratado no está en el mundo.
Otro hecho llamativo,
sobre el cual no se ha oído ninguna explicación, es la inexplicable razón por
la cual el presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, firmó este texto. A cambio de
aceptar que sus funcionarios testimonien ante esta Comisión y autoridades
judiciales argentinas, ¿alguien explicó qué gana Irán?
Hace casi 18 años que
sucedió el atentado, uno de los más grandes actos terroristas antijudíos desde
el final de la Segunda Guerra en el mundo. Sin embargo, el régimen iraní
convivió con la sospecha sin que pareciera sacarle el sueño. ¿Por qué ahora
este afán de purificación? Puede, lector, que mi información limitada me lleve
a ignorar cosas obvias. Pero no imagino, ni vi que otros conocieran, la razón
de la contrición.
El presidente
Ahmadinejad, lamentable producto de la historia del último medio siglo de su
país, no es un individuo con quien se pueda hacer un acuerdo. Es responsable de
una brutal represión interna, de la muerte de muchos de sus compatriotas que
objetaron los resultados electorales, es homofóbico y niega la existencia del
Holocausto. Es un activista del negacionismo. Organizó en su país congresos
“mundiales de expertos” para demostrar la falsedad histórica de la Shoah, la
catástrofe humana del siglo XX. En esos congresos estuvieron presentes
escritores, actores, políticos de varios países, casi todos ellos con condenas
de cárcel en sus países por delitos raciales.
En el atentado a la AMIA
murieron 85 personas. Eran trabajadores y estudiantes argentinos, chilenos,
bolivianos y polacos. Y ahora, el Gobierno nos dice, lector, a usted, a mí y otros
muchos, que deberíamos creer que no sólo no se podrá hacer justicia, sino que
la verdad sobre las causas de esas muertes será indagada por representantes de
un país que desconoce, rechaza y niega la exterminación de seis millones de
personas.
Creo que cometeríamos un
acto de estupidez histórica. Pero si Irán no buscó esto, ¿quién lo hizo? ¿Por
qué?
En el pasado mes de
octubre, la agencia de noticias iraní FARS publicó la siguiente información:
“El presidente iraní Mahmud Ahmadinejad dijo que una vez que las
investigaciones tuvieran lugar de forma precisa e imparcial, recién entonces se
habrá preparado el terreno para la expansión de las relaciones comerciales
entre Irán y la Argentina”. Por lo tanto, el señor Ahmadinejad pone (¡él, no
los argentinos!) como condición la investigación, y, una vez que quede bien
claro todo, nuestro país podrá aumentar sus exportaciones.
El negacionista quiere la
verdad sobre 85 muertes, la mayoría judía. Parece que, entonces, si nosotros
permitimos que se conozca la verdad, tendremos como recompensa un comercio
ampliado. Hoy vendemos por valor de 1.200 millones de dólares e importamos por
veinte millones. ¿Cuánto más vale la verdad?
¡Qué historia rara,
lector! Si el Congreso aprueba este memorando, será tratado y no tendremos
vuelta atrás. Por lo menos, tratemos de no comprometernos para siempre con este
“hecho histórico”. Que sea, sólo, una de las tantas cosas de este Gobierno, que
serán desandadas. No le pongamos a la impunidad el sello de la nación.
© Escrito por Dante Caputo el domingo
03/03/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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