Identidad de clase…
Siendo opuesto en tanto, Kicillof
comparte con Boudou el mismo problema de identidad de clase. El grupo
socioeconómico al que ellos y sus familias están integrados se siente
perjudicado por sus acciones. Pero el vicepresidente mitiga las consecuencias
viajando siempre con custodia y en aviones de la flota presidencial o charters.
Boudou, en la clase turista de Buquebus, acompañado por su pareja, Agustina
Kämpfer, y sin custodia, no hubiese siquiera conseguido abordar el barco.
Quizás hasta hubiera sido mejor, porque reclamarle a alguien que abandone una
embarcación que ya se encuentra en medio del agua, como hicieron quienes
increpaban a Kicillof, es bastante ridículo. ¿Qué hacía? ¿Se ahogaba?
Habla bien de Kicillof
que se desplace sin prerrogativas pero la falta de conciencia de su propio
protagonismo podría también ser interpretada negativamente: como un acto de
omnipotencia o falta de sentido común. Al decir Luis D’Elía, “que haya sido en
Buquebus y no en Laferrere es una buena señal”, confirma que debiera tratarse
de un hecho previsible desde la perspectiva kirchnerista.
La sensibilidad que
generó la limitación a la compra de dólares hizo que Timerman suspendiera la
boda de su hija en Punta del Este y Echegaray, con casa en Uruguay, no pisara
este año el balneario porque habría sido objeto de todo tipo de críticas.
Kicillof debe haber juzgado haciendo foco sólo en lo real y sin tener en cuenta
lo simbólico. Habrá pensado que él no vacacionaba en la sofisticada Punta del
Este sino en la modesta Colonia, más barata que Mar del Plata. Pero en la mente
argentina, Uruguay en verano no es símbolo de Colonia sino de Punta del Este.
Boudou (¿con más calle?)
directamente mandó a su pareja de vacaciones a la India y Cristina Kirchner
(con más poder), a su hija Florencia a París, con seis custodios. El cepo al
dólar no fue un problema de ninguno de ellos. En realidad, tampoco es un
problema para nadie conseguir dólares siempre que esté dispuesto a pagarlos a
la cotización del mercado paralelo. Es más, cuando se termine de conocer las
estadísticas del verano, se verá que los argentinos vacacionaron en el exterior
más que nunca. Lo que es lógico, porque a las compañías aéreas y a las agencias
de viajes se les paga en pesos con dólar a la cotización oficial, y así Estados
Unidos y hasta buena parte de Europa pueden resultar más baratos que la costa
atlántica.
Kicillof, aunque
igualmente abucheado que Boudou en la misma semana, luce como un representante
de otra especie. No vive en Puerto Madero, no es frívolo ni socialmente
extrovertido y, fundamentalmente, no parece ser un oportunista sino alguien que
siempre pensó de la misma manera que se expresa ahora en público. Su formación
en el Nacional de Buenos Aires y la UBA, su matrimonio con otra profesora de la
UBA, su vivienda en el barrio porteño de Agronomía y hasta su casa de veraneo
en Colonia, sin ningún lujo, transmiten una trayectoria auténtica que hace
verosímil la intención de devolverle al peronismo un carácter más revisionista
donde, después del pacto sindical-militar y del menemismo, sus contradicciones
se resuelvan por izquierda.
Al revés –como lo hizo
Néstor Kirchner–, Boudou luce como alguien que, de haber estado en posiciones
más importantes durante los años 90, habría sido funcional al menemismo. Personas
como Kicillof en el Gobierno enfatizan las diferencias de Cristina Kirchner
(más íntegra y consistente ideológica e intelectualmente, aunque también más
loca) con su marido (quien no tenía límites pero para el pragmatismo y la
negociación, o sea, un típico peronista de las últimas épocas).
El “ser loca” de Cristina
Kirchner, como también el destacar su mayor coherencia ideológica sobre su
marido, es el punto que diferencia lo que el oficialismo califica como prensa
hegemónica. Clarín y La Nación asumen como propio el discurso de Alberto
Fernández, quien argumenta que Néstor Kirchner era –en palabras de Scioli– “un
pluralista”, y todos los males actuales obedecen a que su viuda no siguió con
la misma línea. PERFIL, en cambio, viene sosteniendo que Néstor Kirchner era un
déspota y, además, ni siquiera tenía la consistencia ideológica de Cristina
Kirchner. Paralelamente, Clarín y La Nación no se atreven a decirle “loca” a la
Presidenta porque temen que se los considere golpistas mientras que PERFIL, que
siempre sostuvo que para ser presidente hay que estar un poco loco y en la
Argentina aun más, no ve en una cuota de locura ningún impedimento insalvable
para el ejercicio de la presidencia.
Obviamente, creer que
Néstor Kirchner era magnánimo ayuda a justificar el apoyo que muchos de los que
hoy se oponen al kirchnerismo le dieron al mismo régimen hasta 2008. Salvar a
Néstor Kirchner y cargar a Cristina de todos los males del mismo modelo les
resulta autoexculpatorio. Ese tipo de comportamiento oportunista les cuadra a
personas como Boudou y no resulta tan posible en Kicillof. Esa singularidad de
Kicillof también aumenta su visibilidad: si el ministro de Economía, Hernán
Lorenzino, hubiera estado en Buquebus probablemente los pasajeros no lo
hubieran reconocido o no les hubiera despertado el mismo encono. Kicillof es
sólo un secretario ministerial pero, como Moreno, por su autenticidad, imprime
más profundamente.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado
09/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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