Verdugos de los Derechos
Humanos...
Las palabras del
presidente Rafael Correa no fueron absurdas, cuando minimizó los muertos de la
AMIA, comparándolos con los bombardeos de la OTAN; es propio de la demagogia
“antiimperialista” que atraviesa esta nueva generación de mandatarios
populistas que, con Chávez a la cabeza, dicen defender los derechos humanos y
se abrazan con Iran, el país terrorista más criminal del mundo, un nido de
asesinos internacionales que deslumbran a quienes creen estar haciendo una
revolución en América, cuando en verdad, la única revolución que libran es con
la abultada fortuna que han amasado de espalda a los pueblos que gobiernan.
Buscar la amistad de Iran
no es ser transgresor, es ser cómplice del terrorismo internacional. Así lo
hace el presidente venezolano y lo siguen Cristina, Correa, mientras Evo
Morales, a quien sus pares subestiman, tiene una visión un poco menos sesgada
de lo que implica quedar radiado del mundo y hace equilibrio entre sus amigos y
el desprecio internacional que causan estas alianzas.
Correa es fiel al
pensamiento de los D`Elías, por ejemplo, de Hebbe de Bonafini y del gobierno
nacional, que en vez de juzgar a los criminales de dos monstruosos atentados,
como la embajada de Israel y la AMIA, llama a los autores del crimen para que
le ayuden a buscar a los culpables (?). Y después la presidenta se llena la
boca hablando de soberanía.
Países que se dicen
defensores de los Derechos Humanos no pueden convalidar los crímenes de lesa
humanidad que cometen gobiernos teocráticos como el de Irán o dictadores que
han masacrado a su propio pueblo, como Kadafy, a los cuales los actuales
presidentes del nuevo mundo, no dudaron en besarle el anillo, transformándose
en ese preciso momento en verdugos de los DDHH.
No es solo
contradictorio, sino hipócrita, demagógico y peligrosamente divergente de los
principios que deben respetar los gobiernos democráticos, en estas nuevas
naciones de América latina. Si sus gobernantes hacen empatía con el terrorismo
internacional, nos llevan, como pueblo, a parecernos a ellos o ser cómplices; y
en Argentina nadie quiere parecerse a Irán.
De ahí, a pesar que la
prácticas neofascistas de estos gobiernos sudamericanos en contra de las
libertades individuales, la libertad de prensa y el derecho a la propiedad,
tengan alguna contaminación espiritual de la barbarie islámica que anula estos
derechos básicos en sus Estados, hay un solo paso. Nuestros pueblos deben estar
atentos.
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