Cruda desmentida…
Será por la prisa verbal imperante, o acaso
por el gusto del apócope a ultranza, que nos hemos acostumbrado últimamente a
decir solamente “narco”. De esa forma se fueron escurriendo del discurso la
palabra “tráfico”, la palabra “traficante”. Quedó tan sólo el prefijo “narco”,
desgajado de su más cruda verdad de mercado, de su más estricta razón de
comercio.
Así suelto, desligado, el prefijo vino a
estar disponible para los más diversos ensamblamientos: “narcocorridos”,
“narcoavión”, “narcomodelo”. Este hábito verbal halló hace días, como es por
todos sabido, una nueva y perturbadora variante, vociferada por un resonante
diputado justicialista, a quien apodan “el Cuervo”: la variante del
narcosocialismo.
El narcotráfico, al igual que la
prostitución, expresa en un grado tan alto (vamos a decir así: “de máxima
pureza”) la lógica capitalista de oferta y demanda, de compra y venta, de
negociabilidad absoluta, de rentabilidad a ultranza, que parece no poder
tolerarse tamaño sinceramiento. La lógica brutal del capitalismo como tal
aparece allí bajo un riesgo de saturación (digamos así: “de sobredosis”) de su
propia verdad, de su propia condición: la confesión de sus más inconfesables
miserias, sin la disimulación habitual.
Por eso mismo correspondería decir que el
narcosocialismo no existe. Y no sólo porque el comisario Tognoli se ha visto,
en primera instancia, eximido de las imputaciones del caso. Incluso si esa determinación
judicial se revirtiera, incluso si hipotéticamente una connivencia de los
políticos provinciales se demostrara, ¡incluso si alguien dijera que ha visto a
Binner en plena transa!, de todas formas correspondería decir: el
narcosocialismo no existe. No existe.
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