Fidelidad…
“¡Felicitaciones, José, muy político el
acto! Quedate tranquilo..."
Más despechada que
sarcástica, su desplante fue exasperado y revelador. Ministra de Industria
desde hace cuatro años, Débora Adriana Giorgi es, a sus 53 años, un caso
paradigmático: personalidad mercurial en el combate contra sus enemigos, está
embelesada en su adoración a la jefa. Con Diana Beatriz Conti, de 62 años,
Giorgi comparte un pasado que explica sus furias actuales: ambas trabajaron
para Fernando de la Rúa durante la fugaz gestión de la Alianza.
El escandalete de Córdoba, cuando Giorgi se ofuscó ante el gobernador José Manuel de la Sota, muestra mucho más que evidentes desequilibrios temperamentales. Ilumina el profundo desasosiego que prevalece dentro del oficialismo, carente de paz interior y de templanza. Giorgi y Conti cortan la figura perfecta de gladiadoras rugientes, unas mujeres muy enojadas casi todo el tiempo. Creen encarnar una misión y a su cumplimiento se zambullen sin mayores objeciones. Lo que sucedió en Córdoba, cuando Giorgi huyó de un acto en Renault, acusando a De la Sota de hacer política, sería menor si no fuera rico en conclusiones.
El escandalete de Córdoba, cuando Giorgi se ofuscó ante el gobernador José Manuel de la Sota, muestra mucho más que evidentes desequilibrios temperamentales. Ilumina el profundo desasosiego que prevalece dentro del oficialismo, carente de paz interior y de templanza. Giorgi y Conti cortan la figura perfecta de gladiadoras rugientes, unas mujeres muy enojadas casi todo el tiempo. Creen encarnar una misión y a su cumplimiento se zambullen sin mayores objeciones. Lo que sucedió en Córdoba, cuando Giorgi huyó de un acto en Renault, acusando a De la Sota de hacer política, sería menor si no fuera rico en conclusiones.
Graduada en la UCA (una
universidad privada, como las que formaron a Guillermo Moreno y a Amado
Boudou), al llegar el menemismo al poder, en 1989, Giorgi fundó la financiera
Alpha. Allí escaló durante una década, hasta que en 1999 el radical José Luis
Machinea la designó secretaria de Industria, Comercio y Minería del gobierno de
De la Rúa, que luego la nombró secretaria de Energía y Minería, para finalmente
ser designada secretaria de Industria por el ministro Domingo Cavallo. A la
caída de De la Rúa, se refugió en su financiera Alpha y trabajó también para la
UIA.
Entusiasmada con el poder, no fue larga su intemperie; en 2005 fue
designada ministra de Asuntos Agrarios y Producción de la provincia de Buenos
Aires por el gobernador Felipe Solá, cargo que mantuvo ya con Daniel Scioli.
Tras la crisis con el campo en 2008, Giorgi regresó al ámbito nacional como
ministra de Industria de Cristina Fernández. Su peripecia es parecida a la de
muchos cuadros del Frepaso que trabajaron entusiastamente bajo la jefatura de
De la Rúa durante la Alianza, para migrar al más apetecible kirchnerismo desde
2003.
El enojo de Giorgi es
sobreactuado y artificial; nada dijo De la Sota que ameritara plantar un acto
protocolar tras hiperventilar su furia (“¡Felicitaciones, José, muy político el
acto! Quedate tranquilo”). Giorgi pertenece a un gobierno desde el cual se
etiqueta como “narcosocialista” al gobierno de la provincia de Santa Fe, pero a
su entender esa categorización no es un hecho “político”. El intenso despecho
de la eléctrica Giorgi no es sólo un rasgo neurótico personal. Similar furia
exhibe en sus merodeos por la vida real, pero se convierte en obsecuencia
vidriosa a la hora de empalagar a la Presidenta con una lealtad sin límites. Es
el mismo síntoma que mujeres como Conti exhiben desde hace años. Asumen que
poco valora más Cristina Fernández que las zalamerías; cuanto más edulcorada
sea la actitud genuflexa ante la Presidenta, más protección indeleble tendrá.
No se trata de una
complicidad de género, patrimonio de mujeres. Varios varones nacionales pujan
en el torneo de la prosternación. ¿Cómo se entiende que Héctor Timerman siga
siendo ministro de Relaciones Exteriores de este país, habida cuenta de que su
notoria incompetencia es escandalosa? El incidente de Giorgi en Córdoba mostró
la misma impronta de complicidad de uno de los caciques sindicales preferidos
del Gobierno. Secretario nacional del Smata, el gremio de los trabajadores
mecánicos, Ricardo Pignanelli explicó en Córdoba que “los problemas entre
peronistas se solucionan puertas adentro y no en público”.
Silenzio stampa,
postulaba Alfio Basile, los quilombos sólo se ventilan en el vestuario. En este
caso, la clandestinidad más absoluta se aplica ya no al envenenado y turbio
mundo del fútbol argentino, sino a las cuestiones de Estado. Para el jerarca
gremial, “problemas entre peronistas” son las cuestiones de Estado que
mantienen en guerra a Cristina con De la Sota. Vieja mirada, “problemas entre
peronistas”, como los que estallaron en 1974, en 1983 y en 2003. Sin embargo,
cuando, como esta semana en Córdoba, se agarran entre ellos, quieren que el
país no se meta.
Este paroxismo es
característico de un entero sistema de pensar y actuar. La tendencia
irrefrenable de los peronismos más variados a concentrar el poder de fuego de
la conducción produce un colosal culto a la personalidad. Esa personalización
no es marginal ni accesoria. Es parte del disco rígido de todos los peronismos
en sus derivados más pintorescos. Con Cristina parece haberse hecho realidad el
apotegma fundacional. Más que la idoneidad, importa la fidelidad.
Los gabinetes
de Néstor Kirchner, comparados con los elencos desde 2007, muestran la misma
deriva de la competencia a la obsecuencia, y de la integridad a la mediocridad.
Esos “mejores” ministros tampoco dejaron de vivir aterrorizados por las
exaltaciones intimidatorias de una conducción despiadada.
En muchos casos, estos
meteóricos estrellatos que se acunan en el kirchnerismo, sobre todo desde que
Cristina Fernández ordena y manda, naufragan melancólicamente. Hace noventa
días, por ejemplo, Gabriel Mariotto parecía marchar a la victoria final. Sus
innegables limitaciones intelectuales y la escualidez de su accionar político
lo sacaron de escena prontamente, más allá de sus vergonzosos gestos de lealtad.
Los jóvenes Kirchner de 1974 se habrían encuadrado con los “leales” cuando
Montoneros blanqueó su guerra a Perón. ¿A qué eran leales esos leales? Ya en el
poder, los Kirchner resolvieron homenajear como “víctimas del terror de Estado”
a los Montoneros, que en pleno gobierno constitucional atacaron y murieron en
un combate militar contra un regimiento del Ejército en Formosa el 5 de octubre
de 1975.
Los nombres de diez de esas “víctimas” figuran hoy en el Parque de la
Memoria de Costanera Norte, junto a miles de secuestrados y desaparecidos. Pero
de los diez soldados muertos al defender la unidad, sólo tres son mencionados.
Naturalmente, tampoco son considerados víctimas dos militares y un policía
formoseño caídos, y si bien se recuerda a dos vecinos muertos, un tercero es
obviado. Ese ataque montonero a Formosa dejó un saldo total de 28 muertos, pero
sólo hay “memoria” para quince de ellos, casi la mitad. ¿A quiénes son hoy
leales los que decían ser leales en aquellos años?
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