Inflación de poder...
Michel Foucault dedicó su vida al
estudio del poder desde casi todas las perspectivas posibles. Y acuñó la figura
“inflación de poder” para describir lo que sucede en regímenes autoritarios,
desde el fascismo y el comunismo hasta los jacobinos de la Revolución Francesa.
En la Argentina de los últimos años, al mismo tiempo que creció la inflación
de los precios creció la inflación de poder del Gobierno. Quizás no sean
fenómenos que estén totalmente desconectados. Y quizás tampoco estén
desacoplados sus desenlaces.
Al principio, la inflación ayuda a acumular poder porque permite
redistribuir arbitrariamente un nuevo impuesto. Luego, para conseguir el mismo
efecto hay que aumentar la dosis. Y pasado cierto umbral, la inflación se
independiza de sus productores y se les vuelve en contra también a ellos.
Con la inflación de poder sucede algo similar: va subiendo hasta convertirse
en soberbia, y pasado determinado punto se hace autónoma de la voluntad del
poderoso, a quien le hace perder la autocrítica y el sentido de la realidad.
La contratapa de ayer se dedicó al año de la implementación del cepo
cambiario, recordando que en octubre de 2011 parecía lógico que el Gobierno
corrigiera el retraso cambiario porque Brasil acababa de devaluar su moneda al
30%, la Presidenta ya había sido reelegida y comenzaban a dar señales de
contener el gasto público bajando subsidios. Pero después de pocos titubeos
rápidamente fueron por el camino contrario, instauraron el cepo y aumentaron el
control de cambio mes a mes.
¿Qué pasó? ¿Por qué el Gobierno prefirió convivir con los riesgos de una
inflación alta y un retraso cambiario creciente que más tarde o más temprano
podrá explotarle en las manos? La explicación es más política que económica.
Para poder corregir el retraso cambiario, pero sin que la devaluación se vaya a
los precios, hay que equilibrar con un plan antiinflacionario que reduzca
fuertemente el gasto público.
Y el gasto público, mucho más que demanda agregada keynesiana, es la fuente
de poder del kirchnerismo, la herramienta disciplinadora con la que se compran
o doblegan voluntades. Sin un gasto público creciente, el poder del Gobierno
iría diluyéndose. La inflación es funcional al modelo de dominación política
que utiliza la caja como arma.
En el libro El poder, una bestia magnífica, Foucault sostiene que “en el
siglo XIX nos habían prometido (Marx) que, el día que se resolvieran los
problemas económicos, quedarían resueltos todos los efectos complementarios de
un poder excesivo. En el siglo XX (la ex Unión Soviética) demostró lo
contrario, que se pueden resolver todos los problemas económicos que uno
quiera, y los excesos de poder se mantienen”.
¿Qué fue en la Argentina lo que creó ese “plus de poder” estatal que
representó Néstor Kirchner y ahora profundiza su viuda? El miedo de 2002 (la
columna de ayer se titulaba El 2002 aún no terminó). La sensación de vacío de
poder que dejó la presidencia de De la Rúa y su caótico desenlace en la crisis
de 2002 crearon en la sociedad una demanda de poder fuerte.
Aquella necesidad de recuperación de la autoridad presidencial derivó en una
inflación de poder que, para lograr sostenerse, precisó una inflación también
creciente de la moneda en la medida en que se iban agotando todos los otros
recursos (Anses, reservas del Banco Central, etc.).
Probablemente no se pueda corregir la inflación de la moneda sin corregir la
inflación de poder, porque si lo importante es el poder, la inflación es
secundaria.
Foucault menciona la vieja táctica política e ideológica “que consiste en
tener siempre un único adversario; incluso y sobre todo cuando se combate en
varios frentes, es menester procurar que la batalla parezca una batalla contra
un solo adversario: hay mil diablos, decía la Iglesia, pero un solo Príncipe de
las Tinieblas”.
En la Argentina donde emerge el kirchnerismo como una fuerza centrípeta que
atrae para sí todo el poder había (y hay) varios frentes de combate, pero un
solo adversario: los que no quieren el progreso de todos. El relato se encarga
de unir a todos enhebrándolos en un solo lazo histórico: dictadura, entrega
económica al extranjero, empresarios codiciosos locales, derecha, Justicia
conservadora y medios. Fondos buitre y Clarín son lo mismo, la antipatria.
Es que el poder tiene efecto de producción de verdad. El vencido
(despoderado) lo es porque tiene que aceptar la mentira del vencedor como
verdadera (hegemonía); hay en el triunfo un ejercicio de imposición pedagógica.
“Las relaciones de poder –dice Foucault– son relaciones de fuerza,
enfrentamiento; por tanto, siempre reversibles. No hay relaciones de poder que
triunfen por completo y cuya dominación sea imposible de eludir. El poder es la
estratificación de armas que son útiles para un conflicto. Es una fotografía
instantánea de luchas múltiples y en continua transformación”. La paranoia es,
entonces, la única actitud lógica que se puede permitir quien desee persistir
en el poder, porque éste viene siempre aparejado de una resistencia: “Ser
órgano de represión es en el vocabulario de hoy día el calificativo casi
homérico del poder –dice Foucault–; el poder son acciones sobre otras acciones
a fin de interferir con ellas”. La crisis de 2001 y su corolario de 2002, que
vació de poder a la política, no hicieron sino reforzar la paranoia intrínseca
del poder como guerra, que el kirchnerismo encarna a la perfección.
Desde esta perspectiva, el kirchnerismo se relajó en 2009, olvidó que “el
poder se transforma sin descanso” y por eso perdió esas elecciones. La única
respuesta posible es “ir por todo”, no hay término medio. Y que se note en un
“teatro del terror”, donde la violencia simbólica discipline e inhiba y la
agresividad sea herramienta cotidiana.
Pero como la inflación termina logrando el efecto contrario, el mejor
ejemplo fue Andrés “el Cuervo” Larroque insultando a toda la oposición en
Diputados.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 3 de Noviembre de 2012.
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