El pecado
de soberbia...
Condenados
por Alonso. Los que purgan la soberbia en una figura que pertenece al
“Purgatorio”.
La
soberbia es un defecto difícil de corregir. Además de ser defecto, es pecado,
pero eso ya es asunto de Dios. Para corregir la soberbia, hay que admitir que
el otro pueda tener razón, por seguro que se llegue a estar de que por nada del
mundo la tiene. Y asimismo acostumbrarse por sistema a dudar de esa razón que es
la propia, obligarse a presumir la posibilidad del error aunque existan
garantías de estar por completo en lo cierto.
Pero
existe otro recurso, pues la soberbia es cuestión de formas (la deciden la
miradita, la sonrisita, el tonito asertivo, el airecito impaciente, mucho más
que el contenido de lo que se pueda decir). Ese recurso es el de la falsa
modestia, en la que Borges tanto descollara. Es decisivo que no se note que
toda esa modestia es falsa, o el efecto de soberbia se verá quintuplicado. A
Borges no se le notaba, porque lucía apenado de sí.
Claro que
una cosa es la literatura y muy otra es la política. Porque en la literatura lo
indefinido, lo vacilante, lo insinuado, lo ambiguo bien pueden ser un prodigio,
y de hecho a menudo lo son. Los políticos, en cambio, trabajan de tener la
verdad o al menos de convencer a los demás de que son ellos quienes la tienen.
¿De qué modo pueden persuadir de esa verdad sin caer en petulancias? ¿Cómo
habrán de explicar sus certezas sin caer en magisterios? ¿Qué dirán para
demostrar que los demás se equivocan, que tropiezan o no entienden, sin sonar
peyorativos y sin sugerir desprecios?
El
justicialismo de por sí propende a la inmodestia retórica: expide sus Veinte
verdades (Perón) no menos que un Manual de zonceras argentinas (Jauretche). Sin
embargo, no registro que a Perón lo impugnaran por soberbio, entre tantas
objeciones que tanto le prodigaron. Quizá fue su estilo, tan campechano, lo que
lo eximió de suscitar ese fastidio. Carlos Menem, su discípulo, no paraba de
decirse genial; no recuerdo, sin embargo, que le endilgaran soberbia. El día
que explicó, por ejemplo, lo del viaje a Japón en siete minutos con un cohete
que salía a la estratósfera, lo hizo con lengua en enredo y con la vista
extraviada. Por eso no sonó soberbio, y a la gente en general le encantó.
Pasada la
irritación que suscita la soberbia, pasado lo que es ante todo el efecto de una
forma, seguirá la discusión en el rubro contenidos. Habrá que prestar atención
y seguir los argumentos. No vaya a ser que nos deslumbre un estilo modosito, y
nos vuelvan a contar el cuento del cohete que viaja a Japón.
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