El dilema argentino…
La convocatoria a la protesta del 8 de
noviembre colmó las expectativas de sus adherentes. Es difícil contar cuántas
personas se movilizaron en algún sentido físico para tomar parte, de alguna
manera, en la protesta; difícil e innecesario. En muchos aspectos, se trata de
un hecho propio del mundo actual: sus varias aristas, sus distintas caras y
corporizaciones, incluyen elementos de comunicación y de expresión que no son
los convencionales y cuyas cuantificaciones están todavía en incipiente
desarrollo. Para el Gobierno nacional –el destinatario de la protesta–, cuenta
lo que ya se ha dicho repetidas veces: la calle ya no le pertenece de manera
exclusiva. Ya no tiene vigencia la idea de que este gobierno representa a la
“verdadera” sociedad (la popular y nacional) y sólo se le oponen segmentos
diversos cuya existencia constituye un cúmulo de “errores” o “imperfecciones”
históricas.
La lección alcanza también a otros núcleos
sectoriales siempre proactivos en la sociedad argentina, los sindicatos y las
diversas “militancias”, particularmente: tampoco disponen más del monopolio de
la convocatoria a multitudes congregadas en carne y hueso en espacios públicos.
Dicho eso, sigue vigente un problema de
fondo: el déficit más serio de la Argentina de hoy no es la capacidad de
movilizar a mucha gente en la calle, ni siquiera la capacidad de expresar sentimientos
de aprobación o, como en este caso, de protesta, sino la capacidad de construir
opciones políticas. En pocas palabras: el déficit es político. En ese plano,
nada ha cambiado esta semana.
La movilización del 8/11 está surcada por
muy diversas corrientes de ideas. Un foco de debate ha estado centrado en la
disyuntiva “la calle versus los votos”, protesta versus opciones electorales.
Los defensores más acérrimos de “la calle” dicen: la gente debe perder el
miedo, debe sentir que puede manifestarse abiertamente aunque no se sienta
representada por las instituciones o no confíe en ellas; los del lado del
“voto” dicen: sin opciones electorales, a la larga nada cambia. En el
desarrollo de los argumentos es fácil advertir la semilla de nuevas versiones
de viejísimos argumentos contra la “democracia burguesa”. Cuando esos
argumentos los pregona Laclau, nadie duda en visualizar allí un ideal político
“populista”; pero cuando los pregona un conocido hombre de la ciencia política
que en su blog se mostró decididamente a favor de la manifestación (dice, en
apretado resumen: “Me da pena verlos argumentar que la democracia se juega en
las elecciones (…) La democracia empieza con el voto, no termina allí, por más
que les pese a estos neoconservadores que se creen de avanzada”), todavía no
está claro cuál es el ideal o el modelo institucional que sobrevendrá. El
debate sobre la democracia en el mundo de hoy, que tiene lugar en términos de
la teoría política y también en el de la política práctica, es valiosísimo; pero
sigue siendo cierto que las protestas sin política no construyen opciones.
En estos días tenemos a la vista en
distintos lugares del mundo el incierto futuro que sigue a las protestas
masivas –que a veces se desencadenan con poder arrasador– cuando en sus raíces
está no sólo el malestar con quienes gobiernan sino también la falta de
representación en el sistema institucional. Pero pocos países pueden ofrecer
una casuística tan vasta como la Argentina a través de su historia del último
siglo. Desde 1930 hasta 1983 ningún gobierno fue desalojado electoralmente; la
gente en la calle y la apelación a las armas fueron compartidas por todos, los
de “izquierda”, los de “centro” y los de “derecha”. La gente en la calle era un
recurso frecuente, pero no tan decisivo como lo fue después, cuando los
militares pasaron a la irrelevancia y los gobernantes aprendieron a temer más a
la ocupación de la calle y a las encuestas que a los militares golpistas.
Mi conclusión es que la cultura política
argentina ha aprendido a descalificar el voto y todo lo que él involucra:
procesos complejos de convalidación de los candidatos y los dirigentes,
propuestas, oposiciones y acuerdos, militancia y participación ciudadana, una
compleja trama de instancias sobre la cual se construye la legitimidad
democrática. Desde 1930 hasta hoy los argentinos sabemos salir a la calle –por
mucho que a menudo se olvide cuán escasas han sido las consecuencias deseables
para quienes en cada oportunidad ejercieron esa capacidad de protestar–. Pero
sabemos poco acerca de cambiar gobiernos a través del voto.
Hay otro aspecto que llama a la reflexión.
El Gobierno nacional, que el jueves 8 fue sometido a una prueba difícil, era
confrontado ese día por muchas personas que lo votaron o, por lo menos, por
muchas personas de la misma extracción social en la que el Gobierno obtuvo
votos decisivos para su triunfo electoral en 2011 –esto es, las “clases
medias”–. El Gobierno debería prestar atención a ese hecho. Porque la pérdida
de esos votos, asociada a la pérdida de los votos independientes que el
Gobierno obtuvo en octubre de 2011, preanuncia un escenario electoral
preocupante.
Ahora bien, el 8/11, en términos de brocha
gruesa, no hubo clase baja en las calles. La sociedad argentina está escindida,
sigue escindida. Esa gran masa de la Argentina de la pobreza constituye todavía
para el Gobierno nacional su reserva electoral más sólida. También ahí el mayor
problema es de representación: el monopolio de hecho que todo gobierno
–nacional o local– ejerce en la representación política de las clases pobres
argentinas, que contrasta con la ausencia total de representación de las clases
medias y altas. Los pobres, los del medio y los más ricos en la Argentina de
hoy comparten muchas visiones, coinciden en muchas demandas, pero mientras los
pobres tienen cómo canalizarlas a través de mecanismos de representación, los
del medio y los de arriba sólo tienen voz si salen a la calle. ¡Menudo desafío
para quienes aspiran a ser políticos de profesión!
© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo
y Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 de Noviembre de 2012.
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