De clase, organizada, sin impacto
electoral…
Los principales consultores de todas las tendencias analizan el 8N. Todos
coinciden en que fue importante, que tuvo identidad de clase media o alta, que
pasó de cacerolazo espontáneo. Pero las diferencias aparecen al hablar de su
legado, que va de poco a una mayor distancia con el Gobierno que no se traduce
en votos.
Los principales consultores políticos de todas las tendencias coinciden en
algunos diagnósticos –tal vez los más sustanciales– respecto del 8N, aunque
mantiene miradas discrepantes en relación con sus efectos sobre el futuro
político nacional. La mayoría afirma que la movilización fue esencialmente de
clase media, que fue bastante organizada –dejó de ser un cacerolazo, si se toma
el término como sinónimo de espontaneidad–, que no tiene una representación
política clara y que por esa razón no muestra por ahora un impacto electoral
decisivo. En el marco de las discrepancias, algunos consultores destacan que la
marcha exhibe un retroceso del oficialismo, mientras otros sostienen que
simplemente se muestra en la calle lo que ya existía como antikirchnerismo, lo
que, también por ahora, no significaría cambios importantes en la relación de
fuerzas electorales. En ese terreno vuelven las coincidencias: casi todos
piensan que el oficialismo podría ganar las elecciones de 2013, aunque
discrepan sobre los porcentajes que alcanzaría.
Clase media
Manuel Mora y Araujo, uno de los consultores más tradicionales, hoy titular
de la Universidad Di Tella, evalúa que el jueves “la clase media, escasamente
articulada a través de organizaciones como los partidos, los sindicatos o
grupos militantes, ratificó su capacidad de llenar la calle. La práctica de la
protesta, definitivamente, no es patrimonio de ningún sector de la sociedad”.
Analía Del Franco, de Analogías, considera que “la gran mayoría de los
participantes son del mismo espectro social que los del 13 de septiembre. Si
bien esta fue una movilización más numerosa, se puede asegurar que no atrajo a
otros sectores sociales más que los niveles medios medios y altos. Para
sintetizar, se puede decir que su tendencia ideológica es de centroderecha. Eso
no implica que el Gobierno no reciba críticas por izquierda, pero no percibo
que se hayan sumado al 8N. Tampoco, votantes de CFK 2011 y hoy críticos o
defraudados. Nuestros estudios cualitativos muestran que la critica de éstos no
los impulsa (aún) a salir a marchar contra el Gobierno”.
La ¿originalidad?
Enrique Zuleta Puceiro, titular de Opinión Pública, Servicios y Mercados
(OPSM), mide la convocatoria no sólo en términos de los que fueron, sino
también en términos mediáticos. “La movilización del 8N no tiene precedentes en
la historia de las multitudes en la calle y la razón es simple: se desarrolló
en todas las ciudades medias y grandes todo el país y ocupó todos los segundos
de todo el encendido radial y televisivo en el prime time entre 19.30 y 22 en
todas las señales públicas y privadas”.
Artemio López, de Equis, no le ve tanta originalidad histórica. “Los
200.000 opositores de clase media alta y alta, que ya adversaron al gobierno
nacional en octubre de 2011, se movilizaron el 13 de setiembre y el 8 de
noviembre pasado, rechazando explícitamente toda representación partidaria y
señalando claramente la fragilidad de la oposición política realmente
existente.”
“Más allá de las discusiones acerca de magnitud –razona Eduardo Fidanza, de
Poliarquía– de las polémicas sobre la composición, procedencia y eficacia
política que provoca el 8N, lo que creo más significativo es que refleja la
desaprobación mayoritaria a la gestión presidencial. En sí misma la
concentración no es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, pero es
un indicio del momento político y de las perspectivas que podrían estar
abriéndose. Hace un año, en el cenit de la popularidad y el poder electoral del
kirchnerismo, era impensable semejante movilización de masas.”
En la mirada de Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, “las protestas o acciones
colectivas pueden ser analizadas considerando su magnitud, sus consignas, sus
métodos de organización y de protesta. La modalidad elegida es elocuente
respecto de algunas continuidades actitudinales con el 2001. En este sentido,
el cacerolazo evoca inmediatamente imágenes del 2001, cuando se combinó una
profunda crisis social y económica con un estallido de nihilismo y
descreimiento. La consigna académica más leída y escuchada por entonces era
‘crisis de representación’. Once años después algunos sectores de la sociedad,
enérgicamente opositores al kirchnerismo, exhiben una crisis de representación
al cuadrado, puesto que se da en el marco de condiciones sociales y económicas
completamente distintas, con una sociedad crecientemente politizada y un amplio
sector social que acompaña a un proyecto político”.
¿Espontánea u organizada?
Prácticamente todos los consultores evalúan que el 8N tuvo un fuerte nivel
de organización. Del Franco lo sintetiza así: “En primera instancia creo que ya
no cabe llamarlo cacerolazo, denominación que creo aplicable a manifestaciones
con alto nivel de improvisación y espontaneidad. Es sólo una cuestión de
denominación y no de evaluación y menos en sentido negativo. Que sea menos
espontánea no significa que sea menos legítima”.
Con ella coincide Zuleta: “De espontáneo, estas movilizaciones tienen poco,
pero eso no la minimiza ni disminuye en significación y efectos sociales y
políticos. Hay que tomar nota: este tipo de movilizaciones rompe con la lógica
del balcón, del líder que sale al balcón”.
¿Quién los representa?
Buena parte de los consultores creen que nadie, aunque hay algunas
discrepancias. Roberto Bacman es el titular del Centro de Estudios de Opinión
Pública (CEOP). “Todo parece indicar que no dejó nada nuevo el 8N. En realidad,
y en lo que hace al meollo de la protesta es más de lo mismo: críticas al
Gobierno, a su accionar, a su orientación y al estilo presidencial. Sin
embargo, y al igual que dos meses atrás, se enfrenta a un callejón sin salida:
no aporta nada en concreto, se aúna sólo en la crítica, no propone y, para
colmo de males, no existe por estos tiempos en la Argentina ninguna fuerza ni
dirigente político que pueda capitalizarla. Por el contrario, también se
pudieron escuchar críticas a algunos dirigentes que de alguna u otra manera la
impulsaron desde las sombras. Hacia el interior de la protesta subyace un arco
demasiado heterogéneo, que incluye un variopinto conjunto de segmentos de la
sociedad que impulsan reivindicaciones de distinto tipo y tenor.”
Ricardo Rouvier, de Rouvier y Asociados, percibe lo mismo, pero opina que
debe mirarse un poco más que la representación política: “Es indudable que así
como se expresa la protesta ante un oficialismo fuerte, de voz alzada,
definido, decisionista, también deja al desnudo la falencia de una oposición
que no da señales de vida. Es posible que este acontecimiento otorgue energía a
los adversarios del Gobierno; pero eso se verá en el futuro. Con la marcha, la
oposición política mejoró sus ilusiones para el 2013, a pesar de que no pueda
convertir en fortaleza inmediata la manifestación callejera. No tiene cómo
transferirla a sus consensos”.
En una línea que pone el acento en las debilidades de la oposición, Ignacio
Ramírez, de Ibarómetro, sostiene: “Mi hipótesis es simple: el 8N no expresa la
debilidad del kirchnerismo sino la debilidad de la oposición. Un sector de la
sociedad no encuentra liderazgos capaces de interpretar y representar sus
aspiraciones, deseos y valores, y asimismo no percibe alternativas políticas
sólidas y competitivas que puedan desafiar seriamente al kirchnerismo. Cuando
algunos dirigentes opositores sostienen que la presencia de políticos
enturbiaría la protesta, hacen dos cosas: revelan su propia debilidad y
fortalecen las mismas matrices que dificultan el fortalecimiento de liderazgos
políticos opositores. Para que el 8N produzca un impacto político deberá
articularse políticamente, tarea que les corresponde asumir a los partidos y/o
dirigentes de la oposición”.
Distinta es la mirada de Del Franco para quien “un referente concordante
para estos grupos, es alguien con postura de centroderecha. Macri es quien
viene a la mente en forma inmediata. No considero oportunista que trate de
capitalizarlo. Por el contrario, si de la Ciudad de Buenos Aires se trata, los
presentes el jueves fueron sus votantes en las elecciones a jefe de Gobierno.
Ahora tiene el problema de que no representa a quienes marcharon en otros
lados”.
En ese terreno, Mora y Araujo apunta que “las clases bajas, los sectores de
la Argentina de la pobreza –que obviamente no engrosaron las multitudes del 8
de noviembre– encuentran algunos canales de representación, ejercida
principalmente por los dirigentes políticos locales y a través de ellos por los
gobiernos locales, provinciales y nacional. Las clases medias, y de ahí para arriba,
no tienen más representación: o se sale a la calle o no se tiene voz. Ese es el
fracaso de la política argentina, o sea de los políticos argentinos y sus
organizaciones”.
Las consignas
“En la última encuesta llevada a cabo por CEOP –relata Bacman– se pueden
observar las cinco motivaciones de los manifestantes del 8N: inseguridad, falta
de diálogo, corrupción, posible reforma constitucional que habilite la
reelección y los controles sobre el dólar. Pero en el mismo trabajo de campo la
imagen positiva de CFK se ubica en el eje del 52 por ciento y la aprobación de
su gestión alrededor del 50. Entre ellos sobresalen los más jóvenes (18 a 34
años), los de clase baja y los residentes en el Gran Buenos Aires profundo y el
interior del país. Y ellos fueron los que no salieron a protestar.”
Rouvier agrega que “la protesta se fundamentó en algunas cuestiones de
gestión que pueden ser discutidas y revisadas, sobre todo las que hacen a la
inflación y a la inseguridad, pero hay otras de claro perfil conservador; inclusive
en sectores medios bajos que se enojan ante la Asignación Universal por Hijo
que cobra un vecino. La disponibilidad mayor o menor de acceso a la divisa
supone una adaptación ciudadana que todavía no se ha transitado; pero es
indudable que los sectores medios sienten que el Gobierno los amenaza, y pone
en peligro sus libertades individuales tal cual las proclamó el liberalismo. El
valor de lo colectivo, lo comunitario, es el valor por conquistar del
kirchnerismo, ante la hegemonía del individualismo, el éxito personal y la
competencia salvaje”.
El efecto electoral
Un dato llamativo es que casi todos los consultores, incluso los más
alejados del oficialismo, piensan que el Frente para la Victoria tiene todas
las chances de ganar las elecciones del año próximo, porque más allá del 8N
conserva el caudal electoral necesario para obtener más votos que las demás
fuerzas. Lo que sucede es que esos mismos consultores –los más alejados del
Gobierno– ponen listones altos: que el FpV no va a hacer una elección parecida
a la de 2011 o que no va a tener los legisladores propios suficientes para
votar una reforma constitucional. Ambas alternativas son virtualmente
imposibles: como resaltó la propia CFK cuando se refirió al tema en Harvard,
difícilmente pueda haber reforma si no hay acuerdo con otra fuerza política de
envergadura; y la comparación entre los votos en una elección presidencial y
una legislativa tiende a ser poco realista. También en esto caen algunos de los
encuestadores más cercanos al oficialismo.
En ese marco, no deja de haber polémicas. Para Mora y Araujo “la clase
media desafía al gobierno nacional en la calle, y eso significa que el Gobierno
pierde sus votos. Los de abajo no están muy motivados para salir a
manifestarse, pero posiblemente siguen leales electoralmente. La aritmética más
simple preanuncia entonces un serio problema electoral. Ni siquiera conservando
el 100 por ciento de los votos de todas las personas que están por debajo de
una línea de pobreza, el Gobierno podría repetir los resultados del 2011. En
términos del mercado político, el problema parece claro: hoy no hay mucha
oferta opositora, pero la demanda la pide a gritos. Y, por lo que se ve, el
gobierno nacional conserva a su electorado de abajo pero no quiere ofrecerle
nada –o no encuentra qué ofrecerle– a esa clase media que lo ayudó a
constituirse y que se declara insatisfecha”.
Fidanza anuncia un declive más pronunciado: “El escenario que veo es el de
una lenta declinación del Gobierno que desemboca en el síndrome del pato rengo
para la Presidenta. Esto ocurriría aunque el Gobierno ganara las elecciones de
2013. Podría alcanzar una primera minoría en caso de que la oposición
permanezca fragmentada. La razón es que no se prevé una recuperación
significativa de la economía, como en el período 2010-11. En cuanto a la
reforma constitucional con cláusula de re-reelección, parece improbable debido
al amplio rechazo popular que suscita”.
López, en cambio, cree que “en perspectiva, el caceroleo opositor nada
cambia en el sistema de preferencias electorales manifiesto en octubre de 2011,
donde el oficialismo, merced a su gestión y en especial al sostenimiento de los
atributos de empleo y consumo obtuviera el 54,11 por ciento de los votos. Se
plantea sí una situación crítica para la oposición política hoy incapaz de
representar estas demandas ciudadanas y que para colmo, con cada nuevo
liderazgo emergente, sigue fraccionándose. Tal el caso de Macri y De la Sota,
las dos nuevas figuras visibles del elenco de la opo que cazan votos en el
mismo zoológico anti K que ya lo hicieron Binner, Alfonsín, Duhalde, Carrió el
30 de octubre de 2011”.
“Para quienes ven la realidad de la política desde el ojo de cerradura de
la competencia electoral –analiza Zuleta– es posible que los cambios sean
mínimos. Las multitudes del 8N no expresan tendencias demasiado diferentes de
las que en los últimos meses vienen revelando las encuestas nacionales: un
empeoramiento gradual de casi todos los indicadores de apoyo y evaluación de
desempeño del Gobierno, pero en el plano del voto, el oficialismo conserva lo
sustancial de su caudal electoral, ante la ausencia de propuestas y liderazgos
alternativos.”
© Escrito por Raúl Kollmann y publicado por el Diario Página/12 de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 e Noviembre de 2012.
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