Cuarentena, paternalismo
y medios...
Faltan cuarenta días para
el 7D. Para algunos, de tener éxito el Gobierno con su apagón mediático, ese
día comenzará la definitiva “santacrucización” de la Argentina. Pero si el
kirchnerismo consiguiera lo que se propone, obtendrá un triunfo pírrico como
pocas veces se ha visto en la política: un Gobierno que coloca todas sus
fuerzas en una batalla donde, aun con un resultado airoso, saldría peor que
como entró, con las manos vacías tras un enorme consumo de recursos propios.
Esperan abrir “una fisura
en el lenguaje de la dominación” para vencer a la corporación mediática,
“articuladora de la agenda hegemónica desde la perspectiva de los sectores
dominantes”, y comenzar un nuevo ciclo de “democracia comunicacional” para dar
por superado “el litigio por el relato”, que es “el eje de la disputa política
de nuestro tiempo, el punto neurálgico sobre el que se da la contienda por
darle forma a una ofensiva contrahegemónica que logre interrumpir la hegemonía
del establishment neoliberal”, permitiendo también “el corrimiento del velo de
supuesta objetividad con el que siempre se vistieron los medios concentrados”,
gracias a que “el retorno del conflicto político hizo saltar en mil pedazos el
sutil dispositivo de enmascaramiento a través del cual el modelo neoliberal fue
desplegándose hegemónico sobre la vida social”, demostrando que “el giro
neoliberal del capitalismo fue posible a través de una inédita ofensiva
mediático-cultural destinada a producir otra subjetividad”. En síntesis,
piensan que “los medios de comunicación hegemónicos constituyeron la columna
vertebral de la nueva derecha contemporánea” (el encomillado es de un reciente
texto de Ricardo Forster).
¿Tan enorme es la expectativa?
¿Lo creerá en serio el Gobierno? Si así fuera, grande será su depresión
posparto. Comprobará que las audiencias audiovisuales son mucho más autónomas
de lo que cree. Que ellas también construyen la agenda subiendo o bajando el
rating, cada vez más directamente a partir de que se accede a él en tiempo
real.
Si eliminaran las
noticias policiales para disminuir la sensación de inseguridad, la demanda de
la audiencia por esos temas se canalizaría por otros medios: radios, internet y
hasta prensa gráfica, que se recategorizaría en función de satisfacer demandas
desplazadas (en la época en que no existía la televisión transmitiendo todo el
tiempo en directo, había publicaciones especializadas en policiales).
Esta idea de que los
medios le imponen a la audiencia lo que ellos quieren que vea parte de un
desprecio por el libre albedrío de las personas, sólo explicable en mentes
paternalistas que ven a los ciudadanos como un cliente a ser asistido con
subsidios a cambio de votos.
Que fuera plausible que los
medios son los responsables de todo lo malo, y que esa idea atrapara la
imaginación de muchos argentinos que genuinamente le creen al Gobierno, sólo
fue posible por la profunda frustración en que sumió al país la crisis de 2002
(y en los mayores de 40 años, la acumulación de la crisis de 1989 con la de
2002). Si nos fue tan mal, hay que cambiar, y alguien tiene que tener la culpa.
La crisis de confianza nos impulsa ya no sólo a cambiar nuestras afirmaciones
sino a cambiar nuestro vocabulario creyendo que al sustituir las palabras se
modificará la realidad. Mal pronóstico tiene tanta energía colocada en las
consecuencias y no en las causas de los problemas.
Ayer PERFIL publicó que
la Sala 1 de la Cámara de Apelaciones del Fuero Federal en lo Civil Comercial,
la que ha fallado a favor de Clarín en la primera cautelar, a la que el
Gobierno teme y aspira a puentear con el per saltum, ya tiene potestad para
resolver la ampliación de la cautelar con posterioridad al 7 de diciembre,
porque Clarín ya había solicitado la prórroga en el juzgado de primera
instancia y, al ser denegada por el juez subrogante, pudo apelar a la Cámara.
Ya era raro que a sólo
cuarenta días del 7 de diciembre Clarín no hubiera presentado su pedido de
prórroga de la cautelar, sabiendo que además debía llegar antes del 7 de
diciembre a la Cámara porque en primera instancia tenía muchas posibilidades de
ser denegada. Y agrega curiosidad que ni Tiempo Argentino ni Página/12 (que
tienen de fuente al Gobierno), ni Clarín (que se tiene de fuente a sí mismo),
hubieran publicado que el juez subrogante en primera instancia rechazó la
ampliación de la cautelar.
En el caso de Clarín, se
puede atribuir a que no deseara mostrar lo que para el lector no muy informado
hubiera sido percibido como una derrota procesal cuando en realidad era un paso
necesario para su posible triunfo en Cámara. Y en el caso del Gobierno, a que
no haya querido exponer que en realidad es posible una cautelar a favor de
Clarín antes del 7 de diciembre y por tanto no resulte tan seguro que ése sea
“el día de la recuperación de la soberanía informativa”, ya que hay un trámite
en curso que pasó a una Cámara que no ha sido favorable al Gobierno.
Desde esta columna,
varias veces se conjeturó sobre si la Presidenta proclama efusivamente que el 7
de diciembre comienza una nueva era porque nadie se anima a decirle que no
debería descartar que la Justicia ampare a Clarín y ese día no pasaría nada, o porque
sabe que eso puede suceder y quiere colocarse en el papel de víctima de las
corporaciones que, torciéndole el brazo al Gobierno, demostrarían que son más
poderosas que el propio Estado, y sobre ese verdadero poder es donde los
periodistas valientes deberían poner foco en sus investigaciones y no sobre los
funcionarios públicos, menos poderosos que los ejecutivos del Grupo.
Cuesta creer esto
segundo: los costos en pérdida de autoridad serían inconmensurables. Pero dicen
los psicólogos que en una relación entre un/a psicópata y un melancólico, el/la
psicópata manipula al melancólico y le anula su deseo. Pasando del plano
personal al social, el psicópata serían los gobiernos y el melancólico, el
pueblo argentino.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado
27 de Octubre de 2012.
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