Cómo actuaron los Kirchner en los días de la
“re-reelección” de Menem...
Tal
vez los libros de historia digan en un futuro que hubo una vez una fuerte
protesta en las calles un 13 de septiembre de 2012, que logró desactivar los
esbozos de impulsar una reforma constitucional que habilitara una nueva
reelección para Cristina Fernández de Kirchner. Pero lo más probable es que lo
que haya conseguido esa movilización haya sido más moderado: tan solo poner en
el freezer el tema hasta tiempos mejores.
Si esta movida re-reeleccionista fracasa,
lo más probable es que en el futuro se afirme que CFK nunca habló de extender
su mandato. Y por ahora es cierto: para eso están otros.
Por más que les disguste a los
kirchneristas, la situación remite a lo más parecido que presenta la historia
reciente de nuestro país: la experiencia menemista. Nunca de la boca del
riojano se escuchó confesar públicamente su deseo reeleccionista, pero el mismo
siempre estuvo claro. Las movidas en ese sentido quedaron escritas en artículos
periodísticos de esa época y pueden ser corroboradas hoy por sus protagonistas,
muchos de ellos todavía en actividad.
La experiencia menemista vale como un
espejo de lo que podría suceder hoy. Veamos entonces que el último y
desesperado intento concreto de un tercer mandato tuvo lugar en marzo de 1999,
cuando el menemismo ofreció al entonces gobernador santafesino Carlos Reutemann
ser compañero de fórmula para las elecciones internas presidenciales del PJ.
Era la tercera vez que se lo ofrecían al entonces gobernador, y la tercera en
la que el hoy senador lo rechazaba. Participaron de esa negociación el entonces
ministro del Interior, Carlos Corach, y el jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez,
quienes le ofrecieron alternativas diversas para ser compañero de fórmula, a lo
que Lole respondió: “No voy a ser segundo de nadie. En ese caso, seré candidato
a gobernador en Santa Fe”.
¿A qué venía semejante embestida? A las
puertas abiertas a la “re-re” por parte del juez cordobés Ricardo Bustos
Fierro, que acababa de dar el visto bueno a una cautelar solicitada por el
apoderado del PJ mediterráneo, a fin de que no se le impidiera al ciudadano
Carlos Menem participar de la interna peronista prevista para el 9 de mayo
venidero.
Los libros de historia recordarán tanto esa
actitud de Bustos Fierro como la acción conjunta que acabó con esa movida. Fue
la sesión especial de la Cámara de Diputados en la que el 10 de marzo de 1999
se aprobó una declaración que instaba a todos los funcionarios a respetar la
Constitución, en su artículo 90 y su cláusula transitoria.
Fue un hecho político relevante alcanzado
en medio de un acuerdo entre los bloques de diputados de la Alianza, fuerzas
provinciales, sectores que respondían a precandidatos del PJ y los controlados
por Eduardo Duhale y Ramón Ortega, enfrentados con el menemismo.
Con un quórum de 133 legisladores arrancó
esa sesión especial pedida por los diputados Graciela Fernández Meijide,
Federico Storani, Carlos Alvarez, Alfredo Bravo, Rodolfo Rodil, Melchor
Cruchaga, Rafael Flores, Guillermo Estévez Boero, Darío Alessandro, Nilda Garré
y Mario Negri, y fue su primer orador el hoy fallecido Carlos Soria.
El diputado rionegrino, alineado entonces
con Eduardo Duhalde, confió al iniciar su discurso sus dudas respecto de si
legisladores oficialistas debían concurrir a una sesión convocada por fuerzas
de la oposición. “¿Existen precedentes parlamentarios a favor de una conjunción
de fuerzas políticas en una sesión especial? —se preguntó—. Los temores se
fueron disipando a medida que en la charla que mano a mano manteníamos con cada
uno de los señores diputados que nos encontramos aquí, nos preguntábamos y
cuestionábamos mutuamente cuál era el sentido y el alcance de esta sesión y
adónde se apuntaba con ella”. Dejó claro que sus dudas habían sido despejadas
al expresar, contundente: “Estoy convencido de que hacemos muy bien en estar
presentes esta tarde, pues se trata nada más y nada menos que de dar un debate
a favor de la Constitución nacional”.
“Doy por sentado que el intento
reeleccionista de hecho constituye una violación a la Constitución”, diría en
esa misma sesión el hoy funcionario Carlos “Chacho Alvarez, para quien “muchos
de los peores males y golpes de Estado que sufrimos estuvieron fundamentados
por el escaso o nulo valor del texto constitucional”.
Al cabo, por 159 votos a favor, quedó
aprobado un proyecto que estableció en su primer artículo que “todos los
funcionarios que integran en la actualidad los poderes del Estado que han
jurado respetar y hacer respetar la Constitución nacional, están obligados al
cumplimiento de todas sus normas”, en tanto que a continuación puntualizaba que
“el artículo 90 y la cláusula transitoria novena de la Constitución Nacional,
reformada en 1994, no admiten ningún tipo de interpretación contraria a la
letra y el espíritu de la Ley 24.309 que declaró la necesidad de la reforma,
habiendo quedado establecido que a la fecha de la sanción el mandato
presidencial en curso debía considerarse como primer período”.
“Cualquier interpretación que fuerce o
desnaturalice el claro texto constitucional implica desconocer la vigencia de
la ley fundamental, su supremacía y, en especial, la violación de sus
disposiciones al modificar su contenido a través de mecanismos distintos a los
especialmente previstos en el artículo 30, e incriminaría a sus autores en la
conducta contemplada en el artículo 36 de la Constitución nacional”, expresaba
también el proyecto, que a continuación le apuntaba directamente al juez
cordobés generador de la controversia: “habiéndose violado gravemente por parte
de un juez federal la letra y el espíritu de la Constitución nacional al
haberse el mismo declarado competente para juzgar la constitucionalidad de una
cláusula constitucional, llegando al extremo de dictar una medida precautoria
que implica suspender momentáneamente la vigencia de la cláusula transitoria
novena que es operativa, corresponde en resguardo de la Constitución nacional,
y la seguridad jurídica, desde esta Honorable Cámara de Diputados de la Nación
el pedido de remoción al Dr. Ricardo Bustos Fierro, titular del Juzgado Federal
N° 1 de la provincia de Córdoba por ante el Consejo de la Magistratura, por las
causales de mal desempeño y probable comisión de delitos”.
No prosperó el intento de impulsar una
declaración en el mismo sentido en el Senado, donde el menemismo era más
fuerte, pero entre los que votaron esa declaración en Diputados figura la
entonces diputada Cristina Fernández de Kirchner.
La
consulta popular como recurso
Hay un video que evoca una visita de Carlos
Menem a Santa Cruz, en la que el entonces gobernador Kirchner lo elogia
vivamente. Es la muestra que recurrentemente exponen los sectores anti K para
recordar la ligazón del santacruceño con el riojano. En rigor, no hay que
escarbar mucho para encontrar una buena relación entre las partes. De hecho,
dos veces llevó Néstor Kirchner a Carlos Menem al tope de sus boletas. Pero
siempre tuvo claro el riojano que ese gobernador patagónico no le guardaba
fidelidad absoluta, ni mucho menos.
Con el tiempo, NK alternó críticas con
elogios. Sobre el final de la década menemista, dijo sobre su presidente: “Tuvo
aciertos importantes como consolidar la estabilidad económica y pagar viejas
deudas a las provincias. Pero en cambio fueron lamentables la corrupción y la
idea del pensamiento único”.
Para quienes suponen apresurado el afán
reformista del kirchnerismo, vale mencionar que ni bien Menem logró la
reelección, priorizó la idea de perpetuarse en el poder por sobre las
necesidades reales del país, desatando así una interna despiadada en el
peronismo, en la que confrontó con Eduardo Duhalde, que albergaba para sí el
deseo de convertirse en el heredero natural del poder.
Para 1997, la guerra era abierta y se
desarrollaba a través de las fuerzas de cada contendor, manteniendo al margen a
sus máximos representantes, cuestión de guardar las formas. El terreno en el
que más claramente se podían contemplar esas batallas era el Congreso, donde el
kirchnerismo no era parte del duhaldismo, pero sí un aliado táctico e
independiente.
El menemismo se negaba a reconocer a
Duhalde como candidato natural del PJ y el entonces gobernador bonaerense
intentaba a su vez diferenciarse cada vez más del primer mandatario, por cuanto
a su juicio la bandera de la estabilidad ya no alcanzaba para cumplir su deseo
de ocupar el sillón de Rivadavia.
El senador Jorge Yoma, que en un futuro
todavía lejano se convertiría en soldado del kirchnerismo, pero que de momento
integraba las huestes del bloque justicialista que confrontaba con la rebelde
Cristina, hacía por entonces honor a su condición de riojano oficialista y
presentaba a principios del 97 el proyecto para reglamentar la Consulta
Popular, que si bien era una de las leyes pendientes de la reforma
constitucional, en la práctica significaba un intento por habilitar
subrepticiamente una nueva reelección de Carlos Menem. No sería esa la única
muestra de fidelidad menemista del senador Yoma, ya que cuando finalmente Menem
se resignó a renunciar a la re-reelección, puso su banca del Senado a
disposición del entonces primer mandatario, y en algún momento incluso hasta
llegó a sugerir el nombre de Eduardo Menem para suceder a su hermano en la
presidencia. Tiempo después se convertiría en acérrimo opositor a los Menem,
pero esa ya es otra cuestión. De momento, lo suyo pasaba por la consulta
popular y la sugerencia había sido suficiente para que los diputados alineados
con Duhalde pusieran el grito en el cielo y hasta amenazaran con romper el
bloque si Yoma insistía con su propuesta.
Tal fue el grado de tensión alcanzada a
principios de 1997 que en pleno período extraordinario se paralizó la labor
legislativa y ninguna de las leyes que le urgían al PEN —Aeropuertos, Hielos
Continentales y privatización del Correo, entre otras— pudieron ser aprobadas.
El proyecto de la discordia había sido
firmado por Yoma y tenía la adhesión de Eduardo Bauzá, José Figueroa, Deolindo
Bittel, Angel Pardo, Alberto Tell, Omar Vaquir, Emilio Cantarero, Horacio
Salazar, Julio Miranda, Olijela del Valle Rivas, José Luis Gioja, Carlos
Manfredotti y César MacKarthy, y no sólo alentaba reglamentar la Consulta
Popular, sino también incluía la re-reelección presidencial dentro de los temas
a ser sometidos a la votación de los ciudadanos.
Dos que no se sumaron a esa movida fueron
nada menos que Augusto Alasino y el propio hermano del presidente, Eduardo
Menem, quienes preferían mantener las formas. No por nada uno había presidido
el bloque justicialista de los constituyentes y el otro la propia Convención;
así las cosas, esgrimieron la posición tomada inmediatamente después de la
reforma constitucional del 94, que sostenía que una nueva modificación sólo
podía hacerse por el mecanismo que prevé el artículo 30 de la Carta Magna.
El
Premio Parlamentario
Las posturas claras de Cristina Kirchner,
su alto perfil mediático, la campaña sobre Hielos Continentales y sus
posiciones adversas al Gobierno le valieron en las postrimerías de su mandato
como senadora un reconocimiento de sus pares, que la distinguieron en 1997 —el
año que fue separada del bloque justicialista del Senado— con el Premio
Parlamentario que anualmente se entrega a los legisladores más laboriosos de
cada Cámara. El justicialismo acababa de perder el 26 de octubre de ese año las
elecciones con la Alianza y el duhaldismo en particular había recibido un
fuerte revés en la propia provincia de Buenos Aires.
La senadora Fernández tomó ese resultado
como una ratificación de las críticas que desde Santa Cruz elevaban contra el
modelo menemista. Con el premio en las manos no dejaría pasar la oportunidad
para opinar del resultado electoral. “Creo que después del 26 de octubre se ha
abierto un espacio de reflexión dentro del peronismo que algunos llevan
adelante con mayor ahínco y otros queriendo ignorar las cosas que pasaron. Pero
en definitiva, el proceso de discusión y debate es indetenible”.
Era la primera vez que uno de esos
galardones otorgados por Semanario Parlamentario era recibido por una mujer.
Los dos años anteriores había ganado en el Senado Antonio Cafiero, quien en esa
oportunidad quedó en segundo lugar, y al recibir su galardón dio un discurso
con permanentes alusiones a la zaga reeleccionista que a nivel nacional se percibía
en el ambiente. En tono de humor y con su clásica oratoria, recordó que había
recibido el máximo premio en 1995 y entonces se había propuesto ir por la
reelección, para lo cual había contratado “los servicios de un maestro que me
instruyó teórica y prácticamente, me dio clases, ejemplos y gracias a él pude
conseguir mi primera reelección en 1996. Me aprestaba yo, por consejo de mi
maestro a una segunda reelección —continuó—, cuando las autoridades me dijeron
que no, que si bien no había una Constitución escrita, no era muy satisfactorio
que un mismo legislador sea reelegido dos veces. Yo protesté, e inclusive dije
que iba a presentar un recurso ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos”, continuó, ante la hilaridad general, advirtiendo que no aceptaba ser
proscripto y que pretendía luchar por su segunda reelección.
“Estaba en eso cuando me dijeron: ‘si usted
no es reelecto por segunda vez, lo va a sustituir una dama, que además de su
belleza física, es una eminente legisladora y gran peleadora’. Bueno, cuando me
dijeron de quién se trataba, renuncié a la segunda reelección, esperando que
después de un período pueda volver a recibir el galardón máximo”, concluyó en
medio de aplausos.
Cafiero no había hecho más que detallar con
humor e ironía la desenfrenada búsqueda de Carlos Menem por torcer la letra
escrita. Instantes después, Cristina recibiría el máximo premio y no pudo
obviar referirse a los dichos que la habían antecedido, mandando “un mensaje
con un sentido de respuesta hacia ese buen sentido del humor que tiene mi
compañero Antonio Cafiero, a todos los compañeros que integran el Partido
Justicialista y el peronismo, para que al maestro de Antonio no le pase lo
mismo y que lo sustituya una dama...”.
La referencia de Cristina era para quien por
entonces aparecía como una fulgurante estrella electoral y acababa de derrotar
al poderoso peronismo bonaerense: Graciela Fernández Meijide.
Precisamente esa victoria aliancista de
1997 lejos estuvo de horadar los deseos de perpetuación de Menem. No tomó la
derrota como propia. “Yo nunca perdí una elección”, dijo una y otra vez
públicamente entonces, como dos años después también lo haría tras la derrota
de su partido a manos de la Alianza en las presidenciales. Y con esa
convicción, lejos de comenzar a imaginar la conveniencia de dejarle el paso a
otros, Menem aceleró en su ambición de seguir en la Casa de Gobierno.
Consideró que el resultado de las
legislativas había despejado el camino del escollo que podría representar
Eduardo Duhalde, y junto a su entorno comenzaron a imaginar la posibilidad de
que la ciudadanía lo reconociera como el hombre providencial capaz de llevar al
país a un destino de grandeza cada vez más esquivo. Desentendiéndose del
resultado de las elecciones legislativas siguieron pergeñando las más alocadas
ideas para volver a reformar la Constitución y candidatear una vez más a su
líder; o bien encontrar algún vericueto jurídico que le permitiera a Carlos
Menem intentar una re-reelección en el 99.
Los
intentos recurrentes
Los Kirchner fueron aliados tácticos de
Eduardo Duhalde, conforme este bregaba por cerrarle los caminos a Menem en sus
deseos de perpetuidad. Cristina Fernández alternaba entonces sus recorridas por
el interior para hablar sobre los Hielos Continentales, con intervenciones
políticas y académicas. Invitada por la entonces joven intendenta de Las
Talitas, Tucumán, la hoy diputada nacional Stella Maris Córdoba, embistió a
mediados del 98 directamente contra el presidente Menem y sus intentos
reeleccionistas: “Menem no tiene legitimidad social, la ha perdido, sólo le
queda el liderazgo formal de la estructura justicialista. Es evidente que la
Alianza triunfó con muchos votos peronistas, porque la mayoría de la gente
sigue siendo peronista”.
El hipermenemismo trabajaba afanosamente
por forzar la Constitución de manera tal de habilitar a su líder para un tercer
mandato. Habida cuenta de la imposibilidad de implementar otra reforma
constitucional, albergaba peregrinas esperanzas de que una Corte Suprema adicta
llegara a considerar que ese mandato de Menem era en realidad el primero... El
canciller Guido Di Tella, con quien Cristina se peleaba en esos días por los
Hielos Continentales y Malvinas, le hacía un guiño público a esa pirueta
judicial argumentando que había que “hacer abracadabra” para que Menem pudiera
ser presidente en 1999.
“La Argentina ya conoció épocas de brujos
—le respondió Cristina—. Pero si la Corte decide que éste es el primer mandato
de Menem y no el segundo, eso más que abracadabra sería un mamarracho”.
Eduardo Duhalde, que había sufrido como
propio —y lo era— el duro impacto de la derrota de su esposa en las
legislativas de 1997, encontraba en la lucha abierta contra la re-reelección la
fuente de su resurrección. Y en julio de 1998 encontró la bala de plata para
matar las aspiraciones del riojano, al convocar en la provincia de Buenos Aires
a un plebiscito para que la ciudadanía opinara sobre la posibilidad de que
Menem fuera habilitado para competir por un tercer mandato.
“Si se hace una consulta popular, no creo
que la gente apoye un nuevo mandato de Menem, pero si la sociedad lo respalda,
querrá decir que la equivocada soy yo. Eso sí, si tengo que equivocarme,
prefiero hacerlo con la mayoría, y no con cuatro iluminados, porque esa
historia ya la conocemos”, señalaba al respecto Cristina, que junto a su esposo
azuzaban al Gobierno nacional con la posibilidad de que convocara a una consulta
nacional para reformar nuevamente la Constitución. “Si desea consultar a la
gente, que lo haga definitivamente y que sea la gente la que resuelva como
corresponde”, desafiaba Néstor Kirchner, quien precisamente eso se aprestaba a
hacer en su provincia para ir por la segunda reelección.
Cristina diferenciaba el caso de Santa Cruz
con el de la Nación, por cuanto la Constitución provincial preveía la consulta
popular vinculante únicamente para temas de raigambre constitucional. “Pero la
consulta no reforma la Constitución, sólo sanciona una ley, o sea que después
de la consulta viene la elección de la Convención Constituyente y, finalmente,
una tercera elección para la persona que estaría habilitada —explicaba la
diputada—. Si alguien puede sortear tres resultados electorales, testeando
permanentemente sus políticas, será hora de replantearse las cosas para los que
dicen que no, porque los equivocados son ellos. Como dije antes, no podemos
tener miedo a que la gente se pronuncie”.
Y el plebiscito bonaerense logró torcerle
el brazo al presidente. Consciente finalmente de que era una batalla perdida,
Menem no la libró, tal cual haría cinco años más tarde frente al balotaje con
Kirchner. Al anunciar en julio de 1998 su decisión de abstenerse de intentar ir
por un nuevo mandato, Menem dejó el camino expedito para una sucesión en la que
primero se anotaron Duhalde, Ramón “Palito” Ortega, Reutemann, Eduardo Menem,
Antonio Cafiero, Adolfo Rodríguez Saá y Erman González, y para la cual sólo
quedó finalmente el entonces gobernador bonaerense.
Pero el golpe de KO no fue sólo por la
amenaza de plebiscito. También se dio en el marco del lugar donde el peronismo
suele definir sus cuestiones internas: Parque Norte. Allí el presidente intentó
dar una muestra de poder interno que resultó abortada nada menos que por el
gobernador Reutemann.
Sucede que las ausencias de los delegados
de Buenos Aires y Santa Cruz, más —en menor medida— los de Entre Ríos, Formosa
y Mendoza, eran previsibles y manejables, ya que el número que representaban no
ponía en peligro la legitimidad del Congreso. Pero la retirada de los
congresales santafesinos de Reutemann fue la estocada final para acelerar lo
que después sería bautizado como el renunciamiento histórico de Menem.
Sabían los menemistas que las
deliberaciones con la mitad de los congresales habilitados (800) era una
derrota política, pues reunir apenas 400 delegados de un origen dudoso después
de diez años en el poder y tras un uso y abuso de los ATN que el ministro
Carlos Corach había distribuido con generosidad las últimas semanas para
alentar la concurrencia a Parque Norte, ponían a Menem en un callejón sin
salida.
Duhalde logró así su victoria gracias a los
santafesinos, e intentaría pagarle a Reutemann con la candidatura oficial en
2003, topándose entonces con otro rechazo del Lole. Hasta entonces, el
gobernador bonaerense había mantenido una conducta errática en su
enfrentamiento con el menemismo, la cual recién fue dejada atrás cuando se le
plantó con el plebiscito. Por primera vez asomaba como alguien dispuesto a
pelear por el poder y a poner en marcha su fenomenal aparato partidario para
lograr su cometido.
Por esos días fue que se concretó la
alianza táctica con el entonces vicepresidente Carlos Ruckauf, cuyo
comportamiento le valió quedar incluido en la lista de deslealtades de Menem,
valiéndole además no ser invitado más a las reuniones de gabinete.
Si bien el plebiscito había sido la bala de
plata del proyecto reeleccionista, todavía faltaba para dar por muertas las
aspiraciones de Menem. Lo demostró la irrupción del fallo del juez Bustos
Fierro, liquidado en esa sesión especial pedida por la Alianza y apoyada por el
peronismo no menemista. Fue una demostración de fuerza que terminó de inclinar
el fiel de la balanza en contra del menemismo, que desde entonces le hizo la
cruz al todavía gobernador bonaerense. Y si bien el riojano no hizo campaña en
su contra en las presidenciales, tampoco movió un dedo para que Duhalde,
convertido finalmente en el candidato presidencial del justicialismo, pudiera
sucederlo.
Por el contrario, debe haberse prometido a
sí mismo no entregarle la banda presidencial. Soñaba seguramente con un retiro
por cuatro años durante los cuales el país se convenciera de lo indispensable
que era él como presidente y dejara en el olvido los reproches que había
acumulado durante su década de mandato. Y para que eso fuera más factible aún,
le convenía que su sucesor no fuera justicialista.
Una de las medidas alentadas por la Rosada
esmeriló claramente las posibilidades del candidato presidencial justicialista:
el megadesdoblamiento electoral que desperdigó las elecciones del 99 en un
racimo de llamados a las urnas que, a la luz de los hechos, terminó
perjudicando a Duhalde.
Será imposible determinar qué hubiera
sucedido si todas las provincias argentinas hubieran llamado a elecciones al
mismo tiempo que la presidencial, pero difícilmente se hubiera recreado la
relación que a la postre se registró: en provincias donde habían ganado
gobernadores peronistas, Fernando de la Rúa aventajó claramente después a
Duhalde.
Los
diputados justicialistas que frenaron a Menem
Estos fueron los 46 legisladores que el 10
de marzo de 1999 participaron en la sesión especial que rechazó la posibilidad
de que Carlos Menem pudiera participar de una nueva elección presidencial
consecutiva:
Sergio Acevedo, Orlando Aguirre, Leticia
Bianculli, Oraldo Britos, Eduardo Camaño, Marta D’Errico, Mario Das Neves,
Julio Díaz Lozano, Rita Drisaldi, Norma Godoy, Lorenzo Domínguez, Carmen
Dragicevich, Herminia Escalante, Cristina Fernández de Kirchner, Mario
Ferreyra, María Luisa González, Hilda González de Duhalde, Diego Gorvein, Diana
Gutiérrez, Carlos Haquim, Vicente Joga, Sara Amavet, Elsa López, Silvia
Martínez, Emilio Martínez Garbino, Fernando Maurette, Lidia Mondelo, Eduardo
Mondino, Mabel Müller, Norberto Nicotra, Luis Obarrio, Lorenzo Pepe, Juan
Carlos Olima, Telmo Pérez, Juan Carlos Pezoa, Jorge Remes Lenicov, Eduardo
Rollano, Carlos Soria, Rosa Tulio, Saúl Ubaldini, Arnaldo Valdovinos, Juan
Veramendi, Juan Zacarías, Juan Silva Casanova, Amalia Isequilla y María Merlo
de Ruiz.
La
Convención Constituyente
Antes de hacerse conocida en el Senado,
Cristina Kirchner pasó junto a su esposo por la Convención Constituyente que
reformó la Constitución en 1994. Allí ambos fueron ferreos opositores al Núcleo
de Coincidencias Básicas (NCB) establecido por Carlos Menem y Raúl Alfonsín en
el marco del Pacto de Olivos. Esto es, más allá de la defensa regional basada
en buscar que la nueva Constitución estableciera beneficios para Santa Cruz,
cosa que cada convencional repitió en favor de sus respectivos distritos, el
elemento distintivo de los Kirchner, con el que comenzaron a marcar la cancha
para su confrontación con Carlos Menem, fue el rechazo a ese paquete armado por
las principales espadas de Menem y Alfonsín en el que se estableció qué cosas
se iban a modificar de la futura Constitución.
En su mensaje ante los constituyentes,
Cristina levantó las banderas del peronismo y básicamente se centró en la
necesidad de establecer un nuevo federalismo y una mejor distribución de los
recursos. Pero no con todo el NCB estaba en desacuerdo ella. Coincidía por
ejemplo en la elección directa de los senadores, de la que saldría beneficiada
siete años después. Y no se oponía a la reelección presidencial, así estuviera
hablándose de Menem.
Hacerlo hubiera sido una total hipocresía,
por cuanto un año más tarde su propio esposo reformaría la Constitución
provincial para poder ser reelecto. El argumento que utilizaba para justificar
la reelección presidencial era que tener la posibilidad de ser reelegido por su
pueblo es un derecho que le corresponde a cualquier gobernante.
La
re-re de Néstor Kirchner
Cuando el 7 de septiembre de 1987 Kirchner
ganó la intendencia de Río Gallegos, ese día su alegría no fue completa. Es que
ya entonces el matrimonio K hacía cálculos políticos a largo plazo y en ese
marco deseaban que para la gobernación ganara la candidata radical, Angela
Sureda. No era políticamente correcto pensar en la victoria del partido
opositor, pero una derrota de Ricardo Del Val dejaría malparado a quien lo
auspiciaba, el gobernador Arturo Puricelli. Y de paso, sacaba del medio para la
futura elección al dirigente peronista Rafael Flores, ya que éste era sobrino
de la postulante radical.
Y una cláusula de la Constitución
provincial, a la que Kirchner se encargaría luego de modificar una y otra vez, establecía
no sólo la no reelección, sino también la imposibilidad de que el gobernador
fuera sucedido por un pariente, para evitar el nepotismo.
No hubo suerte, ya que lo que anticipaban
las encuestas se revirtió a último momento y el candidato Del Val logró
imponerse por escaso margen. Ese gobernador terminaría siendo removido a través
de un juicio político que manejaría desde la Legislatura provincial la entonces
presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Cristina Fernández de
Kirchner.
Néstor Kirchner logró la reelección
indefinida a través del sistema de la consulta popular que sirvió para
modificar la Constitución provincial. Tenía asegurado el favor de los
santacruceños para ganar tres o más elecciones, y de hecho, cuando se impuso en
la consulta popular vinculante su esposa lo celebró proclamando que por primera
vez en la Argentina “es la gente la que sancionó una ley”.
Desafiado por Duhalde con un plebiscito,
Carlos Menem en cambio no podía desafiar el malhumor social yendo a una elección
en la que no tuviera que confrontar con nadie.
Además, a la hora de diferenciar las
elecciones sucesivas de su esposo como gobernador con la que le negaba al
presidente, Cristina ponía el ejemplo de la democracia norteamericana, donde
Bill Clinton había sido tres veces gobernador de Arkansas antes de alcanzar la
presidencia. “Los límites son para el presidente, pero no para el gobernador”,
diferenciaba.
©
Escrito por José Ángel Di Mauro, Parlamentario y publicado por Tribuna dePeriodistas el domingo 30 de Septiembre de 2012.
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