¿Quién la asesora?...
Where is Crovara Avenue? Presidenta Cristina Fernández. Dibujo: Pablo
Temes.
Cristina enfrenta las acechanzas
críticas con falsos relatos, lugares comunes y frases oxidadas. ¿Por qué y para
qué?.
La sintonía fina –también uno
repite tonterías– llegó al lenguaje local; se cambia ahora “todos y todas” por
“la mayoría”. No es la única gran transformación epistemológica del “modelo”
ante las nuevas acechanzas críticas, las manifestaciones en la calle y la obvia
pérdida de credibilidad del Gobierno y su titular. También se incorporan frases
y bromas al mensaje presidencial como si fueran logrados descubrimientos y, en
rigor, son lugares comunes que han sido transitados hasta el hartazgo desde
hace medio siglo en los colegios secundarios, desde “laica y libre” por
ejemplo. Como el latiguillo de que “no hay golpes en los países que no tienen
embajada norteamericana”, ironía de aquellos tiempos en que Washington
confesaba tener sus propios hijos de puta en los gobiernos de Iberoamérica. La
referencia aludía a los Somoza, pero también les cabía a otros nacionales,
populares, demagogos. Entonces endulzaba a militares que reemplazaban a otros
militares, Centroamérica era un campeonato de golpes de Estado, y personal que
se creía propio instalaba en Cuba misiles soviéticos al tiempo que se confesaba
marxista. Tan lejos está esa evidencia que, ahora, las apelaciones humorísticas
de la mandataria son un chiste viejo, más cuando las embajadas de Estados
Unidos al sur del río Bravo –para seguir con las recurrencias de los 60– son
sinecuras para aportantes en las campañas o destinos bucólicos para algún
representante de minorías. Afortunadamente.
Pero no sólo algo cambió en el
país; también mudaron opiniones en el exterior. Al menos Ella. Ya no sale de la
suite hotelera altivamente para desfilar, con boina ad hoc, look Juliette
Greco, en una marcha humanitaria por las calles de París, registrada por la TV
Pública y privada. Al contrario; ahora no puede exponerse, provoca agravios e
insultos, le hacen cacerolazos en la Gran Manzana; hasta pasear por el Central
Park puede ser más peligroso que antes de Giuliani. Una vejación injusta, como
si fuera un dictador africano. Quizás sea una campaña promovida por los
intereses del monopolio Clarín, como denuncia el oficialismo. Pero Ella se
anonada, sanciona –envía mensajes en ese sentido a sus huestes del Sur– y se
enoja como el personaje de Qué he hecho yo para merecer esto. No hay respuesta,
pero sí un tema musical nuevo de Los Súper Ratones (el grupo que más interesaba
al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, como Mancha de Rolando con Amado
Boudou) que se expresa metafóricamente al respecto. Sutilezas de la vida, exageraciones
del periodismo por enlazar la vida con el amor, el odio y la política, sin
duda.
Debe haber un motivo existencial
y evasor en la burocracia del Estado, por lo tanto, para enviarla a Cristina
como protagonista de una campaña retro, hacia un túnel del tiempo con citas de
lo que otros viejos leyeron sólo en titulares, suponiendo que pasados best
sellers de universidades –Huntington o el japonesito que Gustavo Beliz,
ministro de Kirchner, traía a la Argentina– son letra viva hoy. Como si
respiraran y se movieran los ejércitos de terracota. Fueron esos nombres,
apenas, una referencia de sobaco, laterales, sectarias expresiones, como
suponer que Guy Sorman es un pensador del liberalismo. Otra vez lugares
comunes, decrépitos además por culpa e influencia de internet y las redes
sociales, y su pavorosa instantaneidad. Es sorprendente cómo se ganan la vida
ciertos asesores de la Casa Rosada, casi como los periodistas en extinción, sin
ver lo que ocurre en el aire, en el lenguaje espacial, buscando impresiones en
libros escondidos de la biblioteca, amarronados y malolientes, sabiendo que hay
un cliente que siempre compra esa mercadería creyendo que es de culto,
incunable.
Fascinante ejercicio de librero,
para incluir en los discursos conceptos de Franz Fanon sin dar su nombre ni
recordar que, para él, entonces conservar el velo en las musulmanas era un acto
revolucionario para la independencia mientras que esa obligada conservación del
atuendo y tal vez otras costumbres que Occidente no entiende –la lapidación de
las que engañan al marido o el ahogo en un balde de las chinitas a las que les
toca nacer como segunda hermana– en la sopa de letras de Cristina representan
culturas que no deben modificarse. Como la de que los indios no vayan al
dentista ni al médico, se hacinen y contraigan alegremente enfermedades. Seguro
que no piensa así, pero se expresa con demasiada velocidad o urgencia en su
canal Volver (¿seguirá después del 7 de diciembre?) y cuesta entender su
pensamiento global, como los requiebros a Francia y a los distintos ocupantes
del Elíseo como defensores de los derechos humanos cuando, en esas mismas
décadas a las que recurre Cristina en sus alocuciones, esos galos malhumorados
perfeccionaron brutales tecnologías represivas en Argelia e Indochina, y sus
agentes de inteligencia las desplegaron por el mundo, no evitaron relaciones
con los militares argentinos, más bien los adoctrinaron y hasta casi con
seguridad participaron en secuestros y desapariciones como los ocurridos en la
iglesia Santa Cruz. ¿Ningún asesor le cursa esta información?
Tampoco le agregan un gramo de
imaginación o talento para responder a las previsibles preguntas sobre el cepo
cambiario, las conferencias de prensa, su ascendente patrimonio personal o la
re-reelección. Demasiada improvisación, demasiado nerviosismo y, sobre todo,
lamentable desprecio por ciertos sectores (lo de la Universidad de La Matanza
resulta inexplicable). Visto a la distancia, Carlos Menem parecía más ducho al
hablar de estos temas molestos, incómodos, menos aficionado por lo menos. Es
que aun una travesía por el mundo estudiantil y superficial de la conservadora
Georgetown o la neoliberal Harvard requiere de una mínima elaboración. Una
abogada exitosa, como seguramente ha sido Cristina si se atienden sus palabras,
debe saber que para estas instancias debería proponerle a su cliente no tanto
expresar la verdad, cuya certeza siempre es controvertida, sino organizarlo
para que se convierta en un hábil declarante. Curioso: a veces, lo que se vende
en el mercado no es lo que se consume en la casa.
© Publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 28 de Septiembre de
2012.
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