Cacerolas y falta de proyecto político...
¿Por qué en muchos países las divergencias
se expresan electoralmente y en otros se manifiestan en la calle?
Esencialmente, la diferencia está en la existencia o inexistencia de ofertas
políticas capaces de expresar a quienes tienen algo por lo que protestar. En
Grecia o en España, por ejemplo, una enorme cantidad de gente que se siente “indignada”
se vuelca a las calles; los partidos se han quedado cortos en su capacidad de
expresar a esa gente. En Estados Unidos, para tomar un caso opuesto, casi toda
la sociedad está contenida en las propuestas de los partidos que compiten en la
elección presidencial; y la poca gente que tiene algo que decir y que no se
siente representada se pliega detrás del movimiento Occupy Wall Street, que
hace un poco de ruido pero no mueve el amperímetro.
Si esto es así, la protesta de la semana
pasada en la Argentina es un mensaje tanto para el Gobierno nacional como para
las fuerzas políticas opositoras.
Otra cosa es que el gobierno argentino haya
magnificado la protesta en lugar de minimizarla –como pudo fácilmente haber
hecho– y haya alimentado el círculo de la hostilidad mutua cuando bien pudo
haber reaccionado como un gobierno de todos y no como una parte en las
hostilidades.
Actuando como actuó, el Gobierno contribuyó
a darle a la protesta una entidad más definida de la que tuvo, a instalarla
como un potencial político con proyección y a crear incentivos para que los
dirigentes opositores busquen una inserción en un movimiento que no lideraron.
La sola palabra “cacerolazo” –aplicada a
una manifestación donde escasearon las cacerolas– remite a las protestas de
2001, que buena parte de la sociedad asocia al derrumbe del gobierno de la
Alianza. Esa referencia es útil para barajar algunas conjeturas. En 2001 el
gobierno no se derrumbó por las cacerolas sino por las muertes y la crisis de
legitimidad del Ejecutivo, fomentada por los máximos dirigentes políticos de
los dos mayores partidos en ese momento.
Las consecuencias últimas de las
protestas estuvieron muy lejos de parecerse a lo que los manifestantes de
aquellos hechos pudieron imaginar; más bien fueron lo opuesto. Si alguien
omnisciente les hubiera dicho cómo estaría la Argentina diez años después, como
consecuencia de un proceso que ayudaron a desatar, es posible que muchos de
esos manifestantes de 2001 se hubieran quedado en su casa mirando la
televisión, con las cacerolas bien guardadas.
No es posible anticipar qué consecuencias
tendrán los hechos resonantes de estos días en el futuro político de la
Argentina. Sin proyecto, sin estrategia, sin liderazgos y sin organización, es
posible hacer bastante ruido, poner nerviosos a los gobernantes y hasta generar
algunas señales significativas, pero difícilmente se construye un futuro. Un
gobierno más moderado y una oposición con más iniciativa le harían bien a la
Argentina.
© Escrito por Manuel Mora Y Araujo,
Sociólogo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 22 de Septiembre de
2012.
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