miércoles, 19 de septiembre de 2012

Estandarte intolerante... De Alguna Manera...


Estandarte intolerante...
 Heavy Metal II. Dibujo: Pablo Temes

Ante las protestas, más de lo mismo. Otra vez, la incapacidad de reconocer errores y la concepción absolutista del poder como una marca del kirchnerismo.

Los cacerolazos han puesto muy nervioso al Gobierno. La dura respuesta dada a los manifestantes por el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, reflejó el nivel de perturbación que la presencia en las calles de miles de personas les ha producido a la Presidenta y a su entorno, a los que envuelve un nivel de fanatismo que parece no tener límites. Repasemos algunas de las frases que se dijeron desde el oficialismo y sus afines: “Era toda gente bien vestida” –¿acaso no hay gente bien vestida entre quienes apoyan al Gobierno?–; “esa gente sólo piensa en Miami” –¿acaso no hay gente que viaja a Miami y a otros lugares del mundo entre quienes apoyan al Gobierno?–; “era gente de clase media alta” –¿acaso no hay gente de clase media alta entre quienes apoyan al Gobierno?–; “en Belgrano, Barrio Norte y Recoleta mucho no la votaron a la Presidenta” –¿acaso alguien olvidó que en esos barrios Cristina Fernández de Kirchner hizo una muy buena elección y fue sólo superada por el Frente Amplio Progresista y que, además, hizo una elección aun mejor en Puerto Madero?–.

Todas estas frases conllevan una indiscutible decisión de descalificar a la heterogénea población que, de a miles, expresó sus reclamos no sólo al Gobierno sino también a los opositores, a los que sienten en deuda por no encontrar en esa dirigencia la capacidad de constituir una oposición dispuesta a dar vida a un proyecto que genere la expectativa de una alternativa política viable y con posibilidad de gestión.

Desde ese punto de vista, lo del jueves se pareció mucho a aquellos otros cacerolazos de 2001-2002 movidos por una monumental hecatombe económica y una fenomenal crisis política. Hoy la economía está lejísimos de esa situación, lo cual torna aun más evidentes los groseros errores que significan las medidas implementadas, lo que ha terminado de generar una crisis a través de la que el oficialismo viene desplegando su impericia. He ahí uno de los problemas clave de esta gestión: la incapacidad de reconocer errores. El antecedente más inmediato de ello es la 125.

La reacción del Gobierno frente a la marcha del jueves desnuda su concepción absolutista del poder, algo profundamente antidemocrático. La no aceptación del pensamiento diferente es, sin duda, el mal mayor que domina a Fernández de Kirchner y su círculo áulico. Hay una aureola de infalibilidad que se trasunta en toda su gestión. No hay lugar para las voces críticas en ese universo donde la soberbia y la omnipotencia reinan. Por eso es que muchos funcionarios, genuinamente consubstanciados con los postulados del Gobierno, quisieran dejar sus cargos al verse sobrepasados por esa impronta a la que acompaña una buena dosis de fanatismo. “Con la Presidenta no se habla; a la Presidenta se la escucha”, es una frase que circula por los pasillos del poder.

En un Gobierno que ve conspiraciones por todos lados –el último ejemplo es la desopilante fábula del espionaje sobre la Presidenta de la policía de Santa Cruz–, ha reaparecido la idea de lo destituyente. Quienes protestan representan el mal. Con una concepción así, no hay diálogo posible. ¿Quién querría hablar con la encarnación del mal? Con una concepción así, tampoco hay posibilidad de discutir propuestas. ¿Quién aceptaría intercambiar ideas con los voceros del mal? Es claro, además, que con esta concepción la lista de enemigos aumentará. En esa lista, además de toda la oposición, se encuentran muchos ex oficialistas (Alberto Fernández, Esteban Righi, Roberto Lavagna, Hugo Moyano) y otros que aún están dentro del espacio como Daniel Scioli, contra quien hay enojo por su pecado mortal de expresar su respeto por los que participaron de la marcha. ¿Seguirá Scioli pensando que lo peor para él ya pasó, tal como señaló antes del jueves a sus funcionarios? La última incorporación que la Presidenta ha hecho a su nómina de enemigos es la del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta.

Como no podía ser de otra manera, y a modo de descalificación de la marcha, el Gobierno no pudo privarse de echarle la culpa a Clarín y a TN por el éxito de la manifestación. La verdad es que el gran protagonismo comunicacional de esta marcha lo tuvieron las redes sociales. La Presidenta, su entorno y muchos de los que la apoyan creen que si el 7 de diciembre logran destruir TN, nada de lo que sucedió el jueves volverá a ocurrir. Es un grueso error. Hoy las redes sociales e internet representan alternativas de un creciente peso político. El minuto a minuto de los canales que responden al oficialismo mostró que sus audiencias bajaron durante el tiempo en que pretendieron minimizar la marcha. El pico de audiencia del programa de Marcelo Tinelli no se produjo durante algunas de las habituales peleas llenas de mal gusto entre sus panelistas, sino en el momento en que Marcelo se dedicó a hablar de la marcha.

Habitual en el kirchnerismo, la Presidenta ha dado la orden de redoblar la apuesta. Por eso la contramarcha que ha comenzado a organizar La Cámpora. Algunos protestaron por el cepo al dólar, pero muchos lo hicieron por la inseguridad, la inflación y por su rechazo a vivir bajo el imperio del miedo. Con una simpleza de pensamiento que no sorprende, en el Gobierno piensan que con el correr del tiempo y la falta de liderazgo político la marcha del jueves se irá diluyendo. En la Babel de Olivos no han comprendido que la protesta ha puesto a los opositores a la búsqueda de construir oposición como medio de representación para ese sector de la sociedad de la que forman parte muchos que votaron por Fernández de Kirchner.

Para el Gobierno sólo valen las marchas de sus partidarios. Todas las demás son manifestaciones antipopulares y antidemocráticas. Cristina ha hecho de la intolerancia un estandarte que ha inculcado fuertemente en su albacea político, La Cámpora. La oposición debe esmerarse en no caer en actitudes similares y, por lo tanto, igualmente reprochables. Qué aporte al desarrollo de una sociedad plural y tolerante y cuán beneficioso sería para su gobierno y el país que la Presidenta pusiera en práctica la famosa frase de Winston Churchill que dice: “La democracia es la necesidad de inclinarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 16 de Septiembre de 2012.

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