Egoístas o ignorantes…
Pulitzer y Sarmiento,
dos tipos de periodismo.
El lector se encuentra en esta edición con un diario de
muchas más páginas. Es una edición aniversario, que sale con más avisos. Y más
que ninguna en sus siete años de existencia, a pesar de seguir incumpliendo el
Estado el fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obliga a colocar
publicidad oficial en este diario.
El relanzamiento de PERFIL, el domingo 11 de septiembre de
2005, coincidió con el día en que se recuerda a Sarmiento. Este año la
Presidenta también recordó a Sarmiento pero como ejemplo del periodismo
militante, tan generoso en adjetivos como avaro en rigor técnico. Moreno es
otro ejemplo que se utiliza para dignificar al actual periodismo militante,
porque en los tiempos de la Revolución de Mayo recomendaba minimizar las noticias
que pudieran ser negativas y magnificar las favorables.
Extrapolar ejemplos de la historia y traerlos al presente
puede ser tan injusto como juzgar severamente a Sócrates o a Washington por
haber sido esclavistas, cada uno en su tiempo. El periodismo en el siglo XVIII
y gran parte del XIX era casi todo militante.
Cuando en 1868 Sarmiento fue embajador en Estados Unidos,
por entonces instalado en Nueva York, Joseph Pulitzer aún no había comprado el
New York World (lo hizo en 1883) y no había empezado la revolución del
periodismo que modificaría la historia de nuestra profesión, primero en su país
y progresivamente en el resto del mundo. Hasta ese momento, en su gran mayoría
los diarios estaban asociados a partidos y el periodismo era una rama de la política.
Pulitzer, no sin ambivalencias, errores y acciones muy
criticables, convirtió el periodismo partisano en periodismo profesional,
comercial o autosustentado. No se trata de una rareza del periodismo: la
mayoría de las actividades humanas nacieron fusionadas unas con otras. En la
medida en que las sociedades fueron progresando, las disciplinas que antes eran
una sola pasaron a tener autonomía. Con sólo ver las carreras universitarias de
hace un siglo y las de hoy alcanza para comprenderlo.
Volver al periodismo de Moreno o Sarmiento es, de alguna
forma, retornar a la época de Eduardo VII y Napoleón por un lado, o Rosas,
Urquiza y Mitre por el otro, momentos fundacionales de la Argentina como nación
y como república. Obviamente, si la integridad de la patria estuviera en juego,
se justificaría esa regresión. Pero son muy pocas las ocasiones extraordinarias
que justificarían vaciar el periodismo de su inédito aporte a la sociedad para
sustentar a la política.
Tras ser elegido diputado en 1885, Pulitzer renunció meses
después por no encontrar en la política una actividad que lo entusiasmara más
que el periodismo.
La oposición entre periodismo militante y periodismo –casi
podríamos decir– moderno es una prolongación de una batalla mucho más amplia
que hoy atraviesa a toda la sociedad argentina, que encontró en el cacerolazo
de hace diez días y en la reacción posterior del kirchnerismo uno de sus picos.
Desde la perspectiva del oficialismo, quienes protestaron son
egoístas o ignorantes, no comparten lo que el Gobierno hace porque tienen algún
privilegio que se ve amenazado, o se trata de personas que no comprendieron su
tiempo o están mal informadas por los medios hegemónicos que las alienaron.
Pero no sólo el kirchnerismo tiene esa visión reducida de
sus críticos: algunos de los que critican al Gobierno también ven a sus
defensores como egoístas, ya sea porque cuidan un puesto en el Estado, que
perderían, o porque desconocen el mundo actual al quedarse sólo con libros
escritos en la década del 70 y el 80 o los producidos por franceses o
italianos, y casi nada de los autores anglosajones.
La acusación de egoístas es injusta con muchos de los
defensores del kirchnerismo, que no perderían nada material con otro gobierno y
dicen lo que piensan con absoluta convicción. También es injusta con muchos de
los críticos del kirchnerismo, que tampoco ganarían nada material con un cambio
de gobierno.
Ante la acusación de ignorantes que “se quedaron en los 70”
(a los K) o que “se quedaron en los 90” (a los no K), cabría reflexionar acerca
de la metáfora de Hegel sobre el búho de Minerva, la diosa del conocimiento,
conocimiento que siempre llega tarde porque sólo vuela al romper el crepúsculo;
o sea, llega atrasado, explica las cosas cuando ya pasaron y no puede cumplir
la función de mensajero del alba. En síntesis: ¿quién puede estar seguro de
saber lo que será correcto para el futuro? “¿En qué sentido exactamente está la
Bondad ahí afuera esperando ser representada exactamente como consecuencia de
una argumentación racional?”, escribió Richard Rorty una vez.
Probablemente, la Argentina actual precise que los sectores
más enfrentados políticamente dejen de pensar a su oponente como un egoísta o
un ignorante.
Para alejar el riesgo de caer en la violencia política hay
que reconciliar visiones, y es imperioso encontrar un terreno común que permita
comunicarnos y escapar a la inconmensurabilidad metafísica que nos aísla en
mundos diferentes, encerrados dentro de un paradigma no interconectable con el
de los otros, que pone en riesgo la idea misma de racionalidad. Precisamos
convenciones que permitan un lenguaje común de observación neutral para poder
dialogar. No hay conmensurabilidad entre grupos que tienen paradigmas
diferentes de lo que resulta una explicación acertada. No se trata de una
guerra en la que se le impone al otro el vocabulario del vencedor.
La única noción posible y utilizable de objetividad es la de
acuerdo. El periodismo moderno, después de Pulitzer y post Sarmiento, asume la
objetividad como una propiedad de aquello que, al haber sido ampliamente
discutido, es elegido por consenso como racional. Sin consensos mínimos no
habrá periodismo, sólo militancia; ni tampoco política, sólo guerra.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 22 de Septiembre de
2012.
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