domingo, 26 de agosto de 2012

Soldados... De Alguna Manera...


Soldados…


Aunque no sea una novedad absoluta, es un hecho sobresaliente. La Argentina viene recuperando el valor, la reputación y el prestigio de lo militar, aunque las Fuerzas Armadas regulares parecen estar más desvencijadas que nunca. Es, por lo tanto, otra de las tantas paradojas argentinas. Una generación que luchó armas en la mano contra el poder militar, y lo hizo tanto en democracia como en dictadura, viene revelando cada vez con mayor frontalidad su veneración por lo militar y por la actitud vertical que supone la pertenencia a una institución castrense.

Los veneradores de lo militar no son hoy ordinarios y monosilábicos suboficiales enganchados por necesidad a las Fuerzas Armadas. Otra paradoja argentina es que otrora distinguidos intelectuales y universitarios, supuestamente formados en los rigores de la duda y la interpelación, se desesperan por ser conocidos como “soldados”. Provocadores compulsivos, se denominan “soldados del pingüino”. Esta semana, la misma Presidenta definió a Néstor Kirchner como un “soldado” el martes 21 de agosto, al anunciar una nueva licitación de centrales hidroeléctricas (La Nación, Economías y Negocios, 22/8/2012, pag.3).

La autodescripción de los militantes como soldados es un fenómeno viejo que ha regurgitado con fuerza en estos tiempos. Cuatro décadas después de que legiones de jóvenes consideraban que “el poder nace de la punta del fusil” (frase atribuida al líder Mao Zedong), la Presidenta homenajeó esta semana, nada menos que en el Centro Islámico, a Envar El Kadri, uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). No fue la primera ni la más importante de las organizaciones guerrilleras que se reconocieron a sí mismas como “verdaderas” encarnaciones del poder militar. El Ejército Guerrillero del Pueblo, instalado en Salta a mediados de 1963, y el Ejército Revolucionario del Pueblo, fundado en 1970, fueron también colectividades militantes que se asumieron como instituciones armadas sometidas al modelo militar. Hubo unos fugaces Ejército de Liberación Nacional y Ejército Nacional Revolucionario, y desde luego el poderoso socio de los primigenios Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Todas estas organizaciones no parecieron vivir nunca una contradicción de valores, algo que sucedió también en América latina desde comienzos de los años 70, cuando ejércitos y fuerzas armadas revolucionarias surgieron en Venezuela, Colombia, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Perú, emulando y copiando el modelo militar. El caso de Montoneros de Argentina es proverbial y tal vez insuperable: ya en su desbande y derrota final (1979-1981) se seguían reuniendo en sus casas en Europa, vistiendo uniforme de fajina y saludándose entre ellos como es habitual en los vituperados ejércitos regulares.

Ha habido una fuerte y subrepticia admiración por lo militar en generaciones revolucionarias que parecen haber echado de menos esa seductora posibilidad de las certezas terminantes y de la disciplina acatada sin complejos. Fue esa obediencia vertical lo que justificó asesinatos llamados “ajusticiamientos” y secuestros extorsivos denominados “recuperaciones”. Ese militarismo esencial fue también la argumentación racional que dio nacimiento a las “cárceles del pueblo”. Todo poder “enemigo” debía generar un contrapoder propio, calcado de las mismas formas y con los mismos valores de las instituciones a las que se presumía querer destruir. En el mismo plano, en el invierno de 1973, la Juventud Peronista organizó el llamado Operativo Dorrego junto al mismo Ejército Argentino, que hacía pocas semanas había dejado el gobierno.

El 10 de marzo de 1979, la Conducción Nacional del Partido Montonero y la comandancia en jefe del Ejército Montonero emitieron un comunicado acusando al capitán (sic) Rodolfo Galimberti (legajo Nº 00583), nacido el 5-5-47; al teniente 1º (sic) Pablo Fernández Long (legajo Nº 00588), nacido el 16-11-45, libreta de enrolamiento Nº 4.538.880; al teniente (sic) Roberto Mauriño (legajo Nº 00581), al teniente (sic) Juan Gelman (sin legajo); a la subteniente (sic) Julieta Bullrich (legajo 00678), nacida el 28-1-44, CF Nº 6.089.066, “todos ellos militantes del Partido Montonero”, así como a otros milicianos “afectados voluntariamente a tareas partidarias”. Los encausó “en los términos previstos por el Código de Justicia Revolucionaria, de los cargos de Deserción (Art. 5), Insubordinación (Art. 8), Conspiración (Art. 9) y Defraudación (Art. 11)”, lo que –aseguraron– “constituiría el delito de Traición (Art. 4). La conducción nacional de Montoneros convocó a la constitución del Tribunal Revolucionario que preceda a la realización del juicio revolucionario correspondiente a los fines de la consideración de la acusación precedente, solicitando al mismo la aplicación del máximo rigor que corresponda a la imposición de las penas por los delitos de que son acusados”. Firmaban, como comandantes (sic) Mario Firmenich, Raúl Yager, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Perdía y Horacio Mendizábal, y el 2º comandante (sic) Domingo Campiglia.

La fascinación por el núcleo conceptual del poder militar ha sido arquetípica en el peronismo. La palabra “conducción” encarna en este movimiento un misterioso poder sagrado. Aun cuando sea mil veces traicionada o marginada, a la “conducción” se la obedece. Perón bautizó a sus jóvenes guerrilleros entre 1969 y 1973 como “formaciones especiales”. No es azaroso que el actual Gobierno haya dado curso a un murguero “Vatayón” carcelario, tal vez barruntando que cambiar la letra “ll” por la letra “y” implica una modificación de valores.

Al homenajear a El Kadri y a las FAP, la Presidenta hizo un gesto calculado y de muy bajo precio, ofreciendo a sus soldados un instante de regocijo, una reparación histórica. Las FAP de 1968 fueron una banda melancólica, apresada antes de actuar, aunque la sigla reapareció en los sangrientos años setenta, cuando por breve lapso compitió con movimientos parecidos, pero ya con hechos delictivos. Aun cuando, tibiamente, la Presidenta pretendió criticar al vanguardismo de aquellos iluminados y manifestó la superioridad de “lo colectivo”, en el kirchnerismo realmente existente brilla sin eclipse la noción militar del soldado militante que reporta a una generala infalible, inapelable y que sólo responde a sí misma. Por eso, el homenaje a una guerrilla que se definía como Fuerzas Armadas ilumina, desde lo que oculta, a esa vieja y perdurable admiración por la obediencia.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 26 de Agosto de 2012.



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