La política tiene algunos dilemas siniestros...
No se trata de resistir ciertas reformas porque “no van a ir tan lejos
como uno soñaría en sus mejores sueños”, sino porque ellas prometen retrocesos
“de pesadilla” respecto de la situación original. Basta sólo observar lo que
pasó con el Consejo de la Magistratura o la ley de Partidos Políticos.
Existen dilemas de diferente tipo. Por ejemplo: dilemas
éticos , que nos llevan a escoger entre dos imperativos morales (como el de
optar entre salvar una vida u otra); dilemas de cooperación (como el que se estudia
con el llamado dilema del prisionero); dilemas como el que se ilustra con la
idea del “tómalo o déjalo” (conocido como el “dilema de Hobson”); dilemas
extorsivos del tipo “la bolsa o la vida”; o dilemas como el “zugzwang”, al que
se hace referencia en el ajedrez (y que describe una situación en la que
estamos obligados a incurrir en daños, cuando preferiríamos directamente no
hacer movida ninguna).
Aquí quisiera hablar de un dilema diferente de los citados,
muy propio de esta etapa política, y que tiene su comienzo en cambios que se
consideran necesarios, indispensables . Por caso, la reforma de la Ley de
Partidos Políticos; la reforma del Consejo de la Magistratura; la reforma de la
Ley de Medios y aun, según entiendo, la reforma constitucional, podrían
ayudarnos a ilustrar el dilema que me interesa.
El dilema en cuestión aparece cuando “la puerta de entrada”
al cambio buscado está controlada por quienes amenazan con dejarnos (no con un
bien inferior o no tan perfecto como el que buscamos, sino) con un resultado
que rechazamos absolutamente . Podemos llamar a estos dilemas de “puerta de
entrada”, dilemas siniestros.
Un ejemplo muy sencillo puede dar cuenta del dilema del
caso. Un padre de pocos recursos quiere operar a su hijo, que padece problemas
respiratorios muy molestos. En el pueblo en donde habitan hay sólo un hospital
en condiciones de hacer la operación. El problema es que allí hay un buen
médico, que podría operar y poner bien al niño, pero el hospital es
administrado por personas reiteradamente acusadas de aprovecharse de sus
pacientes, traficando con sus órganos. El dilema siniestro aparece ahí, del
peor modo: el padre entiende que es necesario, indispensable, operar a su hijo,
pero teme que si las cosas no salen bien, salgan imperdonablemente mal. ¿Qué
debe hacer entonces? Operar al hijo, con la esperanza de que mejore su vida, o
no hacerlo, temiendo un (bastante previsible) robo de órganos?
El caso anterior, me parece, ilustra un dilema que ha
aparecido reiteradas veces en la política de estos años . Por ejemplo, muchos
abogaron por la reforma del Consejo de la Magistratura con la convicción de
que, tal como estaba organizado, el Consejo no funcionaba bien, lo cual no
ayudaba a la independencia judicial. Lamentablemente, con la reforma hecha, el
Consejo no sólo no ganó independencia, sino que se terminó de poner en crisis
la ya frágil independencia de la que gozaba .
Otro ejemplo es el de la reforma a la Ley de Partidos
Políticos. Parte de la izquierda quería la reforma para asegurar una escena
política más igualitaria e inclusiva.
La reforma que finalmente se llevó a cabo no sólo no sirvió
para organizar una política más igualitaria , como quería la izquierda, sino
que se dirigió directamente a borrar a la izquierda del mapa político.
Es muy importante advertir cuál es, precisamente, la crítica
que aquí se hace, para evitar el tipo de falacias en las que hoy está
incurriendo el oficialismo y (lo que Bourdieu llamara) su “policía ideológica.”
Las resistencias que pueden ponerse frente a ciertas iniciativas reformistas no
se deben a que uno es “demasiado exigente” o “utópico”: se trata de que tales
reformas amenazan con empeorar inaceptablemente la ya difícil situación de
punto de partida.
De modo similar, no se trata de resistir ciertas reformas
porque “no van a ir tan lejos como uno soñaría en sus mejores sueños”, sino
porque ellas prometen retrocesos “de pesadilla” respecto de la situación original
(como el padre que se encuentra con que el hospital que iba a curar a su hijo
termina siendo responsable de robar los órganos del niño; o la izquierda que se
encuentra con que la deseada reforma política llegó, pero sólo para
proscribirla a ella).
El Gobierno todavía tiene en sus manos la posibilidad de
recuperar la credibilidad y el apoyo que exigen las principales reformas por
las que está interesado (incluyendo la reforma constitucional). Podría hacerlo,
por ejemplo, pidiendo perdón y mostrando sincero arrepentimiento por las
mentiras de las cifras de inflación, la desigualdad, la pobreza o el desempleo;
asegurando a la Ley de Medios los controles en manos de la oposición que hoy
impunemente impide que existan; siendo implacable con la corrupción estructural
que hoy se ampara. De no hacerlo, para los críticos del Gobierno, la única
opción razonable será la de aprender de la historia. Y lo que la reciente
historia política sugiere es que, sin un (perfectamente posible) cambio radical
de actitud, por parte del oficialismo, deben rechazarse todas las invitaciones
sin garantías que curse el Gobierno.
© Escrito por Roberto
Gargarella, profesor de Teoría Constitucional en las Universidades de Buenos
Aires y Di Tella y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el miércoles 8 de Agosto de 2012.
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