¿En qué se diferencian las crisis económicas y políticas en los países
europeos (no quiero decir “civilizados”, no quiero decir “centrales”) de las
crisis económicas y políticas en países como los nuestros (no quiero decir
“bárbaros”, no quiero decir “periféricos”)?
No es un asunto de contenidos (porque la política europea es tan vacua como
la nuestra, porque el capitalismo es más o menos igual en todas partes) sino
más bien de expresión. Nuestras crisis son, como en la tragedia griega, muy
expresivas: paros nacionales, plazas tomadas, gendarmes muertos, amenazas,
suspensión de países en los foros internacionales, más amenazas, ropas
desgarradas, griterío, llantos, promesas (incumplidas), acusaciones cruzadas,
llamamientos.
En Europa, en cambio, todo marcha hacia la ruina elegantemente. Hemos visto
a los villeros de Toulouse (Tolosa) acampando a la vera del Garonne en número
alarmante. Pero a ellos no se les ocurre cortar una rue o una autopista
(autoroute) en demanda de vivienda o trabajo: están simplemente allí, como
están los heroinómanos en las plazas con sus perros (porque, de ese modo, al
declararse a cargo de un ser vivo no pueden ser encarcelados).
Estuvieron, por cierto, los “indignados”, que el verano pasado tomaron las
plazas españolas, pero parece que este año han decidido descansar como Dios
manda.
No es raro, pienso, que los movimientos insurreccionales (Comité Invisible,
Tiqqun) tomen como referencia a la Argentina (¡2001!) en términos de gestión de
la crisis.
No es necesariamente porque nosotros seamos capaces de resolverla de mejor
manera (en todo caso, todo sucede en nuestro costado del Atlántico de una
manera operística, energúmena), sino de una forma más espectacular.
Aquí la gente de bien festeja sus triunfos en el rugby, aplaude a las fuerzas
de seguridad cuando hacen un numerito recreativo en alguna plaza, cena antes de
que caiga el sol, escucha las noticias, dice “qué barbaridad”, sigue la météo y
se va a dormir temprano.
Jamás (jamais!) un disturbio urbano, un diario que no llega a destino, una
avalancha trotskista o maoísta tomando el espacio público. Por cierto, esto es
la provincia, pero sabemos que entre nosotros también las ciudades y los
pueblos del interior se movilizan, piden justicia, claman por sus muertos,
gritan, lloran, roban cámara.
Es como si Europa se negara a reconocer que todo lo que sucede importa en
términos de cuadro, foco, registro, expresión y testimonio.
Por eso, finalmente, es lógico que nos reconozcamos empáticamente en los
griegos, en primer término, en los italianos, en segundo lugar, y que nos deje
helada la confianza ciega de los franceses y los alemanes en sus gobernantes:
¿No saben que esa gente está dispuesta a hacer lo peor por ellos? ¿O será que,
tal vez, tienen un arma que nosotros desconocemos y que los políticos temen
incluso más que a las crisis del capitalismo?
Me niego a creer que haya en Europa algún secreto “ciudadano” que
desconocemos. Más bien tiendo a temer por los europeos, que pronto estarán con
nosotros, o peor, y no sabrán qué hacer con su profunda angustia.
© Escrito por Daniel
Link y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes
29 de Junio de 2012.
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