Querido ex enemigo…
Ambición. Hugo Moyano aspira a que su influencia política trascienda el
sindicalismo.
El desafío de Moyano a la
Presidenta tiene un costado positivo. Puso una lente de aumento sobre los
mismos defectos de todos los actores políticos que, al estar ampliados, hizo
más didáctica su comprensión. ¿Usted se imaginaba, lector, a Moyano anunciando
un paro de Camioneros desde los estudios de TN? Peor aun, ¿alguna vez usted
hubiera imaginado a Macri y al PRO apoyando un paro general de la CGT y
enviando adherentes a una marcha de Moyano a la Plaza de Mayo?
¿O a Scioli pornográficamente desnudado por Moyano? El esmero del
gobernador por disimular –haciendo de un Chauncey Gardiner que dice obviedades
para ser interpretado como un metafísico folk– fue arrasado por su foto con
Moyano tras jugar al fútbol con el equipo de Camioneros, levantando el trofeo
que el líder sindical calificó como “Copa de la Lealtad” en honor a Mariotto y
justo en los albores del lanzamiento de su conflicto sindical. En el lenguaje
analógico de los gestos con los que Scioli “habla”, su foto de ayer jugando al
fútbol contra el equipo de Maradona y el Kun Agüero busca minimizar aquella
imagen con Moyano.
¿Y quién hubiera imaginado a la Mesa de Enlace apoyando un
reclamo de Moyano? ¿O que las opiniones sobre el Gobierno que Moyano expresa
públicamente coincidirían con las de quienes cacerolean? León Gieco sentenció:
“No hay que ser hipócritas diciendo que este gobierno es una dictadura militar,
como dice Moyano”.
Moyano sostiene que él no cambió, que sigue defendiendo lo mismo
y que quienes cambiaron son los otros, o sea Clarín, Macri, Scioli, la Mesa de
Enlace o quienes cacerolean. Moyano se equivoca, ellos tampoco cambiaron; igual
que él, defienden lo mismo de siempre: su propia supervivencia. Igual que el
Gobierno. Todos, sin tener en cuenta principios, razones, criterios de verdad o
justicia, pretensiones de consistencia ni tampoco adscripción ideológica.
Cuando la Argentina sea un país plenamente desarrollado, tanto
económica como política y culturalmente, quizá los historiadores de esa época
expliquen las causas de nuestra inferioridad actual basados en el hecho de
haber convertido en religión aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi
amigo. O lo explicarán como consecuencia de nuestra fragilidad y pobreza, ante
la cual cada actor social no podría darse el lujo de la coherencia porque a
cada paso estaría en juego el total de su subsistencia.
Moyano representaba todo lo indeseable para la clase media no
kirchnerista, pero por el solo hecho de enfrentarse al Gobierno pasó a tener
razón y ser valorado por quienes antes lo despreciaban. Tal es el deseo de que
le vaya mal al kirchnerismo, que cualquiera con fuerza suficiente para hacerle
daño, venga de donde venga, es bienvenido. Pero se equivoca el Gobierno al
creer que se trata de un complot. Es desesperación por ver que ningún partido
de la oposición es capaz de poner límite al oficialismo y, ante esa orfandad,
se ilusionan con cada esperanza que va apareciendo, igual que el familiar de un
enfermo terminal que se aferra a un curandero.
Moyano tampoco deja de ser patético con la severa crítica que
ahora realiza sobre el Gobierno cuando hace sólo nueve meses llamó a votar por
Cristina Kirchner. O al omitir sin descaro que hay una crisis mundial que
enfría no sólo la economía de los países centrales sino también la de Brasil y
todos los países emergentes. Distinta fue su posición cuando ante un caso
similar, en 2009, tuvo una actitud responsable al aceptar aumentos de sueldos
inferiores a los del año anterior (bajó de 20% en 2008 a 17% en 2009) y que ese
año no hubiera actualización del mínimo no imponible para el cálculo del
impuesto a las ganancias. Por lo mismo que hoy llama a un paro nacional.
No menos hipócritas son los muchos ex funcionarios de primera
línea del kirchnerismo que critican al Gobierno despiadadamente amparándose en
que hubo un cambio en los últimos años, cuando la esencia cultural kirchnerista
y sus defectos son los mismos desde el primer día. La única diferencia es que
antes ellos se beneficiaban siendo parte del “proyecto”, y ahora no. El mejor
ejemplo es la publicidad oficial, columna vertebral del relato oficial,
instrumentada los primeros seis años del kirchnerismo por Alberto Fernández,
quien ahora critica los abusos del Gobierno como si fuera un representante de
una ONG republicanista.
Si todo enemigo del Gobierno es bueno porque sirve para debilitar
al Gobierno sin importar nada más, la crítica al Gobierno por hacer lo mismo
carece de legitimidad. Y más aun, lo peor del kirchnerismo ganó: porque
colonizó culturalmente el comportamiento de quienes lo rechazan.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el domingo 24 de junio de 2012.
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