sábado, 30 de junio de 2012

Moyano... Otro más... De Alguna Manera...

Otro más...

 Moyano y su acotado acto en la Plaza de Mayo.

Otro más. Y otra corporación más. Primero fue “la prensa hegemónica”. Después, los empresarios de AEA. Ahora, los sindicatos. Los nombres propios de personas como Magnetto, Rocca o Moyano son atractivos comunicacionalmente, pero lo que ellos representan es lo relevante de verdad. Y se podría agregar a esta lista a la Iglesia, aunque ya fuera políticamente menos influyente con la sustitución de Bergoglio al frente del Episcopado.

Fue muy revelador el discurso de Moyano en su advertencia a que los presidentes pasan pero “los sindicalistas quedamos”. La necesidad de recordar el típico poder permanente de las corporaciones fue una señal de debilidad, porque la cuestión no está en que Moyano continúe al frente de Camioneros, como durante tanto tiempo lo vinieron haciendo Pedraza en Ferroviarios, Barrionuevo en Gastronómicos, Cavalieri en Comercio o Lescano en Luz y Fuerza, sino con qué representatividad y poder de daño queda cada uno. El diario La Prensa, que clausuró Perón, sigue apareciendo pero no representa lo mismo. Un sindicalismo dividido –ya no sólo en dos CGT, como en otras épocas, sino quizás en tres, más dos CTA– ya no es un cuco para el Gobierno. Esto no quita que cada uno de los gremios, o grupos de gremios importantes, vaya a tener poder de negociación política y posibilidades de obtener beneficios a cambio. Pero ya sin una sola central de trabajadores y unida no podrían poner en riesgo la gobernabilidad como en la época de los paros generales de Ubaldini a Alfonsín. Alfonsín no era peronista, pero –aun salvando las distancias– Isabel sí lo era y los sindicatos también contribuyeron a su desgobierno.

Moyano fue otro tigre de papel. Otro líder de una corporación que parecía invencible y terminó deshilachándose al confrontar con el Gobierno. ¿Cuál será el atributo tan especial del Gobierno que logra lo que ningún otro se animó, siquiera, a imaginar? En principio, hay ciertas coincidencias en el método de desgaste al que el Gobierno somete a las corporaciones que enfrenta.

Esencialmente, las divide hasta el punto de que sus caciques no resulten una amenaza. Pero no es sólo efecto de la acción del Gobierno: las corporaciones habían acumulado un desprestigio previo a la llegada del kirchnerismo por la suma de muchos errores que las hacían vulnerables frente a la opinión pública. Incluso, dentro de cada una de las corporaciones había cuentas pendientes y rencores hacia el líder que habían crecido a expensas de abusar de su posición dominante frente a sus colegas. En el momento que precisaron de la unión de todos para la defensa corporativa se quedaron parcialmente solos.

Pero la fragmentación de las corporaciones no es más que una parte de un fenómeno más general de fragmentación de todo en la Argentina de las últimas décadas de involución, con su punto de mayor intensidad centrípeta en la crisis de 2002 del sálvese quien pueda.

Además, a lo que el Gobierno haya aportado en su batalla por la reducción del peso específico de las corporaciones y a la propia autodestrucción de las corporaciones mismas, iniciada bastante antes de la llegada del kirchnerismo, hay que agregar factores epocales que son comunes a todos los países. Los grandes medios de comunicación entraron en crisis en todos los países desarrollados, donde se critica abiertamente su excesivo poder al mismo tiempo que se van reduciendo por la competencia de las nuevas tecnologías. 

Las corporaciones empresariales entraron en crisis en 2008 y hasta el Foro de Davos perdió su prestigio. Los sindicatos ya habían dejado de ser la fuerza revolucionaria típica del siglo XX, entre muchos factores por la creciente globalización y la posibilidad de que el trabajo industrial migre de un país a otro, sumado a la progresiva reducción del trabajo industrial en los países más desarrollados y su sustitución por una fuerza laboral orientada a los servicios. Y la decreciente influencia de las religiones occidentales había comenzado mucho, mucho antes.

Probablemente, el error de las corporaciones que el kirchnerismo fue venciendo residió en no haber prestado atención al deterioro de su poder, independientemente de las acciones del Gobierno. Y cada una de ellas sobrevaloró sus fuerzas, facilitándole el triunfo al Gobierno.

Estos componentes sistémicos de época explican, en parte, el menor peso que hoy tiene Moyano respecto de Ubaldini hace dos décadas. Y también por qué la derrota de Moyano no significa que la Presidenta gane. También Cristina salió herida de esta batalla. Se podrá argumentar que –desde el punto de vista fáctico o de gobernancia– salió fortalecida, pero su popularidad dejó algunos jirones en el camino. Es posible fortalecerse en términos de gestión pero debilitarse electoralmente.

Sería un error del Gobierno quedarse solamente con que la manifestación de Moyano fue muy inferior a las expectativas que creó, sin ver que la propia existencia de esas expectativas sobredimensionadas indican la existencia de un deseo de oposición que no logra encarnarse pero está latente y a la espera de su momento de fusión. El día que eso suceda, como un movimiento sísmico, desacomodará todo el armado oficialista.

Pero por ahora el Gobierno logra vencer a cada corporación que provoca y hace subir a su ring. A quien provoca y provoca pero sobrevive no subiéndose al ring es –obviamente– a Daniel Scioli.

Su estrategia ha sido no aceptar el reto a duelo y dejar que todos los otros, que aceptaron la pelea, se vayan consumiendo en sus enfrentamientos con el Gobierno. Su plan le rendirá frutos en la medida en que el propio Gobierno se desgaste también en su pelea contra las corporaciones y lo pueda agarrar cansado el día que finalmente acepte confrontar. El problema que tiene es que el kirchnerismo se viene quedando sin más corporaciones a las que enfrentar y doblegar.

El riesgo de Scioli es que lo suban al ring, aun en contra de su voluntad, y antes de que el Gobierno se debilite lo suficiente.

Scioli también es un nombre propio, pero lo relevante es la corporación que él representa. En su caso, el Partido Justicialista como maquinaria de poder independiente del caudillo que lo comanda y de generación autónoma de su sucesión.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 29 de Junio de 2012.


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