Mentira y violencia…
Maquiavelo recomendaba al príncipe voluntad y fortuna (a
Scioli le vendría bien leer qué decía Maquiavelo sobre el príncipe que tomaba
un castillo con soldados prestados). Pero Néstor Kirchner debe haberle
recomendado a su mujer mentira y violencia.
El kirchnerismo no sólo ejecuta con
toda dureza las medidas que sean necesarias sino que las niega sabiendo que
todos saben que miente. Cada día se agregan nuevos ejemplos; la semana pasada
comenzó con el jefe de Gabinete, Abal Medina, negando ante el Congreso el
contrato del Estado con Ciccone, a pesar de que se difundieron fotos del
contrato, y luego diciendo que el Gobierno cumplía con el fallo de la Corte
Suprema de colocar publicidad oficial en Editorial Perfil cuando es visible lo
contrario. Esta se inició con la AFIP respondiendo los amparos para poder
comprar dólares, diciéndole al juez: “Niego que exista decisión del Gobierno de
que la AFIP otorgue el aval definitivo a la compra de dólares, niego que la
AFIP se encuentre implementando un sistema de regulación cambiaria, y niego que
la AFIP rechace el pedido de compra si el comprador mantiene deuda impositiva”.
Es la técnica que usa Moreno desde hace tiempo,
experimentada con el Indec. Se toman medidas sin dejar constancia de sus
disposiciones por escrito, negando públicamente lo que afirma hacer en privado.
Aunque nos duela –porque nos haría bien convencernos de que las aberraciones de
la última dictadura las practicaron personas extrañas a nuestras costumbres y
que nos tomaron a todos de rehenes–, el actuar con “determinación” militar y
luego mentir sobre las acciones son prácticas que comparten el kirchnerismo y
la última dictadura. Nuestros militares no fusilaban, no hacían juicio sumario,
eran mucho peores: asesinaban pero no querían asumir la responsabilidad de sus
actos; en algunos casos por cobardía, en otros por cinismo (Maquiavelo recomendaba
la hipocresía, no el cinismo).
En la contratapa anterior –titulada “Terror”–, me referí al
uso de técnicas militares represivas para solucionar problemas económicos como
parte de la cultura de los años 70, comprensible en personas que habían pasado
de la adolescencia a la adultez en aquellos tristes años en los que la
violencia estuvo legitimada. Vale también prestar atención a que, además de la
violencia –que en aquellos años no fue sólo un atributo de los militares–,
ahora se imita un perverso legado de aquella dictadura, que es el de la mentira
oficial. Un gobierno que tanto ha hecho reavivando los juicios contra los ex
represores debería reflexionar que su mentalidad militar hace que se comporte
frente a la verdad de la misma manera que aquellos dictadores.
Esencialmente, el kirchnerismo tiene un problema con la
verdad. Quizá porque no cree tanto en la solidez de sus ideas o en las
convicciones de sus seguidores. El ejemplo del jueves –cuando ninguno de los
canales de noticias, excepto TN, o sea C5N, Crónica, América 24 y Canal 26,
difundió imágenes de los cacerolazos en la Plaza de Mayo– es de un grado de
negación rayano en la locura.
Es cierto que generalmente los pueblos son cuerdos y los
gobiernos son locos, como también que la racionalidad es un mito contemporáneo.
Pero hay límites. Nuestros militares no sólo fueron malvados: además fueron
locos. Sus equivalentes de Brasil y hasta de Chile, con lo despreciable que
resultó Pinochet, fueron menos catastróficos. Quizá la combinación de mentira y
violencia no pueda dar otro resultado que la locura, la que siempre tiene como
componente alguna forma de negación de la realidad potenciada, cuando existe el
poder de sostener esa ficción por más tiempo.
Se aceleran los tiempos. El adelanto de las elecciones de la
primavera de 2013 para el otoño (metáfora connotada), a pesar de la frustrada
experiencia para el kirchnerismo cuando hizo lo mismo en las elecciones de
2009, parece imponerse ante un cuadro de economía en descenso como el de hace
cuatro años.
Por todos lados se perciben señales en ese sentido. Daniel
Scioli, anunciando aspiraciones presidenciales con casi cuatro años de
anticipación, o cuadros políticos y técnicos que apoyaron a Duhalde y a Rodríguez
Saá en las últimas elecciones (parece que hace un siglo pero fue hace poco más
de siete meses), que pasan a unirse al PRO junto con algunos de la Coalición
Cívica y –todavía solapadamente– del radicalismo, son señales de que el
calendario electoral ya se anticipó en la mente de todos, no sólo del
kirchnerismo.
Que se aceleren los acontecimientos es bueno para Macri y
Scioli porque cuanto menos tiempo haya para crear otros candidatos, más
posibilidades tienen los dos ya instalados. En varios sentidos, Macri y Scioli
venden lo mismo: desideologización (por lo menos aparente), foco en la acción,
capital político construido desde la fama deportiva, experiencia de gobierno en
dos de las cuatro mayores poblaciones del país, reelectos y en funciones desde 2007,
y la lista podría seguir con más coincidencias indicando que las preferencias
de los votantes guardarían cierta lógica. Pero tienen un punto de divergencia:
en materia económica, uno representa más la idea de cambio y otro más la de
continuidad. Macri precisa que al kirchnerismo le vaya muy mal económicamente
para que la sociedad lo prefiera a él; mientras que Scioli precisa que no le
vaya ni muy bien ni muy mal.
Frente a las hipótesis de Macri y Scioli, cabe preguntarse
qué tipo de cambio se buscaría: el cambio ideológico o el cambio de estilo.
Scioli representa cierta continuidad económica pero un cambio de estilo en
relación con la controversia; al revés, Macri representa un cambio económico
pero su estilo es de generar más controversias.
Otra señal de adelantamiento fue la venta de los medios de
Hadad a Cristóbal López más la anticipación en un año del plazo de vigencia
pleno de la Ley de Medios para el 7 de diciembre de este año. Dólar. Boudou. La
sucesión de Righi, Reposo y Gils Carbó para la Procuraduría General.
Cacelorazos, paros, cortes y movilizaciones. Mucho en pocas semanas.
En un texto sobre filosofía de la aceleración de la
historia, de la Escuela de Altos Estudios de París, Oliver Remaud sostuvo que
“todas las aceleraciones de la historia tienen, cuando se producen, la
consecuencia de electrizar en grados diversos el sistema nervioso de una
sociedad y quebrar el armazón de las identidades personales. Las aceleraciones
son casi siempre la consecuencia del cruce de varios puntos de inflexión cuyo
desenlace nadie consigue anticipar. La razón es sencilla: en el hueco de estas
aceleraciones de la historia, se aloja la paradoja del acontecimiento
desencadenante. La imposibilidad de ordenar las nuevas contingencias
sincrónicas provoca de manera casi automática conductas mentales de
compensación. Las aceleraciones de la historia desorientan a los individuos,
cada uno de los cuales se aferra a una mitología de la época para cualificar un
cambio repentino de cadencia. Los retrógrados y los reaccionarios se refugian
en la idealización romántica del pasado, a partir del hecho de su ignorancia de
las nuevas leyes de la Historia y de la lógica necesaria de sus
acontecimientos. Las aceleraciones de la Historia inscriben a los individuos en
un proceso que desconocen y que se sustrae por principio a su control”.
Así se debe sentir Cristina Kirchner. Pero también Scioli y
Macri. Vienen muchos meses muy movidos.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 9 de Junio de 2012.
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