El país de los boludos...
Bastará con verificar que –en el lenguaje de los jóvenes,
sobre todo– la palabra boludo ha reemplazado al modismo, típico de la
argentinidad, che. Hoy, los jóvenes no dicen: “Cortala, che”. No dicen: “Ni
ahí, che”. No dicen: “No me cabe, che”. Los jóvenes dicen: “Cortala, boludo”.
Dicen: “Ni ahí, boludo”. Dicen: “No me cabe, boludo”. Pareciera, la palabra
“boludo”, un reconocimiento (tal vez no consciente) del estado de las cosas, no
un agravio. Pero no nos adelantemos.
En principio bastará con verificar este decisivo
desplazamiento lingüístico: del tradicional “che” se ha pasado al “boludo”,
extrayéndole toda connotación agresiva para, limándolo, mantenerlo en el nivel
referencial. Así, cálidamente, se dice: “Escucháme, boludo”. O “no vayás,
boludo”. O “el bondi te deja mejor que el subte, boludo”.
Nadie ignora todo lo que un buen chiste expresa de una
situación social o política. Los chistes que ha generado el menemismo son
interminables y todos dicen algo de la situación básica que los ha producido:
el menemismo, por supuesto. Pero yo elegiría uno entre los más destellantes y
representativos. Uno en que la palabra “boludo” es decisiva y denota una
situación histórica. Un tipo le dice a otro: “¿Sabés cómo le dicen a Menem?” El
otro tipo dice: “No”. El primero dice: “El rey de los boludos”. El otro
pregunta: “¿Por qué?”. El primero explica: “Porque él es el rey y nosotros los
boludos”. La gracia del chiste (si me lo preguntan, creo que se trata de un chiste
muy gracioso y bien armado) radica en atribuirle, primero, a Menem, una
expresión tradicionalmente despectiva: sería, en efecto, “el rey de los
boludos”, es decir, el más boludo de todos, el más tonto, el más idiota.
Sin
embargo, luego, sorpresivamente (un chiste siempre, o casi siempre, esconde un
remate sorpresivo), la expresión “el rey de los boludos” deja de ser despectiva
y es valorativa, porque “el rey de los boludos” es un rey, es un monarca,
alguien que gobierna y, como todo monarca, tiene súbditos. Estos súbditos
tienen un nombre, que primero creíamos se atribuía al rey, pero no, no se
atribuye al rey sino a los súbditos: porque “los boludos” son los súbditos, los
súbditos del rey. De este modo “el rey de los boludos” es el monarca que ejerce
poder sobre una especial categoría de súbditos llamados “los boludos”. Que
somos, más exactamente, nosotros. El chiste, que en el inicio parecía agredir o
señalar peyorativamente a Menem, nos señala, en su remate, a nosotros: los
boludos somos nosotros y él es el rey, el monarca, el que nos transforma en
boludos gobernándonos. Porque si por algo somos boludos es porque Menem es
nuestro rey. Y lo hemos elegido.
Cuando alguien escucha este chiste se ríe, jamás se indigna.
Nadie dice: “Yo no soy un boludo ni Menem es mi rey”. No, los buenos y sufridos
(y boludos) argentinos nos reímos y decimos “qué buen chiste, boludo”. Y nos
asumimos como boludos y ya está claro por qué hemos dejado de decir “che” para
señalarnos y ahora decimos “boludo”. Porque es así: antes nos señalábamos
diciéndonos “che”. Por ejemplo: un amigo, luego de despedirse, se va del bar y
de pronto descubrimos que hemos olvidado decirle algo. Lo llamamos. Le gritamos
“¡Che!”. No más. Ahora le gritamos: “¡Boludo!”.
Todo esto no lo digo porque sí. Se me ocurrió, como muchas
otras cosas, tomando un café en el bar de la esquina de mi casa. Estoy con un
amigo y mi amigo lee el diario. Lee los sucesos de Ramallo. Que la bonaerense
acribilló a los secuestradores y a los rehenes. Eso lee. De pronto, me dice que
el comisario a cargo declaró que le habían tirado a las gomas. A las gomas del
coche en que se escapaban los asaltantes con los rehenes. Tiraron, parece,
entre ochenta y ciento setenta balas. Ni una le pegó alas gomas. Mi amigo me
mira y pregunta: “¿Nos toman por boludos?”. Le digo que sí, que por supuesto,
que nos toman por boludos. Que hace tiempo nos toman por boludos. Tanto, que
los argentinos ya no somos los “che”, somos “los boludos”.
Cuando Alsogaray decía “hay que pasar el invierno”, nos tomaba
por boludos. Y después Onganía, y Lanusse, y el viejo Perón muchas veces, nos
tomaron por boludos. Y cuando Videla decía “los desaparecidos están en el
exterior” nos tomaba por boludos. Y cuando hablaron de la “campaña
antiargentina” nos tomaron por boludos. Y cuando hicieron el Mundial y cuando
le ganamos a Perú seis a cero nos tomaron por boludos. Y Alfonsín nos tomó por
boludos cuando les dijo “héroes de Malvinas” a los carapintadas, y nos tomó por
boludos cuando dijo “la casa está en orden”. Y Menem se hartó de tomarnos por
boludos. Nos tomó por boludos durante más de diez años. Menem y los Yoma y
María Julia Alsogaray y los que mataron a Cabezas y los que suicidaron a
Yabrán. Todos nos tomaron por boludos. Y ahora los de LAPA y los acribilladores
de Ramallo y los que ultrajaron tumbas judías en La Tablada y, antes, los que
volaron la Embajada de Israel, los que volaron la AMIA esos –muy especialmente
esos– nos tomaron por boludos. Y quienes los cobijan, quienes deberían
descubrirlos y encarcelarlos y no lo hacen, esos, día a día, cada día que pasa
un poco más, nos toman por boludos. Porque eso es lo que somos, porque al fin
sabemos lo que somos: somos el país de los boludos. Hoy, al comandante Guevara
no le dirían Ernesto Che. Le dirían Ernesto Boludo. Y no por culpa de él, sino
nuestra.
Mi amigo, ahí, en el bar de la esquina, tristemente dobla el
diario y lo deja sobre la mesa. Llama al mozo. Pide un café. Veo en sus ojos el
destello de la bronca. De la indignación. Tal vez de la rebeldía. Me mira. Y
dice: “No se puede seguir así”. El mozo le trae el café. Bebe un lento sorbito,
con cuidado, como para no quemarse. Me mira otra vez y dice: “Hay que hacer
algo, boludo”.Es un comienzo.
© Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por el Diario
Página/12 el sábado 25 de Septiembre de 1999.
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