Periodismo para pocos...
Embanderados, algunos medios de comunicación
siguen acelerando sus pasos al ritmo de una militancia político-económica que
desnuda por qué está en crisis la credibilidad periodística. La perla más
reciente ocurrió esta semana, con la sesgada cobertura de la decisión de la
Corte Suprema de limitar en el tiempo los efectos suspensivos para que se
aplique la Ley de Medios.
No hay que ser ingenuos.
Esta ley expone brutalmente la maraña de intereses que entrecruzan a las
empresas periodísticas, en especial porque está direccionada para afectar al
grupo dominante del mercado. Y lo que podría ser un buen examen para mostrar
rigor y equilibrio profesional, termina en un aplazo. El lector o la audiencia,
supuestas razones de ser de lo que se publica o dice, bien gracias.
Así, quien leyó
Clarín –la “víctima” principal de la ley– el miércoles a lo largo y ancho de
las cuatro páginas que le dedicó al tema, no pudo enterarse ni ese día ni los
posteriores cómo debería adecuar su negocio para adaptarse a la nueva
legislación aprobada hace casi tres años por el Congreso. No es un detalle
menor: Clarín es el actor protagónico del sector y fue el niño mimado de
sucesivos gobiernos (incluido el kirchnerismo hasta el 2008) que impulsaron o
toleraron una expansión ilimitada.
Esos lectores no
accedieron siquiera a ver en esa cobertura clave qué medios son propiedad de
Clarín. Pero sí se informaron de otros aspectos. “Las maniobras del Gobierno
demoraron el juicio de fondo”, se tituló la segunda nota –sin firma– en
importancia para Clarín, cuando en esencia es a la inversa hasta para un alumno
de jardín de infantes: la Casa Rosada quiere apurar todo para desguazar cuanto
antes a la empresa y menguar su poder, mientras ésta apuesta a estirar los
plazos con la esperanza de que otra gestión presidencial a partir de 2015 sea
más amigable. O la nota titulada “el Gobierno presiona a Clarín, pero no pide
que se adapten otros grupos”, donde otra vez se hace hincapié de la paja en el
ojo ajeno.
Curiosamente, o no
tanto, el diario La Nación –socio de Clarín en la fabricación de papel– también
se dejó arrastrar por las pasiones, por llamarlo de alguna manera elegante.
Brindó a sus lectores una gran infografía sobre los grupos que están “fuera de
la norma” y el detalle de los medios que tiene cada uno. Pero se olvidaron de
colocar allí (o en cualquier otro lado) a las empresas de Clarín.
Un párrafo aparte
merecerían los textos que la tapa de La Nación le dedicó al tema el miércoles,
firmados por Adrián Ventura y Joaquín Morales Solá (periodistas que además
aparecen por la pantalla de TN, de Clarín). Pero podría interpretarse
erróneamente que se trata de un ataque personal, así que se dejará pasar aquí
la tentación. Apenas una observación como muestra: la columna de Morales Solá
se tituló “El debate es por la libertad”, cuando en su fallo la Corte Suprema
expresamente deja constancia de que la controversia jurídica es patrimonial y
no está en juego la libertad de expresión.
Otro párrafo, o
varios, merecería la cobertura que le dio al tema el llamado “periodismo
militante”, cuyo máximo exponente en la gráfica –el diario Tiempo Argentino, de
la dupla ultrarecontraoficialista Szpolski/Garfunkel– le dedicó casi toda su
portada y ocho páginas interiores con fotos, infografías y todos los chiches a
una obvia y furiosa andanada antiClarín. Un recuadrito perdido y diminuto (sin
foto ni firma) apenas consigna “Otros
grupos que tendrán que adecuarse”. Esa mirada tan previsible conlleva el riesgo
de que su análisis también lo sea.
Asistimos al triste
espectáculo de que en nombre de la libre expresión o de la democratización de
la información se dejan de lado estandares mínimos de labor periodística. Y
nuestro trabajo pasa a convertirse en propaganda, en beneficio de unos pocos.
© Escrito por Javier Calvo, Jefe de Redacción,
y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 27 de Mayo de 2012.
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