Cuando ganó la guerra de los papelitos en el
Mundial ´78…
Mundial ´78…
Clemente gigante. En su pelea con el relator José María Muñoz, el personaje de Caloi tuvo como aliada a la FIFA, que manejaba el cartel de la cancha de River. Desde allí se convocaba a tirar papelitos para recibir al equipo argentino.
Eran tiempos nefastos aquellos. Eran tiempos en los que
mandaban el miedo, la mordaza, el aborrecible “ el silencio es salud”.
Invierno del 78, plena dictadura, pleno Mundial argentino
también. El fútbol, la celebración del fútbol, la pasión del pueblo, para tapar
el terrorismo de Estado. Los crímenes escondidos, o disimulados, debajo de los
goles y de los festejos. La inmensa y agresiva campaña publicitaria para
contrarrestar las voces que llegaban del exterior, voces que advertían sobre lo
que realmente pasaba en el país. Nada mejor que el fútbol para maquillar el
escenario.
En esos tiempos de bocas cerradas, el genio de Caloi
encontró un resquicio para gambetear la gigantesca censura. Y su bandera fue
Clemente, que a esa altura ya era un personaje entrañable, que incluso había
trascendido la contratapa de Clarín.
Le faltaba la gran consagración popular. Y el Mundial lo
elevó a la categoría de símbolo contra la represión de las palabras. ¿Cómo?
Anteponiéndose al virulento plan instalado por los militares desde los medios
de comunicación, de cara a la mayor cita de la pelota, y que se sintetizaba en
algo así como que los argentinos tenían que comportarse bien.
Con o sin bajada de línea, José María Muñoz, el relator más
famoso de la época, se plegó a la andanada de consejos oficialistas vociferando
a los cuatro vientos desde Radio Rivadavia que “no hay que tirar papelitos”.
Los argumentos para sostener la recomendación causaban
gracia, o pena: así se evitaba que las canchas se ensuciasen y no quedaba la
imagen de ser un país sucio. El Negro Caloi, alguna vez, recordó: “Muñoz me la
dejó picando”. Y Clemente la empujó al arco vacío...
“¿Cómo no vamos a tirar papelitos si los argentinos tiramos
papelitos?” , se preguntaba Clemente desde las tiras diarias. Y se transformó
en el principal bastonero del gusto, del placer y de la tradición del hincha. A
Muñoz pasó a llamarlo Murioz . Y la guerra de los papelitos se hizo masiva. La
gente, obviamente, compró a Clemente y tiró más papelitos que nunca. Tanto que,
camino al Monumental, la Policía llegó a sacarle los diarios para que no
pudiera romperlos y convertirlos en papelitos. Ahí empezó a funcionar el
interminable ingenio popular para superar las vallas policiales. Y cada partido
de la Selección fue una fiesta de papelitos y de burlas a Muñoz. La tarde de la
final, contra Holanda, el césped parecía pintado de blanco...
“Tiren papelitos, muchachos”, pedía un Clemente formado por
cuadraditos y líneas desde el cartel electrónico del estadio cada vez que
aparecía la Selección de Menotti. Es que el cartel lo manejaba la FIFA, no la
organización.
Caloi y Clemente le habían ganado a la dictadura.
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