Lo de
Boudou...
Sí.
Lo de Boudou. Por ponerle la definición más escuchada. ¿Es un tema comprendido
en un caso mayor o es apenas un tema? Lejos de ser una pregunta enroscada o un
mero juego de palabras, para gusto del periodista la madre del borrego está por
ahí. No porque uno tenga la respuesta. Es que nunca podría encontrársela si no
se acierta con la pregunta.
Para hallar algo cercano a la objetividad,
cabe intentar con dividir “lo de Boudou” en tres partes. Primero, el
tratamiento periodístico. Después, el relevamiento de los datos obrantes.
Datos, quede claro. No conjeturas, ni suspicacias, ni sospechas. Y recién por
último, la parte de si el producido de las dos anteriores arroja un desenlace
analíticamente serio. De modo que vamos en ese orden. Está fuera de duda que el
vicepresidente es víctima de un fusilamiento mediático, sea o no culpable de lo
que se lo acusa. La oposición disfrazada de periodismo libre, ya sea a través
de sus voceros permanentes desde el conflicto con “el campo”, el Fútbol para
Todos y la nueva ley de medios audiovisuales; o bien gracias al concurso de
mercenarios de gran porte reclutados en los últimos tiempos, decidió que las
noticias importantes son, casi en exclusividad, los avatares judiciales de
Boudou. Ni siquiera los efectos, subsistentes, del temporal inédito que afectó
a Capital y zonas del conurbano sirvieron para poner una pausa en la ofensiva.
Tampoco lo logró el precio de la yerba.
Apenas se detuvo el rato que duró (seguirá) la impresionante operación de
prensa en torno de YPF, en la que especulaciones de Bolsa se entremezclaron con
lo imperioso de horadar al oficialismo. Y de una manera repugnante, que hasta
pareció articulada con la prensa y el gobierno españoles. Portada tras portada,
sumario tras sumario, entonación tras entonación, gesto tras gesto, solamente
parece interesante que el Gobierno puede caerse a pedazos porque la Presidenta habría elegido
de vice a un concheto travestido y corrupto. Tampoco puede dudarse de que los
medios y colegas oficialistas, más gurkas o más elegantes, protegen a Boudou, a
como sea, en aras del objetivo mayor: cuidar a la Presidenta y a lo que
simboliza su modelo. Lo que en el argot de esta profesión se conoce como “data
dura” pasó centralmente a mejor vida. Los unos porque lo primordial es destruir
a Cristina; los otros porque debe resguardársela a toda costa. Los segundos
tienen el beneficio de inventario de una altitud ideológica a la que los
primeros no se acercan ni por asomo. La ultraoposición es espectacularcita. No
tiene cuadros. Llega hasta Beatriz Sarlo como muchísimo y no agujerean más allá
de los lectores de La
Nación.
El kirchnerismo, en cambio, originó Carta Abierta y
posee referentes muy aptos para la batalla mediática. Puede juzgarse todo eso
como chascarrillo de ambiente reducido, o quizás no tanto si se tiene en cuenta
que la propia oposición viene reconociendo la “victoria cultural” del
oficialismo. Lo cierto es que el ultrismo opositor no pasa de atacar a mandoble
puro, sin más ton ni son que demoler a la figura presidencial por vía de las
aprensiones sobre Boudou. Y que el oficialismo carga con desprolijidades
impactantes que sus defensores hacen mal en ignorar. Pagaría muchísimo mejor
escudar al Gobierno con la premisa de que no deben justificarse todos sus
errores. No se trata de ser neutral. Todo lo contrario. Se trata de
inteligencia. Y también de honestidad descriptiva.
La oposición, antes que por el aporte de
prueba concreta alguna, basa su ferocidad en una construcción de sentido
culpabilizador, capaz de ignorar hasta los ridículos. Luis Bruschtein lo
sintetizó en este diario con magnífica precisión retórica y contundencia
política, al cabo del despliegue mediático, infernal, que siguió al
allanamiento de un domicilio de Boudou presentado como su casa: era un lugar
alquilado por un amigo del ex marido de la esposa despechada que es amigo de un
amigo de Boudou. Absolutamente todos los ataques, ofrecidos como prensa atenta
de investigación, se asientan en “relacionismos” de ese tipo. Y por si algo
faltaba, reapareció Carrió para montarse en la táctica de sus amigos
corporativos. Ella está en todo su derecho, naturalmente, pero usarla de ariete
protagónico –o aun como actriz de reparto– revela la disposición a valerse de
lo que venga con tal de esparcir imagen de podredumbre. Según quiera verse, ya
no saben qué hacer o lo saben muy bien. Indignan. Le dan vergüenza ajena a
cualquiera con dos dedos de frente. Atentan contra las normas más elementales
de la deontología profesional.
Resucitan payasos. Pero nada de todo eso debiera
obstaculizar una mirada crítica sobre los mocos que se manda el Gobierno.
Boudou llamó a una conferencia de prensa que en ningún momento fue eso ni nada
parecido. Es irrefutable que se acordó tarde de denunciar intentos de coima y
apretadas, por más ciertos que fueran, y que tal actitud también deja un flanco
intapable. El juez Rafecas, quien era casi un icono de probidad, saltó a
enemigo de la noche a la mañana, no se sabe si por no haber podido evitar ser
un bocón o, sencillamente, porque no hizo lo que se esperaba que hiciese. Y en
aras de esa concepción se lo llevan puesto a Esteban Righi... ¿Por qué? ¿Porque
no supo operar sobre un fiscal? Hay antecedentes de esa clase de arrebatos. La
memoria debería registrar lo insólito de haber prescindido no ya de un
canciller, sino de un cuadrazo fenomenal como Jorge Taiana, tipo de una
rectitud invicta, por el solo hecho de inferir que compartía algún off con
medios antagónicos. Con Taiana, el impacto quedó licuado porque los ribetes no
daban para escándalo y porque el hombre es un caballerazo. Pero a Righi no le
dejaron callejón con salida. Se tuvo que ir probable o seguramente absorto, más
allá de que pudieran haberle faltado reflejos para intervenir ante un episodio
de resonancia institucional.
¿Hacía falta esto? En sentido político análogo,
¿hace falta profundizar el frente abierto con la CGT justo cuando vuelve a necesitarse una estrategia
de alianzas sectoriales, imprescindibles para aguantar los chubascos o
tormentas de un escenario internacional complicado, e incluso frente a la
decisión que vaya a tomarse con YPF? Si es cuestión de prevenirse frente a
Scioli por estimarlo como resolución a derecha de la no continuidad de
Cristina, ¿hace falta perforarlo tres años antes? Tal vez se trate de aquello
con lo que esta columna se permite insistir cada tanto. Lo que Carlos Pagni
escribió en La Nación
hace unos días, con la visión de un hombre de derecha atendible. El
kirchnerismo se enfrenta al kirchnerismo –muy genéricamente expresado,
entiéndase bien– porque ocupa la totalidad del centro de la escena, al
inexistir la oposición, como no sea la mediática.
Más luego: ¿los momentos de
fortaleza deben ser usados para ir por todo frente a la debilidad del
adversario, incluso prescindiendo de los aliados reales, eventuales o
reconquistables? Que se vaya “por todo” es elogiable, pero el punto es cómo.
¿No sería mejor contar los porotos de otra forma? ¿Seguro que hay tanta espalda
para optar por lo primero? Son preguntas, no afirmaciones. Uno no pierde de
vista que es apenas un comentarista y que el ejercicio del poder es muy otra
cosa. Igual: así cayera Boudou, o se complicara ese escenario y los medios
opositores sintieran la panza llena, no se modificaría en nada que las mayorías
sigan confiando en un Gobierno que les mejoró la vida, en la proporción que
cada quien quiera darle a ese aserto indesmentible.
Si se apoya esta experiencia kirchnerista
–como lo hace quien firma– por considerar que al fin llegó una gestión capaz de
satisfacer algunas o varias necesidades populares, o porque cualquier
alternativa significaría volver a lo peor de un pasado nada lejano, la
preocupación no debería pasar por las repercusiones institucionales de “lo de
Boudou” propiamente dicho, sino por la posibilidad de que la trama escenifique
a un Gobierno con tendencia creciente a encerrarse en sí mismo. O mejor dicho,
en un círculo extremadamente reducido. Pero si es por aquello que los medios de
la oposición pretenden mostrar que pasa, la conclusión es que, en perspectiva
estructural, no pasará nada.
© Escrito por Eduardo Aliverti y publicado
por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 16 de
Abril de 2012.
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