La hazaña militar de los pilotos
argentinos en Malvinas…
Un avión Pucará surca
los cielos malvinenses en un patrullaje
aéreo de la zona (mayo 1982). Foto:
Télam
A 30 años del conflico. Vuelos a 10 metros de las olas, espoletas de madera y
confianza en el compañero.
Hace 30 años fueron la sorpresa de la guerra de Malvinas:
privados de tecnología de punta, los pilotos argentinos lograron en vuelos
rasantes la hazaña de dejar fuera de combate a una quincena de navíos
británicos.
Se conocen muy bien los daños causados por los misiles
Exocet lanzados desde los aviones Super Etendard, ambos franceses, a unos 40 km
de los buques británicos. Pero no es tan conocida la hazaña de los bombardeos
en vuelo rasante, saludados por el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial
Pierre Clostermann y estudiado en todas las escuelas de guerra del mundo.
Los pilotos argentinos habían encontrado la fisura para
escapar a los radares: volar a 10 metros por encima de las olas.
La lista de buques hundidos o dejados fuera de combate con
misiles o bombas es larga: los destructores "Sheffield",
"Coventry", "Antrim", "Glasgow", las fragatas
"Antelope", "Ardent", "Plymouth",
"Argonaut", los navíos de desembarco "Sir Galahad",
"Sir Tristam" y el mercante "Atlantic Conveyor", entre
otros.
"Nos conocíamos mucho todos", dijo a la agencia
AFP Pablo Carballo, 64 años, como si ahí radicara el secreto de la Escuela de
Aviación Militar de Córdoba, cuna de pilotos, donde este héroe de guerra
regresó a dar clases después del conflicto bélico.
"Cuando nos decían, cayó éste, murió aquél, ya sabíamos
que era un amigo y quién era la viuda y quiénes los huérfanos", recordó
mientras caminaba a través del parque de la Escuela.
La Fuerza Aérea argentina perdió 36 oficiales, 14
suboficiales y cinco soldados durante la guerra de las Malvinas, que se
extendió del 2 de abril al 14 de junio de 1982.
Carballo da una clase sobre "armas
semi-automáticas" frente a jóvenes de primer año, pero más que nada les da
"lecciones de vida". Según él, conocerse bien es fundamental para
saber cómo reaccionará el otro en una situación crítica.
Atacar la flota de una potencia mundial parecía una misión
imposible. "Era como tratar de atacar con una piedra a una persona que
tiene un revolver", ilustró Carlos Rinke, quien tenía 26 años durante la
guerra en la que fue compañero de combate de Carballo.
Sobre la mesa de su casa de Córdoba, Rinke despliega los
mapas escritos con marcador rojo, que eran utilizados como si fueran
computadoras de a bordo. "Era precario todo. No teníamos radares que nos
dijeran dónde estaban los aviones enemigos. No teníamos ninguna defensa
aire-aire, ningún misil contra los (aviones británicos) Sea Harrier",
recordó Rinke.
"Con Carballo estuve en el ataque a la 'Broadsward' y
al 'Coventry'. Fue a mar abierto", recordó Rinke mostrando una foto,
tomada por un británico, de sus aviones acercándose de frente bajo una lluvia
de proyectiles. El "Coventry" se hundió, el "Broadsward"
quedó dañado.
"Nuestra principal arma era la velocidad", contó
Mario Callejo, de 60 años, en Buenos Aires, pero "tirábamos desde tan bajo
que las bombas impactaban antes de los tres segundos y la espoleta no se
activaba".
Pilotos y mecánicos reemplazaron entonces el "cono de
penetración" de acero de las bombas por otro de madera, así lograron que
se rompa en el momento del impacto, aumentando las chances de que la bomba
explote adentro de la nave. "Nosotros demostramos que el factor humano
puede compensar el atraso tecnológico", afirmó Callejo.
© Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos AIres el jueves 29 de Marzo de 2012.
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