“Terapia de
Crisis. La emergencia psicológica”
Alfredo Moffat, Psicólogo.
La negación
de la edad es una tontería. Yo tenía miedo a esta etapa que empieza después de
los sesenta años. Ahora, que más o menos estoy instalado en ella (tengo setenta
y tres años), me doy cuenta que se me ha simplificado la vida, y la mayor parte
de las cosas que antes me preocupaban, ahora creo que son boludeces, pero quedó
lo esencial: el amor, los hijos, la justicia social, la solidaridad (y también
el dulce de leche y la crema chantilly…)
Esta edad
no está tan mal, el tema de la muerte siempre angustia, pero yo creía que iba a
ser peor. Es una tontería hacerse el pendejo, fíjense si tuviera que ir al
gimnasio, sería todo un laburo y no podría gozar de esto de hacerme el
filósofo. Cuando cumplí sesenta años hice una fiesta en la Escuela. Y dije:
tengo dos caminos, o me convierto en un viejo sabio, o en un viejo pelotudo. Lo
último me pareció aburrido. Cuando no asumís la edad, no gozás ni la una ni la
otra.
El temor a
la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada como algo indigno, a
ocultar en un geriátrico porque ya no servimos más.
Acá en la
Argentina tenemos la cultura de Mirta Legrand, pobre Mirta, para conservar la
juventud debe usar una máscara de cirugía y no está gozando de esa edad.
Cuando
estuve en Estados Unidos había una actriz que había sido muy famosa, Bette
Davis, que ya estaba muy viejita y tenía el rostro con las arrugas del tiempo.
Era conductora y tenía un programa muy respetado, en el que podía decir cosas
sabias, porque estaba cómoda en esa edad, era creíble.
También en
Italia, estando en una plaza de Roma, pude ver que estaban todos los viejitos
(los respetados nonos) jugando a las cartas y tomando Cinzano, con gran
dignidad, y la gente iba a preguntarles cosas.
Pero en la
Argentina, cuando llegás a esta etapa, te meten en un geriátrico y no
aprovechan la historia, que es necesaria para construir el futuro.
En el
Amazonas no hay jubilación de viejos. Yo fui hace muchos años, de aventurero,
con mochila y bolsa de dormir, y ahí estaban los viejitos de la tribu mirando
el río Xingú que desemboca en el Amazonas. Y pensé: “Ahí está la biblioteca
nacional”… Uno sabía de partos, otro de canoas, otro de plantas medicinales, a
ellos los cuidaban mucho, porque eran los transmisores de la sabiduría, no
había transmisión escrita (se moría el de las canoas y tenían que cruzar
nadando…) Tenían una dignidad como los que vi en la India. Allí, en el proceso
de vida, se respetan todas las etapas.
En estos
países de la cultura occidental, tecnológica, donde lo que no es nuevo hay que
tirarlo, lo mismo se hace con los seres humanos, y eso es una tontería. En la
cultura norteamericana todos tienen que ser jóvenes y lindos.
Hay una
etapa de la vida en que uno es niño, otra en que es joven, otra donde es adulto
y otra donde es viejo. Nosotros atravesamos las cuatro etapas de la vida, si
negamos una, vamos a tener problemas. Si se nos niega la infancia vamos a
perder la creatividad, si se nos reprimió la adolescencia, vamos a perder la
rebeldía.
Lo
importante es seguir creciendo, es como pasar por distintas estaciones. En cada
una hay que bajarse y tomar el otro tren (son las crisis evolutivas). Algunos
se bajan en una y ahí se quedan, no siguen en el viaje de la vida.
La
concentración urbana genera la familia nuclear: papá, mamá y uno o dos hijos,
donde es tan pequeño el espacio, que no cabe el abuelo, va al geriátrico,
después tienen que mandar al nieto a la guardería, pero ¿quiénes son los
mejores cuidadores para el nieto? el abuelo y la abuela. ¿Qué mejor maestra
jardinera que un abuelo o una abuela? Ambos están fuera de la producción, fuera
de la tensión necesaria para la lucha cotidiana, ambos están en el mundo de lo
imaginario…
En Santiago
del Estero el tata viejo es un personaje muy importante. Es el que sabe la
historia de la familia, transmite la información, los agüelos cuidan al gurí,
las dos puntas de la vida se complementan.
En nuestro
país la vejez está desvalorizada, los viejos son marginados, el cambio social
fue tan brusco que su experiencia habla de una Argentina que perdimos, si
terminan en el geriátrico, los tratan como chicos, los retan y los humillan, se
deprimen y aparecen todas las enfermedades que tienen que ver con las bajas
defensas.
En cambio,
en las sociedades más sanas, esta es una época muy rica, porque es la de la
reflexión, que es parecida al juego y la creatividad, pero ya después de haber
visto la película entera y haberla entendido.
La última
etapa es lo que se llama la senectud, que a veces tiene un deterioro grave,
neuronal, de las funciones mentales. De todas maneras, el final del proceso de
la vida, que es la muerte, es un tema negado en nuestra cultura. El final, la
agonía, a veces tiene características traumáticas, como algunos partos, al
inicio. Los humanos somos todos de la tribu de los “Uterumbas”, porque vamos
del útero a la tumba.
Se puede
estar en cualquier edad, incluso setenta, ochenta años, y el que tiene un
proyecto se aleja de la muerte. Eso lo vi en Pichón anciano, él decía: “la
muerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos”, el tema es
la construcción de la esperanza. ¿Cómo la podés construir?, si esa historia
tiene sentido y se arroja adelante como esperanza.
Padres que
no le tienen miedo a la muerte hacen hijos que no le tienen miedo a la vida.
© Escrito
por Alfredo Moffat, Psicólogo en el Libro “Terapia de Crisis. La emergencia
psicológica”
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