Rehenes no inocentes...
Ella con empresarios. Con De Mendiguren, Rocca y Ratazzi,
entre otros, y Boudou, Scioli y Giorgi.
A lo largo de estos ocho años de kirchnerismo me ha tocado
recibir en Editorial Perfil a los principales “empresarios K”: los hermanos
Cirigliano, Sebastián Eskenazi, Cristóbal López o los dueños de
Electroingeniería. Las reuniones en su gran mayoría se acumularon durante los
primeros seis años de este Gobierno, especialmente cuando la revista Noticias,
el diario Perfil y Perfil.com eran casi las únicas publicaciones críticas. Había
cierta lógica: si nosotros concentrábamos la mayoría de las denuncias de
corrupción, era comprensible que desearan convencernos de que no eran tan malos
como decíamos. En el trato personal siempre queda esa sensación, por eso el más
talentoso periodista de investigación norteamericano de los últimos tiempos, el
ya fallecido Jack Anderson, recomendaba a los editores no tomar contacto
directo, en lo posible, con los sujetos noticiosos, porque la simpatía de las
personas no depende de su honradez y es difícil no verse emocionalmente
predispuesto hacia alguien empático.
Personalmente traté de seguir ese consejo, pero con los años
se me ha hecho cada vez más difícil. En gran parte de estos casos, el primer
pedido de reunión me lo realizaba algún otro individuo que ya tenía relaciones
de mucho tiempo con la editorial y al que habían buscado como introductor. De
cualquier manera, ningún periodista de Perfil ha recibido nunca una sola
recomendación de moderación sobre estos empresarios emparentados con el Estado,
como los lectores bien han podido comprobar.
En cada uno de esos encuentros, dentro de los límites de la
cortesía, fui lo más sincero posible. A todos les dije lo mismo: “Usted está
condenado, más tarde o más temprano, a caer en desgracia”. Recuerdo que al
dueño de una de las empresas proveedoras de electricidad le manifesté: “Si la
demanda de luz no pudiera ser satisfecha y de manera sostenida hubiera cortes,
no importará de quién sea la culpa, de su falta de inversión o de la falta de
inversión del Estado; lo más probable es que quien vaya preso sea usted y no un
funcionario del Gobierno”. A los dueños de Electroingeniería les anticipé lo
difícil que sería mantener medios de comunicación sin conocer sobre ellos,
aunque se cuente con mucha publicidad oficial, algo que –imagino– ya están
comprobando. Y sobre YPF, repetí que ya llegaría el momento en que serían los
propios empresarios K quienes pedirían seguridad jurídica y libertad de prensa
cuando fueran ellos mismos los atacados por la arbitrariedad gubernamental. Ahí
recordarían el error que cometieron al subvencionar a los medios oficialistas
que caerían sobre ellos, como ya ocurre, con la misma virulencia con que atacan
los medios críticos.
Pero el tema de hoy son los hermanos Cirigliano. No me
parecieron los peores; sí, quizás –por su historia transgeneracional con los
colectivos–, los menos conscientes de lo imposible que les resultaría salir
ilesos del lugar donde se encontraban. Nadie sobrevive a la caja negra de los
subsidios, ni siquiera haciendo sólo de intermediario de devoluciones –si así
hubiera sido– y sin quedarse con un solo peso en ese camino. Es como con la
mafia; una vez que se negoció con ella, no se puede salir. Y, por eso mismo,
los compromisos son cada vez mayores: van subiendo la apuesta por no haber ya
nada que perder, o por poder perderlo todo. Así terminan siendo rehenes no
inocentes, además de victimarios.
El accidente del tren en Once donde murieron 51 personas
tiene algunas connotaciones similares al del caso de Cromañón. Como en su
momento lo fue Chabán, los Cirigliano lucen como el chivo expiatorio perfecto.
No es que Chabán o los Cirigliano fueran inocentes, pero no son ellos los
únicos responsables de un sistema condenado a la fatalidad y donde el accidente
es lo reiterado y, entonces, lo normal.
Sería autocondescendiente suponer que cambiando los actores
actuales –concesionarios y Gobierno– los ciudadanos podrán viajar por el
mismo costo más seguros y más cómodos. El transporte seguro, como el petróleo o
la electricidad, tiene un costo que no venimos pagando desde hace tiempo, y
luego nos quedamos sin reservas, teniendo que importar energía o multiplicando
los accidentes, en todos los casos por falta de inversión.
Desgraciadamente, la vida es más compleja. Quedándonos sólo
con los responsables primarios, también contribuiremos nosotros a la
reiteración de esos “accidentes”.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el domingo 26 de Febrero de 2012.
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