Hablar...
La Gioconda copiada fue el personaje mundial de la semana. La Presidenta lo fue en la Argentina.
En el siglo XVII, Suecia tuvo una famosa monarca llamada Cristina, a quien se conocía como la reina intelectual. Ella dijo: "Hay dos cosas que siempre hacen hablar: el coraje y la vanidad".
A nuestra Presidenta le gusta hablar. Además, le gusta hacerlo por cadena nacional. Los anuncios que realiza, y son la causa formal de sus intervenciones, podrían ser hechos por otros funcionarios y sin cadena nacional. Al ser en cadena nacional, tampoco se requerirían la presencia de la gran cantidad de funcionarios que la acompañan ni la pérdida de tiempo en traslados y esperas que les restan a sus tareas porque podrían verla por televisión.
Todos los presidentes preferirían no hablar solos frente a las cámaras, como habitualmente tienen que hacerlo, pero en niveles de democracia más arraigados resultaría ofensivo que cien de los principales funcionarios del Estado fueran utilizados como claque con el fin de aplaudir o asentir con la cabeza casi todas las semanas.
El método oratorio de la Presidenta la predispone a la asociación libre. En su discurso del miércoles, explicó las ventajas del vidrio sobre el plástico y otra vez volvió a cargar contra los ambientalistas que nada dicen sobre eso. En su discurso anterior, los acusó de no denunciar la depredación de calamares de los pesqueros ingleses en Malvinas. Un psicólogo diría que se percibe su encono con los ambientalistas probablemente porque la contradicen con la explotación minera (Famatina es el último ejemplo) y en su veto a la Ley de Glaciares.
Saber de todo es una característica que se desarrolla crecientemente en los líderes carismáticos. Tanto de Stalin como de Hitler, se decía en sus países que eran, según el caso, el mejor jurista, el mejor arquitecto, el mejor historiador, el mejor economista o el mejor militar. No es el ser de derecha o de izquierda lo que hace creer a cualquier persona que realmente sabe de todo, sino simplemente el resultado de mucho tiempo de poder indiscutido porque nadie se animó a contradecirlo en años.
Este es el problema del poder. En el último discurso, la Presidenta –aunque en broma– dijo que Néstor Kirchner estaba para Premio Nobel de Economía porque Grecia pide 70% de quita de su deuda y que el bono de su deuda quede atado a la evolución del PBI.
La cúspide en ese proceso de autosugestión es el misticismo. Menem decía que viviría más de cien años y hacía chistes con que duraría más que el Magiclick, y Cristina habló la semana anterior de milagro y no de falso positivo en su primer diagnóstico de cáncer luego no confirmado.
Ojalá esa confianza en su fortuna no la lleve a subestimar los desafíos que enfrenta ni contagie la conducción económica de voluntarismo religioso. Milagro y magia son primos hermanos.
La performatividad es la capacidad del lenguaje de convertirse en acto: “Los declaro marido y mujer”, por ejemplo. La potencia institucional del gobernante hace que el lenguaje performativo le sea habitual, pero el riesgo reside en creerse que todo discurso es una acción y que hablar y hacer son la misma cosa. A Dios le cabría la atribución de tener indiferenciado hablar de hacer; según el Génesis, Dios dijo: “Hágase la luz. Y la luz se hizo”. No es casual que la performatividad sea una característica de los discursos fundacionales como las Constituciones, por caso.
Hablar mucho en público es también un estilo de los líderes carismáticos latinoamericanos. Eran famosos los discursos kilométricos de Fidel Castro como la verborragia de Hugo Chávez. Cristina tiene esa cualidad, de la que Néstor Kirchner carecía al ser poco agraciado tanto en su dicción como en su lenguaje corporal. Quizás eso lo ayudó a ser más pragmático, porque si hubiera sido elegante y con buena oratoria el riesgo al encierro dogmático habría sido mayor. Debe ser difícil para la Presidenta sentirse linda, inteligente y con poder y no tentarse con escucharse y verse a sí misma. El sonido de la propia voz puede jugar el papel autohipnótico que ejerció el agua como espejo en Narciso.
Erasmo sostenía que “una buena gran parte del arte del bien hablar consiste en saber mentir con gracia”. El problema se produce cuando quien habla se persuade a sí mismo y olvida luego la distancia entre las palabras y las cosas. Las palabras tienen un poder sobre las cosas pero limitado en el tiempo. Su reiterado uso las desgasta.
La definición de lenguaje performativo para “todo enunciado que implica la realización de una acción” nos viene del inglés, donde to perform es “hacer” y del francés, donde parfournir significa “llevar a cabo por completo”. Pero la concepción cotidiana de la performance en los países iberoamericanos está más asociada con el acto en función teatral y como espectáculo.
Quizá por carecer de una raíz española, las connotaciones multívocas que performance tiene en Latinoamérica hagan más literal aún la asociación entre espectáculo y política que Guy Debord planteó en su libro La sociedad del espectáculo: “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Como podría decirse de la Presidenta hablando con el fondo del mural de Evita en el ex Ministerio de Obras Públicas, donde hizo su discurso más recordado.
Vale considerar la antítesis que personifica Macri, a quien tanto le cuesta hablar que hasta manda a su vicejefa de Gobierno a responderle a la Presidenta sobre las acusaciones de ser un vetador serial. Si la virtud se encuentra entre dos irregularidades, una combinación del exceso de Cristina y el defecto de Macri haría al gobernante equilibrado. Volviendo a la definición de la reina Cristina de Suecia del comienzo de esta columna, quizás a la Presidenta le sobre vanidad y a Macri le falte coraje.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 4 de Febrero de 2012.
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