Testaferros y domesticados...
Cómo un monotributista “socio” de Boudou se convierte en
millonario. El silencio del vice, del Gobierno, de la propaganda K y de la
Justicia.
La investigación de Jorge Lanata: la
increíble historia del testaferro de Boudou. Alejandro Paul Vanderbroele es
monotributista, socio del vicepresidente, y ahora flamante millonario. El rol
de su esposa, Laura Muñoz. Los detalles.
Primero, los hechos. El lunes 6, en el mediodía de radio
Mitre, Nicolás Wiñazki dio a conocer el resultado de una investigación que le
había llevado varios meses: Alejandro Paul Vanderbroele, un monotributista
categoría B (con ingresos de poco mas de $ 1.000 al mes declarados a la AFIP)
se había quedado con Ciccone Calcográfica, la única empresa privada de la
Argentina autorizada para imprimir papel moneda, cheques, patentes de
automóviles, etc.
Pero esta no era solamente una historia de evasión
impositiva. Vanderbroele estaba vinculado al vicepresidente de la Nación, Amado
Boudou, lo que explicaba la sucesión de hechos irregulares que permitieron que
el monotributista emprendedor se quedara con una empresa quebrada que facturaba
200 millones de dólares al año.
El desembarco de Vanderbroele en Ciccone estuvo rodeado de
un constante aire de impunidad y fue posible gracias a una cadena de hechos
irregulares que trasciende la casualidad:
El juez de la quiebra de Ciccone, pedida por la AFIP, Javier
Cosentino, decidió que la planta podía ser alquilada y abrió la posibilidad de
ofertas: la empresa Boldt (una compañía con antecedentes en el mercado gráfico
y en el juego) se impuso sobre la Casa de la Moneda y la propia AFIP.
La AFIP decidió, entonces, pedir que se levantara la misma
quiebra que antes había solicitado.
Al secretario Guillermo Moreno le tocó cerrar la pinza:
Comercio Interior decretó que Boldt ya tenía una imprenta, por lo que el
alquiler de Ciccone “producía una concentración empresaria” del sector gráfico.
La Cámara de Apelaciones en lo Penal Económico hizo lugar a
la medida de Moreno.
Varios acreedores de Ciccone recibieron, en medio del
proceso judicial, la visita de un representante de Boudou y, en nombre del
entonces ministro de Economía, quien les sugirió que aceptaran en Ciccone al
fondo de inversión manejado por Vanderbroele: The Old Fund.
El 3 de septiembre de 2010, Vanderbroele hizo rendir como
nadie sus $ 1.000 mensuales declarados al fisco: pagó en la sucursal Tribunales
del Banco Ciudad $ 567 mil en efectivo para levantar la quiebra de Ciccone.
Vanderbroele no llegó con una sola mano a hacerse de la
empresa. Lo permitieron varias manos: Ricardo Echegaray, titular de la AFIP,
arrepentida de la quiebra que ella misma había pedido; el secretario de
Comercio, que vio allí otra amenaza de monopolio; los jueces que hicieron la
venia sin chistar y la influencia del vicepresidente de la Nación.
“Yo soy un hombre de Amado Boudou, represento al Gobierno y
ustedes no se tienen que preocupar por el futuro de la empresa”, le dijo
Vanderbroele a los empleados de Ciccone y a los delegados del sindicato gráfico
en una de sus primeras visitas a la empresa. “Tenemos garantizado que después
de las elecciones vamos a imprimir papel moneda”, abundó.
Llegaba pisando terreno seguro: antes de las elecciones
había tercerizado la impresión de las boletas del Frente para la Victoria.
“Me dijo que estaba haciendo negocios con él, que se iba a
quedar con buen dinero, que se trataba de coimas”, me dijo aquel lunes en la
radio Laura Muñoz, la esposa de Vanderbroele, separada de hecho, enfrentados
por la tenencia de su pequeña hija.
Ante el micrófono, Laura Muñoz sonaba segura y valiente:
contó que había recibido amenazas, que intentaron comprarla, que quisieron
hacerla pasar por loca y que hablaba como su única salida para defenderse.
“Ahora que esto es público, no se van a animar a matarme”, dijo.
En paralelo, Andrea Rodríguez, productora de Lanata sin
filtro, intentaba comunicarse con el celular de Vanderbroele. El amigo de
Boudou atendió en persona y cortó la comunicación. El vocero del vicepresidente
también había enmudecido.
—¿Estás convencida de que tu esposo es un testaferro de
Boudou? –le pregunté.
—No tengo ninguna duda –dijo.
Otro funcionario cercano al vicepresidente entró en escena
para favorecer al monotributista entrepreneur. Katya Daura, titular de la Casa
de la Moneda, le recomendó al Banco Central que Ciccone imprima la mitad de los
billetes de 100 pesos que se pondrán en circulación este año: 600 millones de
billetes a un costo de unos 50 millones de dólares.
Los días posteriores. El aparato oficial de propaganda
ignoró el hecho por completo, aunque la mayoría de los diarios y radios del
país se ocuparon del asunto.
El vicepresidente evitó cuidadosamente al periodismo y
ningún funcionario del Gobierno, incluidos los opinadores profesionales,
mencionaron la denuncia, ni siquiera para desacreditarla.
El martes 7, a las 14.12, mi interés en el asunto ya era
casi antropológico. Le pregunté al ex fiscal anticorrupción Manuel Garrido si
le encontraba explicación al silencio judicial: ¿ningún fiscal actuaba porque
recibían llamados oficiales? ¿Por miedo? ¿Por abulia?
“Obviamente, tienen que actuar, pero no lo van a hacer
porque los órganos de investigación están desmantelados. Esto se va a ir
diluyendo con el tiempo”, dijo Garrido, quien abandonó su carrera judicial
harto de la misma enfermedad.
Y siguió: “Todo el mundo sabe que quien hace una
investigación que afecta al Gobierno va a tener problemas en su carrera. Están
todos domesticados. Los fiscales saben que si investigan esto van a tener consecuencias
negativas. Los casos graves de corrupción terminan en la nada porque hay
intereses que hacen que los jueces no avancen en las causas; ni siquiera pueden
abrir investigaciones de oficio porque se arriesgan a sanciones de la
Procuraduría o de otro organismo”.
La verdad es, a veces, luminosa y cruel. Pero conocerla nos
vuelve responsables.
“Están todos domesticados”, dijo Garrido. Domesticar
significa amansar y hacer dócil a un animal o a una población entera. No es lo
mismo que “domar”, es peor que eso: en la doma, el animal sigue siendo salvaje,
en la domesticación se vuelve genéticamente dócil.
Todos recordarán aquella historia de los elefantes en los
circos: desde pequeños, los atan a una estaca; en los primeros meses, la estaca
tiene más fuerza que el elefante bebé, pero a medida que el animal crece la
tensión de la madera es cada vez más insignificante. A los pocos meses, el
elefante bien podría, de un tirón, liberarse de la estaca. Pero no lo hace.
Está domesticado. Ni siquiera hace falta algo que lo retenga. Es él mismo quien
no quiere salir o quien cree que no puede hacerlo.
© Escrito por Jorge Lanata y publicado por el diario Perfil de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 11 de Febrero de 2012.
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