Todos locos…
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Los argentinos somos como esos animales en una jaula expuestos a experimentar que aparezca comida al presionar determinado botón, donde ciertos animales no sólo aprenden el truco sino que aprenden a aprender. El trauma nunca es proporcional al hecho sino al carácter arbitrario y fortuito (no repetitivo) del accidente. Si el sujeto está preparado, accidentes mayores producen traumas menores.
Una de las causas de la paranoia surge de la sobrevaloración de las propias posibilidades: al ver que luego no se consiguen los logros esperados, se supone que hay villanos que se apoderaron de lo propio.
También inquieta la coincidencia de tantas turbulencias emocionales entre funcionarios públicos: el suicidio/accidente del subsecretario de Comercio Exterior, Iván Heyn; el suicidio del cónsul argentino en Bolivia, Antonio Escobar; el asesinato del gobernador de Río Negro, Carlos Soria (la primera dama de esa provincia disparó el arma que lo mató), y la desaparición, ese mismo día, por una semana, de un intendente de esa provincia, Carlos Johnston.
La política es una actividad que ejerce grandes presiones sobre quienes la practican. Las personas no se olvidan de casi nada pero se acostumbran a casi todo. En estos casos adrenalínicos, el problema no reside en querer apagar la sed sino en el anhelo por tener sed. Que la acumulación de tensión sea placentera y la descarga, decepcionante. Que, acostumbrados a tanta presión, desarrollen un goce por aquello que no pueden evitar en distintos niveles, desde grados leves de masoquismo hasta pulsión de muerte.
Otra señal de disfuncionalidad colectiva fue el desenlace del enfrentamiento entre La Cámpora y el gobernador de Santa Cruz, quien tuvo que cambiar a la mayoría de su gabinete a pesar de ser recientemente reelecto. Evidentemente, como en el caso del ministro de Economía o del vicepresidente, el poder o los votos no son de él sino prestados. Demasiado de lo que es no es.
Algo, en algún sentido menor pero inmensamente más importante por su peso específico, sucede con el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, a quien progresivamente La Cámpora expone a un cerco cada vez más pequeño de autonomía. Y para completar el cuadro de estados alterados simultáneamente, con el anuncio de la operación de la Presidenta se conoció la noticia de que Scioli estuvo internado por cálculos biliares.
La medicina indica que las causas de cálculos son hereditarias o metabólicas y no el estrés ni el estado de ánimo. Pero es difícil no ver en la piedra que Scioli intentaba eliminar de su organismo una metáfora de la piedra simbólica que representa Gabriel Mariotto en su gobierno.
Máximo Kirchner es otro agente enloquecedor del sistema político argentino: no habla, vive alejado, como si practicara un desprecio estoico por todo aquello agradable que ofrece el mundo, pero al mismo tiempo pareciera tener la ambición de poder, la furia de un conquistador. ¿Es Rasputín? ¿Es la reencarnación de su padre? ¿Es aspirante a heredero?
Probablemente, Néstor Kirchner haya transmitido a la Presidenta y a su hijo cierto goce de la sorpresa, de tener a todos en vilo como marionetas al viento por designios inmodificables e impredecibles para que nunca se olviden del carácter frágil de la fortuna humana y busquen sumisos su amparo protector.
“La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma”, decía Goethe. Ojalá sea así en esta Argentina.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 7 de Enero de 2012.
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